QUIZÁ había que dejar pasar unosdías de la convocatoria de huelgageneral para poder pensar sobretodo lo que la rodeaba. En caliente,las cosas son mucho más negras o blancas ytodo el resto del espectro cromático acaba enun cajón. De la jornada me quedo con la evidentemovilización que concitó. De la conviccióncon la que se participó en ella por partemuchos concienciados y también de otros queno tuvieron más remedio. Alguno no participaríapor temor al día después y alguno sesumó a ella por lo mismo. Y algún que otroexceso hubo también en la vehemencia. Eseque raya el acoso o pretender convertir losadoquines en argumentos. Esa infección nosla estamos tratando en Euskadi y, aunque yano supure, no la tenemos curada del todo.

Pero no sería veraz reducir la huelga del último29-M a esto. Siendo justos, los convocantesno teníanmucha más alternativa que cumplircon su papel. Esta huelga puede no resultarútil, pero tampoco parecía evitable porquequienes lo tenían en sus manos ya teníanamortizada su convocatoria. Mariano Rajoyllegó con ella debajo del brazo. No solo la teníaasumida sino que había interiorizado hastatal punto la inevitabilidad de su convocatoriaque formaba parte de su propia estrategia deasentamiento en el poder.

No creo en las casualidades. Los micrófonosabiertos cazaron al presidente español y aalguno de susministros anunciando que estahuelga llegaría. Lo anunciaban meses antesde su convocatoria y lo anunciaban a unaaudiencia a la que se quería proyectar esemensaje. La huelga general era para el gobiernodel PP la prueba del nueve de su firmeza yla solvencia de sus anuncios.Otra cosa es quesu interlocutor durante estos meses no hayansido sus votantes o el conjunto de sus administradosen el Estado español. Los mensajeshan estado dirigidos a las autoridades económicaseuropeas, al resto de socios de la UniónEuropea -con Alemania y Francia en primerlugar- y a eso que llaman “mercados financieros”.El objetivo era doble: asegurar unapolítica de mano firme en la contención deldéficit y la liberalización económica y ganara cambio el margen para que el ritmo dereducción de ese déficit se relaje.

A la luz de los efectos, la huelga que deseabaRajoy no es suficiente. El diferencial de ladeuda española se resiste a bajar y los plazosde reducción del déficit son draconianos. Loque sí ha conseguido el presidente español espasar el trago bien lejos de las próximas eleccionesgenerales. Lo que deja la pelota en otro alero. Los sindicatos se han sentido agredidosen lo sustancial con la reformalaboral.No tantopor el abaratamiento del despido, que no estal si atendemos a que la referencia de los célebres20 días ya estaban vigentes, sino por suaccesibilidad: el despido procedente roza labarra libre por la laxitud de su justificacióntras la reforma. Y, sobre todo, la propia naturalezade la acción sindical -la negociacióncolectiva- que lleva camino de reducirse a unrecuerdo testimonial de los derechos laboralesque se recogieron constitucionalmente yen el Estatuto de los Trabajadores.

La pirotecnia de la huelga general ha llenadode luz su cielo durante un día pero el problemaestá ahora en mantener la llama de larespuesta sin quemar el bosque. Con cincomillones de personas en el Estado incapacitadospara hacer huelga por no tener empleo,si hay algo peor que afrontar el debate de lareactivación económica desde una perspectivade clase esto es hacerlo desde la división dela clase trabajadora en castas: empleados porcuenta ajena, funcionarios, autónomos y paradosdividen el colectivo tanto que es imposiblereconocerlo de un modo homogéneo. Elsindicalismo tiene el reto de construir modelosy discursos nuevos que atiendan a esadiversidad. Y, aunque les asiste la razón aldenunciar la ruptura del equilibrio entre losderechos y las responsabilidades laborales, nohan definido aún la argamasa con la quelevantar un consenso de intereses dispares enla propia clase trabajadora. Y no nos engañemos:también en el seno del ámbito nacionalvasco. La conformación del mismo no es balsámicaen relación a esa realidad.

En cuanto a la reforma en sí, flexibilizar elámbito de la actividad laboral adaptándolo alas necesidades de un modelo de produccióny comercialización cambiantes parece unanecesidad inaplazable. Lo que no debe admitirsecomo fórmula única es la sustitución deun modelo más o menos torpe en la adaptaciónde esas estructuras productivas por otrounilateral en el que se desvirtúe el activo que es un trabajador formado y productivo a basede hacer asumible en costes un modelo derotación sistémica en sectores cuya curva deaprendizaje es baja. Esa rotación, consecuenciamuy previsible de la adaptación de lasestructuras de producción a ciclos de mercado,puede ser una herramienta útil si se acompañade sistemas de formación continua y deprotección social al estilo de algunos paísesnórdicos que se esgrimen como ejemplo de flexibilidadlaboral. Pero no hay nada de eso enla estrategia económica del PP: ni ampliaciónde la protección social, ni mecanismos de readaptacióndel trabajador a la oferta de empleo.

De hecho, los esperadísimos y electoralmenteretrasados presupuestos del Gobiernoespañol incluyen una reducción de más del21% en el capítulo de la formación continuay otro tanto en educación. No se apunta a lamejora continua del trabajador para accederal empleo sino al abaratamiento de los costesde contratación y despido. Tampoco se apuestapor la vanguardia tecnológica ni la innovaciónpara convertir el tejido económicoespañol en un competidor internacional, yaque se reduce en más de un 25% la dotaciónde fondos para I+D+i. ¿Qué sectores traccionaránde la economía en el diseño del PP eldía en que el sector financiero libere créditopara la inversión? Aquellos con costes laboralesbajos derivados de un amplio mercadolaboral con reducidos niveles de formación yamplia rotación. Aquellos que no crean firmebase industrial sino inflamaciones cíclicas dela actividad. Los mismos en los que se gestaronlos capitales evadidos que ahora seránamnistiados.

El Gobierno español ha dejado, pues, la reformadeltejido productivo para no se sabe cuándo.No hay una apuesta por el sector industrialy se vuelve a confiar en que la construccióny los servicios, especialmente los asociadosal turismo, vuelvan a construir la ficciónde un crecimiento etéreo. En Euskadi,que tenemos mejores mimbres sobre los queactuar, las respuestas deberían ser distintas.Debería evidenciarse un liderazgo más nítidoque el actual en el diseño de políticas favorecedorasde la actividad más solvente, deldesarrollo técnico del trabajador y del tecnológicode los sectores productivos. Ya no bastacon atarse al timón de la nave y flotar conella confiando en que su armazón -nuestraestructura de pymes y de empresas industriales-ha sido siempre muy marinero. Hacefalta llevarla a algún lado.