TÚNEZ encendió la mecha de las revueltas en los países árabes del norte de África y de Oriente Medio y Túnez ha sido también el primero en canalizar hacia las urnas la indignación de los ciudadanos. La denominada Primavera Árabe ha desembocado en un otoño electoral que debería asentar la transición hacia la democracia y el adiós a los regímenes dictatoriales que han estrangulado a unas sociedades ya de por sí vapuleadas por las condiciones económicas y de desarrollo social bajo las que viven. En esa cita con las urnas, a Túnez le seguirá Marruecos, luego vendrán las elecciones en Egipto y, de momento, el círculo se cerrará con la convocatoria hecha por Bashar al Assad en Siria. Los casos marroquí y sirio ponen de relieve que la Primavera Árabe se ha vivido de forma bien distinta dependiendo de cada país. El reino alauí, que cuenta con un barniz democrático que se agrieta y se repinta de cuando en cuando, decidió adelantarse a una posible revuelta social e impulsó un cambio constitucional que recorta los poderes del monarca; el régimen sirio, en un dramático ejercicio del palo y la zanahoria, ha convocado elecciones municipales para intentar poner el contrapunto democrático a la dura represión que mantiene contra la oposición. Tampoco es idéntica la situación en Túnez y en Egipto. En el primero de los países, la pugna se da entre los partidos de inspiración religiosa y los laicos. Túnez ha imprimido en su tarjeta de visita su condición de país no islamista y muchos ciudadanos y dirigentes políticos temen que un avance islamista suponga años de retroceso en la concepción de una sociedad que mira a la modernidad. En Egipto, en cambio, el temor es que los militares se perpetúen en el poder, a través de nuevos partidos políticos nacidos tras la caída de Hosni Mubarak. Y la situación tampoco será igual, seguro, en Libia, cuya revuelta convertida en guerra civil ha dado su último y definitivo paso esta misma semana, con la muerte de Muamar al Gadafi. El presidente del Consejo Nacional de Transición (CNT), Mustafa Abdulyalil, dijo ayer que "como nación musulmana, hemos tomado la sharía (ley islámica) como fuente del derecho y cualquier ley que contradiga los principios del Islam es nula a todos los efectos". El gobierno creado por la CNT deberá liderar la transición a la democracia y, según la ruta anunciada por este consejo, convocará elecciones en el plazo de ocho meses. El anuncio de situar fuera de la ley cualquier movimiento que contradiga los principios del Islam habla bien a las claras sobre lo tortuoso del camino que se abre. Y mientras la Primavera Árabe va dando unos frutos tan dispares, los ojos de la comunidad internacional se dirigen ahora hacia Yemen, donde el presidente Abdulá Saleh se niega a dimitir en medio del caos que vive su país. Todo apunta a que para él, habrá un otoño negro.
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