HACE unos días un amigo me preguntaba por qué ahora el Día Internacional de la Mujer Trabajadora era ya solo conocido como el Día Internacional de la Mujer. Mi respuesta fue rápida, aunque no sé sí muy ortodoxa. "Es que mujer y trabajadora son sinónimos. Antes era redundante, pero a mí me parecía más rotundo. Lamentablemente, mujer también hoy significa paro y precariedad laboral", le contesté. Iniciamos así una conversación que, tal vez, más a menudo debiéramos tener hombres y mujeres.
Comentando la polémica surgida en torno al estudio Sexismo lingüístico y visibilidad de la mujer constatamos que de los casi cuarenta académicos de la RAE que suscribían este informe apenas cinco eran mujeres.
Hay lenguaje sexista en la medida que hay actitudes y realidades sexistas. El lenguaje es un símbolo. Las palabras siempre encierran un mundo repleto de significados. Casi nunca son neutras. Sin embargo, no lo tenía tan claro en el caso que nos ocupa de la invisibilidad de las mujeres en el idioma español. "¿No crees -me preguntó- que también se han cometido muchos excesos con el lenguaje, desde cuando se empezó a utilizar la @ o el o/a para todas las terminaciones, hasta los tiempos del "vascos y vascas" del lehendakari Ibarretxe?".
"Con su fuerza y reiteración, las palabras se convierten también en armas que ayudan a cambiar las sociedades, que ayudan a avanzar hacia realidades más justas e igualitarias" fue mi primera respuesta. Y es que desgraciadamente aún queda tanto por hacer. El espejo de aquel "vascos y vascas" de Ibarretxe intentaba transmitir una apuesta firme por Emakunde y las políticas de igualdad.
Hace apenas unas semanas, se celebraba en Juntas Generales de Bizkaia un Congreso bajo el título Construyendo igualdad de género. La conclusión más evidente es que todavía queda tanto por hacer. Hoy se entregarán en Diputación los Premios Berdintasuna. Afortunadamente son muchas las entidades, asociaciones, instituciones y mujeres que luchan por la igualdad.
"¿Pero y hombres?" nos cuestionamos al unísono. En la actualidad el programa Gizonduz y la Carta de los hombres por la Igualdad son solo un recuerdo, constataba mi amigo quien, con más de otros diez mil vascos, se había sumado a esa iniciativa comprometiéndose a luchar contra el sexismo al tiempo que se cuestionaban los roles de la masculinidad tradicional, se lanzaban efectivas campañas de sensibilización y se impulsaba el compromiso de los hombres contra la violencia machista. En los últimos años, el Instituto Vasco de la Mujer se ha ido descapitalizando mientras se incrementaba una visión policial, para nada integral, de la lucha contra la violencia de género desde el Departamento de Interior. Confiemos en que no se siga desandando el trabajo de décadas, fruto del consenso entre instituciones, partidos políticos y asociaciones de mujeres.
En plena confesión con mi amigo, me atreví a enseñarle una voluminosa carpeta en la que guardo joyas sexistas aparecidas en medios de comunicación. Es como la lluvia fina, el sirimiri, que va calando sin darnos cuenta. No suelen ser especialmente llamativas ni aparentemente hirientes, pero sí constantes. Desde esas secciones de negritas en las que solo aparecen hombres en texto y fotos, hasta entregas de premios en las que todos los galardonados, en una y otra edición, siempre son solo varones. Noticias sobre actividades económicas, sociales y políticas que solo reflejan a los integrantes de la mitad de esta sociedad. Y qué decir de aquellas fotos de Letizia Ortiz y Carla Bruni, o de los ríos de tinta sobre el escote de Angela Merkel. Son solo algunos ejemplos. La carpeta de agravios e invisibilidad parece no terminarse nunca.
Un vistazo a las manchetas de los medios de comunicación ayuda a buscar alguna de las razones de esta persistente tendencia. ¿Cuántas periodistas acceden a cargos de responsabilidad en los periódicos vascos? La cifra es sencillamente ridícula. Les animo a analizar la cercana página 3 del propio DEIA, pero sepan que la misma situación se la van a encontrar en los demás medios.
No carguemos, en todo caso, las tintas sobre los medios de comunicación. Tan escasa es la presencia de mujeres en las direcciones de periódicos como lo es en los consejos de administración de las empresas vascas, ni más ni menos que en las españolas. Solo experiencias como las de Noruega han demostrado que es posible obligar a las grandes corporaciones a adaptarse a leyes de cuotas de género que han permitido pasar en menos de una década del 7% al 44% de presencia de mujeres en sus órganos de gestión.
Y sí, en la política el avance ha sido indudable, pero todavía la militancia en los partidos se concibe con los horarios y formas de trabajo de los hombres, al margen de toda conciliación de las responsabilidades familiares. Y demasiado a menudo somos las mujeres quienes renunciamos a mayores compromisos para preservar nuestras otras obligaciones, no siempre compartidas.
"¿Es imprescindible para una mujer actuar como Dama de Hierro para poder progresar en la actividad política partidaria?", inquirí a mi amigo, sin darle tiempo casi a responder. Y es que creo que es innegable que Fernández de la Vega, Zenarruzabeitia, Saénz de Santamaría, Ariztondo, Greaves, Alonso, Cospedal, Bilbao, Celaá, Aguirre, Quiroga, Mendia y tantas otras más han tenido que superar muchísimos más prejuicios que sus compañeros de militancia. Las continuas carreras de obstáculos confirman los tics sexistas en el mundo político y mediático. Tics que por el qué dirán hacen más difícil a las mujeres poder aportar en la actividad política nuestros puntos de vista más sensibles, humanos y solidarios. Y, claro, como ocurre con los hombres, hay buenas y malas políticas, como no podía ser de otra forma, pero la lupa escrutadora siempre es más inmisericorde con los errores de una mujer.
"¿Y qué me dices del paternalismo con que tantas veces somos tratadas por nuestros compañeros en la política?". Sí, como segunda máxima representación institucional de Bizkaia, desde la Presidencia de Juntas Generales, les tengo que confesar que demasiado a menudo se trata a las mujeres como invitadas toleradas en el espacio público y no como ciudadanas de pleno derecho con altas responsabilidades. Con tristeza, pero sin caer en el desánimo, lo digo por mi propia experiencia.
Y en esto, claro, tengo que reconocer que hay hombres y hombres. Hay personas que apuestan por la igualdad en todos los terrenos de la vida. Pero todavía sigue habiendo políticos que -desde su altura y corpulencia física- creen que pueden cerrarnos el paso. Piensan -desde su misoginia- que pueden no abrir su círculo impenetrable a esas mujeres, más si somos de baja estatura, que para ellos parecen ser invisibles en inauguraciones, actos sociales, asambleas o mítines políticos. Y, a veces, cual damas de hierro, nos toca abrirnos paso a codazos.
La batalla de la igualdad se libra todos los días del año, buscando aliados en muchos hombres que tienen una misma forma de pensar y actuar, pero -como le subrayé a mi amigo- creo que hoy, 8 de marzo, bien podemos las mujeres celebrar nuestro día, nuestro doble día, como mujeres y como trabajadoras, ese redundante sinónimo con el que empezaba mi conversación con ese amigo al que tenemos que ganar para esta causa compartida entre mujeres y hombres, hombres y mujeres.