SE ha dicho, al menos se ha escrito: "La dinámica del perdón no me parece especialmente interesante" (El Correo, 4.03.12 p.28). La afirmación en sí me sorprendió. La habría dejado pasar como una simple opinión. Al porvenir de una persona en autoridad mereció mi atención porque ciertamente ella estaba comprometida en tal dinámica. La afirmación se sustentaba en dos simplificaciones magistrales que conducían al pensador a una conclusión que, más que "especialmente interesante", me parecería especialmente preocupante. Porque aquí, al menos en Euskadi, "todos deberían(mos) pedir perdón, no solo la izquierda abertzale". Preocupante... si esta conclusión fuera verdad. Todos cargaríamos sobre nosotros delitos políticamente graves de los que deberíamos pedir perdón. Pero no es verdad; es un sofisma producto de falsas simplificaciones, y no creo que estén dichas al buen tun-tún, pues encierran graves acusaciones. No comulguemos con ruedas de molino. Seamos rigurosos al hablar, sobre todo, hablando de los demás y más aún si les culpamos de algo. En Euskadi no todos tenemos que pedir perdón. Sí creo que la izquierda abertzale debería pedirlo.

Las dos simplificaciones son estas: primera, "todo el mundo debería pedir perdón por décadas y décadas de conflicto político, de acción y represión". Segunda, con implicación de ambigüedad, "porque aquí nadie ha sido mero espectador".

Parece claro que el diputado general de Gipuzkoa tiene en mente las cinco décadas de ETA. Sin embargo, el conflicto político vasco es bastantes décadas anterior a ETA y desde luego no es ETA. ETA lo manchó, en parte lo desprestigió y entorpeció. Quienes denunciaron, expresaron y formularon el conflicto político vasco, quienes planearon un método y trabajaron por darle una solución democrática y pacífica, el autogobierno del Pueblo Vasco, su libertad o independencia, no cometieron acción alguna delictiva ni antidemocrática. Sufrieron la enemiga de derechas e izquierdas, aguantaron la clandestinidad durante la dictadura del general Primo de Rivera y las dilaciones de la II República; incluso la cerrazón de la Santa Sede y Vaticano que exigía una alianza electoral con la derecha española... Fue un trabajo de décadas, meritorio política y éticamente que la Guerra Civil y el franquismo después reprimió, a veces brutalmente, siempre injustamente, castigando la mera expresión de ideas e ideales nobles y legítimos y toda manifestación de la identidad vasca en su alma y símbolos más queridos: el euskera, la ikurriña, hasta el kaiku de vestir fue perseguido y objeto de sanción. Si hubo represión, y la hubo, fue siempre de arriba, del poder, del Gobierno español. ¿A quién tiene que pedir perdón aquel nacionalismo tradicional democrático y otros muchos que, sin ser nacionalistas, por sentido democrático y humano, no apoyaron el franquismo sino que lo padecieron? Ninguno de estos tiene que pedir perdón a nadie ni agradecer nada a nadie, como no sea alguno a nivel individual. Les basta la satisfacción de haberse mantenido fieles a sus principios democráticos y humanos.

Durante los dieciocho primeros años de ETA (1960-1978), decadencia y fin del franquismo, algunos de los anteriores pudieron ver con cierta simpatía a aquellos jóvenes idealistas; la inmensa mayoría y oficialmente no, menos aún desde que comenzaron los asesinatos y atentados mortales. El nacionalismo tradicional sería el primer blanco de ETA y de las burlas de la kale borroka.

