La pobreza real
La duración y crudeza de la crisis ha cronificado la precariedad de miles de familias. Cada vez son más las ayudas económicas atendidas por Cáritas y que la administración mire hacia otro lado no soluciona el problema sino que justamente lo cronifica
EN medio de las informaciones referidas a la macroeconomía, a los rescates financieros y los indicadores de la crisis mundial, asoman las historias de cientos de miles de personas necesitadas de ayudas sociales para ahuyentar la exclusión y seguir adelante. El entorno familiar, como red de apoyo fundamental de las sociedades de nuestro entorno, sigue siendo el principal sostén para superar las situaciones de dificultad económica, pero cuando esta falla o cuando no se tienen resortes de apoyo (como es el caso de la población inmigrante), organismos como Cáritas se convierten en referencias ineludibles para medir el alcance de la crisis en la vida real de las personas. En su último informe referido a 2010, se cifra en 12.775 los vizcainos atendidos por la organización humanitaria, un 2,3% más que el año anterior. Es decir, que el colectivo en riesgo de exclusión social se va incrementando de forma peligrosa en estos tiempos de dura crisis. Una cifra que refleja toda su crudeza cuando se señala que ha sido necesario aumentar la dotación para cubrir sus necesidades, ya que se agudiza la situación de estas personas en la medida en que van agotando los pocos ingresos de los que podían disponer, bien del desempleo o de los fondos previstos por las administraciones, lo que en el caso vitoriano está colocando a muchas personas en la tesitura de pedir ayuda para poder pagar la hipoteca y no perder su hogar. Una de las principales denuncias precisamente va dirigida a la administración, por el retraso en la concesión de ayudas, lo que acaba arrastrando a muchos demandantes a buscar amparo en organismos como Cáritas, incrementando a su vez las dificultades por las que estos pasan para atender a un número cada vez mayor de usuarios. Porque pretender ignorar que existe un grupo de población en riesgo de exclusión o sumida en ella que va en aumento, retrasando estos pagos o pretendiendo incrementar los requisitos de acceso, es solo mirar hacia otro lado, no resolver el problema. De hecho, las ayudas económicas -de todas las que ofrece Cáritas- han crecido un 22% respecto a 2009, lo que supuso un gasto el año pasado de tres millones de euros, un 34,5% más. Y ahí llega otro de los problemas: los ingresos de este organismo se quedaron en 2,7 millones de euros. Si a esto añadimos que el horizonte del mercado laboral no termina por despejarse, se concluirá que las secuelas de la crisis perdurarán aún en el tiempo allí donde más nos debería importar a todos, en las personas, en nuestros propios vecinos. Con un apunte especial que no por conocido deja de tener una extraordinaria importancia: el perfil del solicitante de ayuda humanitaria, el colectivo más vulnerable, es el de una mujer joven -entre 31 y 45 años- con cargas familiares, sin trabajo y sin formación. El drama sigue teniendo rostro de mujer.