Treinta años de sida
Tres décadas después del inicio de una epidemia de efectos demoledores con millones de personas muertas en todo el mundo y riesgo de estigmatización social, la enfermedad está controlada pero no derrotada, ya que se ha bajado la guardia
DESDE que el 5 de junio de 1981 el Centro para el Control y Prevención de Enfermedades de Estados Unidos convocara una rueda de prensa para explicar la aparición de cinco extraños casos de neumonía en Los Ángeles, el Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida (sida) se ha ido extendiendo por todo el mundo afectando a más de 33 millones de personas, el 65% de ellas en el África subsahariana. En Euskadi se calcula que la epidemia ha contagiado a más de 10.000 personas. La comunidad homosexual fue el primer colectivo con el que se identificó la enfermedad al detectarse en este grupo los primeros casos -de hecho, a principios de los 80, cuando aún se ignoraban sus causas y formas de contagio, se conoció como síndrome gay- lo que generó mensajes apocalípticos sobre las consecuencias de algunas preferencias sexuales. Posteriormente, fue asociado a los toxicómanos, especialmente a los heroinómanos. Todo ello hizo que, de forma simplista pero inevitable, se identificara al sida con colectivos marginales. Pero fue cuestión de tiempo que la inmunodeficiencia provocada por el VIH se extendiera por toda la población, por todos los continentes y todas las razas. En ese tránsito, colectivos ciudadanos, organizaciones internacionales y gobiernos -no todos con la misma implicación dada la influencia de algunas religiones sobre las decisiones políticas- han ido activando planes de prevención y de sensibilización que han ido frenando la extensión de una enfermedad que ha ocasionado millones de muertos. Esas mismas campañas han logrado erradicar gran parte de los prejuicios que existían en la sociedad en torno a las posibilidades de contagio de la enfermedad; basta recordar las polémicas que surgieron en Euskadi en el caso de la escolarización de los niños con VIH, debates que, afortunadamente, hoy ya están superados. Paralelamente, los avances en el descubrimiento del virus, el desarrollo de un anticuerpo y los tratamientos que se han generalizado en los países occidentales han permitido reducir drásticamente la mortandad y convertir el sida en una enfermedad crónica con la que, mal que bien, se puede convivir. Y aunque los avances han sido espectaculares, aún hay mucho donde trabajar. África sufre una pandemia que ha derivado en una catástrofe humanitaria que se ha convertido en un verdadero obstáculo para el desarrollo del continente. Por otro lado, la cronificación de la enfermedad, su socialización y, sobre todo, la disociación con una muerte segura como era en sus inicios está generando efectos perversos en las sociedades occidentales que ven cómo se baja la guardia en las medidas de prevención. No en vano, el hecho de que el colectivo gay esté abandonando el "sexo seguro" es, hoy por hoy, el principal motivo de preocupación de los expertos.