EL "cese definitivo de la actividad armada" decretado por ETA, más allá del tan ansiado fin de la violencia, del alivio que supone para miles de personas liberadas de la angustia de la amenaza y de lo que supone de apertura de un nuevo tiempo político-social de reconciliación y convivencia en Euskadi, debe situar en un nuevo contexto eso que eufemísticamente y desde el mundo de la izquierda abertzale viene denominándose como "las consecuencias del conflicto", es decir, fundamentalmente víctimas y presos. En ambos campos comienza a haber, en este sentido, movimientos. Es evidente que la estrategia de la izquierda abertzale pasa por intensificar la presión, tanto en la calle como a nivel institucional, en favor de una hipotética e improbable amnistía. Una cuestión delicada que hay que abordar con suma prudencia. Nada impide, sin embargo, explorar otro tipo de medidas no ya solo perfectamente legales sino de estricta justicia con las personas presas y también con sus familiares, sometidos a un doble castigo que excede con mucho y entorpece más que favorece el teórico objetivo de la reinserción. Sería muy positivo, para arrancar, encauzar y, en su caso, acelerar este proceso, que los propios presos -e incluso sus familiares- hiciesen gestos inequívocos y pronunciamientos claros de reconocimiento del sufrimiento causado de manera tan brutal y de reconocimiento de las víctimas de su violencia armada. Sin embargo, el agonizante Gobierno de Zapatero no tiene fuerzas ni legitimidad para iniciar siquiera una nueva medida en este sentido. Por otro lado, las víctimas afrontarán también un proceso especialmente doloroso. Es humanamente comprensible que muchas de ellas sientan redoblar su dolor ante algunas expectativas que se abren. Ayer, en las calles de Madrid, distintas asociaciones de víctimas volvieron a reclamar el fin de ETA "sin impunidad" y "con vencedores y vencidos". Como viene siendo habitual en este tipo de concentraciones, proliferaron las banderas rojigualdas, la presencia de miembros del ala más derechista del PP (Mayor Oreja y Carlos Iturgaiz en primera fila) y alusiones y gritos contra la "traición" que ha supuesto el cese de ETA, al que algunos como el exministro de Interior en la etapa de Aznar aseguró que se ha llegado tras un "apaño" con los terroristas. Pese a este tipo de exaltaciones y otras que podrán verse en el futuro, las víctimas, todas las víctimas y arropadas por la sociedad en su conjunto, deben jugar un papel esencial en el proceso hacia la paz definitiva. Corresponderá al Gobierno que salga de las urnas el próximo día 20 -irónicamente, podría corresponder a un PP en pleno viraje- la gestión de estos espinosos asuntos que, sin embargo, no pueden esperar a ritmos preelectorales, electorales y postelectorales. También víctimas y presos, cada uno en su ámbito, tienen mucho que aportar. Siempre con mesura y espíritu constructivo.