Así las cosas, la famosa Transición pudo ser hasta ejemplar en algún sentido. Sin embargo, demasiado timorata ante el ruido de los sables, pecó por omisión. No hizo justicia a las víctimas del franquismo durante y después de la Guerra Civil. No tuvo la valentía y honradez de pedir perdón a la sociedad por la violación de los derechos más elementales de las personas y de los pueblos durante cuarenta años. Una Transición que pretende echar al olvido, como un paréntesis peligroso, cuarenta años de opresión e ignominia no es una página gloriosa de una historia digna de ser magistra vitae. Deja una hoja en blanco como falta grave de omisión que alguien debiera escribir. El Gobierno democrático alemán que nada tuvo que ver con los crímenes de Hitler pidió perdón a Gernika por el criminal bombardeo de la villa perpetrado por la Legión Cóndor de infeliz memoria. Trescientos años después de la muerte de Galileo, Juan Pablo II pidió perdón a la ciencia moderna, a la sociedad y a la misma Iglesia por el injusto e inhumano trato dado a un sabio y gran cristiano, Galileo Galilei. Ni el Gobierno alemán ni Juan Pablo II tuvieron parte en los desmanes cometidos por los que humilde y sentidamente piden perdón. La institución, ese ente jurídico si los hay, cambiante y el mismo en el tiempo, hereda a veces deberes que deben ser satisfechos. Las personas que hicieron la Transición probablemente no tuvieron arte ni parte en los cuarenta años de franquismo, heredaron la deuda y no la pagaron. ¿Acaso se ha cortado la institución? O ¿han prescrito los delitos? ¿Sobra alguna vez el pedir perdón cuando aún viven las víctimas y su recuerdo? La dinámica del perdón es siempre interesante y eficaz.

Durante las cinco décadas de ETA -precisando al diputado general de Gipuzkoa-, la "acción y represión" se redujo, por una parte, a ETA y colaboradores, y, por otra, a las fuerzas del Estado o grupos extremistas como los GAL -si no tuvieron que ver con el mismo Estado, incurriendo en caso afirmativo en terrorismo de Estado-, el Batallón Vasco-Español, etc. Hay una represión legítima del Estado a toda acción terrorista, aunque ésta tenga en el fondo una motivación política legítima. No es extraño, sin embargo -lo vemos a diario-, el abuso del poder, la represión ilegítima e intolerable, hasta el mencionado terrorismo de Estado. Hubo mucho juego sucio con los socialistas en el poder de 1983 a 1987. Algo que lamentablemente nunca quedó claro, por más que alguien o más de uno acabara en la cárcel. Esto no disculpa a ETA y colaboradores, pero exigiría mayor claridad y verdadera justicia. Es probable que haya habido otros abusos menores de poder, casos de tortura, malos tratos, exceso de rigor y fallos en los derechos elementales a los presos, por criminales que estos sean. Ante estos, ETA y la izquierda abertzale se han mostrado con razón muy sensibilizados. Lástima que esa sensibilidad chocara con la casi fosilización de las fibras más humanas frente al tiro a quemarropa o en la nuca y a los atentados colectivos. Y eso durante las cinco décadas de ETA y los 34 años de la izquierda abertzale.

Por todas esas "décadas y décadas de conflicto político, de acción y represión" quienes deberían pedir perdón son quienes estuvieron implicados en ellas directa o indirectamente ¿pero qué perdón tiene que pedir el resto de la sociedad vasca que ha padecido de mil maneras directa o indirectamente las consecuencias de esa violencia de uno u otro sentido, las víctimas personales y familiares, los amenazados y chantajeados con impuestos revolucionarios, hasta el ama de casa y el último chiquillo que siente en el ambiente el tufo y el nerviosismo del terror de los dos lados, más en cantidad por la parte de ETA y colaboradores, más grave por parte del Estado, si llegó a "terrorismo de Estado"? Es verdad que "aquí nadie ha sido un mero espectador", pero en otro sentido muy distinto del que sugiere Martín Garitano, diputado general de Gipuzkoa. Aquí hasta la misma tierra vasca que ha empapado la sangre de las víctimas y el mismo aire ha quedado en ocasiones contaminado por odios destructores; aquí hasta el alma del Pueblo Vasco ha padecido. Ha habido honrados y valientes que han condenado la violencia de unos y de otros, violencia de hechos y palabras, violencia de actitudes y de gestos. La inmensa mayoría no ha apoyado ni aprobado la violencia de unos y otros, pero todos la han padecido. ¿De qué deberían pedir perdón? ¿Quizá de haber aguantado demasiado?

La dinámica del perdón me parece "especialmente interesante y necesaria tras décadas y décadas de conflicto político" ahora que ha sido arriada la violencia y confirmada la vía democrática. Una petición de perdón por quienes deberían pedirlo. Pero no una petición como quien escribe la palabra "perdón", con el pie sobre la arena de la playa esperando que la primera ola la borre, ni la de quien se desoja buscando la fórmula más aséptica y menos comprometida. Solo una petición sincera, sentida, de corazón, tiene la magia necesaria para ablandar aun la dureza de la venganza, convertida en generosa concesión del perdón necesario para la convivencia y pacificación del País y Pueblo Vasco.