Respuestas al mensaje de las urnas
Al PNV se le pretende poner sobre la mesa opciones que suponen asociarse con quien le desalojó del Gobierno vasco pese a haber ganado las últimas autonómicas, o con quien tiene como fin declarado sustituirle en el liderazgo abertzale y del país
LAS elecciones del domingo pueden producir una difícil digestión de resultados. Por inanición en algunos casos o por atracón en otros, el caso es que hay un problema real de que el país acabe atascado o agarrándose las tripas si no se impone el pragmatismo de comprometerse con la responsabilidad central de toda clase política: velar por los intereses del conjunto de sus administrados. Una responsabilidad que no tiene por qué estar reñida con la legítima aspiración de poner en práctica las convicciones de cada cual en el ejercicio de la administración pública pero que, sin mayorías absolutas, requiere priorizar los mínimos comunes denominadores que garanticen el desarrollo de un país desde modelos de gobierno coherentes.
Llegar a estas condiciones requiere de reflexiones muy sinceras, aunque en ocasiones sean dolorosas o muy prudentes aunque la euforia dicte otras tentaciones. Porque algunas voces modestas venimos advirtiendo que la mera presencia de Bildu en las urnas no es capaz de sacar al país de la crisis que le ha duplicado los índices de paro y minimizado los de crecimiento como en su día la mera voluntad del discurso del cambio que dio lugar al pacto PP-PSE no impidió que nos metiéramos en esa crisis hasta las cachas.
Hoy, el país afronta una realidad electoral que debe asumirse y gestionarse. Somos tal y como nos hemos retratado, con nuestros motivos para acudir a las urnas y con los que nos han animado a quedarnos en casa. Al menos esta vez, aunque no desesperen, nadie nos ha acusado de ser una sociedad inmadura, como cuando una década atrás una participación masiva y sin equivalente dibujó la derrota de aquel frente antinacionalista que hoy, con menos ruido, nos gobierna.
Este acuñó un discurso tan recurrente como útil, al parecer, en torno al cambio. Útil porque a la vista está que es por sí mismo suficiente para concitar respaldos muchas veces sobredimensionados. No menos legítimos, pero sí pendientes de aprobar el examen de los contenidos. Felipe González llegó envuelto en el cambio; José María Aznar lo hizo con el mismo leit motiv; a Patxi López no le hemos podido sacar aún mayor contenido a ese mensaje y ahora Bildu vuelve a hacer brillar el término. Los precedentes le obligan a dotar a ese enunciado de un fondo que no desinfle su mensaje con la sonoridad con la que se han deshecho en el aire quienes compartieron el discurso comodín.
Bildu tiene el derecho de materializar su respaldo electoral ejercitando el liderazgo en la conformación de gobiernos allí donde sea capaz. Esto implica que, como país, debemos escuchar sus propuestas y el resto de fuerzas deberán valorar si son merecedoras de su respaldo. Porque, hasta ahora, sabemos el país que Bildu no quiere pero no conocemos su alternativa, su cambio. Sabemos que no quiere proyectos de infraestructuras que otros consideran vitales o que no apoya fusiones de cajas en los modelos que la legislación está forzando. Y con el respaldo de uno de cada cuatro votantes, tiene el derecho de proponer alternativas. Pero no el de olvidar que lo hará a los representantes de los otros tres.
Interiorizar esto cuanto antes es el camino para bajar de la retórica a los hechos. Quizá no esta semana -ayer mismo, la receta del candidato a diputado general de Gipuzkoa, Martín Garitano, para propiciar el desarrollo del territorio se redujo a "no cegarnos por el polvo del cemento", en alusión a las infraestructuras objeto de debate-, pero sí de inmediato porque todo lo que no sea tocar el tuétano de las necesidades reales del país cuanto antes convierte ese discurso del cambio en otro brindis al sol. Háblese con Bildu y escúchense sus recetas. Veamos como sociedad si debajo del músculo electoral de la segunda fuerza política hoy existe un modelo económico de desarrollo, un modelo fiscal sostenible que garantice el crecimiento y los servicios sociales, una estrategia de pacificación con plazos y garantías. Este último apartado es central. Porque, según su propio compromiso, estas elecciones implican el fin de ETA a expensas de que se dé por enterada. Y deben ser el fin de la tradición de la izquierda abertzale del qué hay de lo mío. No cabe poner más deberes a las fuerzas políticas con presencia institucional porque hoy ellos son una fuerza con esa presencia y la obligación de dar cuerpo a ese caudal de votos por la paz. Como tampoco cabe prolongar más el beneficio de la duda a un discurso retórico porque no hay tiempo.
Lo contrario, el caso de que la primera fuerza de cada institución no obtenga mayorías suficientes, deberá abrir la puerta al resto de opciones. Que Bildu gobierne en Gipuzkoa, el PNV en Bizkaia o el PP en Araba será consecuencia no solo de ser la primera fuerza del territorio sino de su capacidad de liderar mayorías absolutas o la inexistencia de mínimos comunes denominadores sobre los que construir consensos superiores entre el resto. Todas las fuerzas políticas han sido históricamente copartícipes de esa realidad y, ahora que el panorama político no está ya lastrado por la exclusión de un sector del país, el juego es aún más legítimo. Aunque inequívocamente peligroso para quienes siguen ocupando el centro sociopolítico.
El PNV está siendo directa o tácitamente apelado por quienes hasta el domingo sostenían que su objetivo es sustituirle. Tanto la propia coalición Bildu como el PSE sugieren más o menos explícitamente que está en manos jeltzales dar coherencia al modelo de país, desde la apuesta nacional-soberanista o desde el pragmatismo más moderado. La credibilidad de ambos mensajes es igualmente cuestionable y nada apunta a que cualquiera de ambas opciones no sea sino la antesala de otro desmarque cargado de reproches tan pronto como el futuro calendario electoral así lo dicte. Lo perverso del asunto es que, incluso en ese escenario, una de ambas opciones es la que deberá materializarse porque no hay plan C. Con ambas, el PNV afronta un desgaste -y van?- y la necesidad de hacer comprender a su electorado los motivos para asociarse bien con quien le desalojó del Gobierno vasco pese a ganar las últimas elecciones autonómicas, bien con quien tiene como principio declarado sustituirle en el liderazgo abertzale y del país.
Antes de las pertinentes reuniones entre partidos que deben servir para despejar presunciones y concretar proyectos, la fuerza emergente no es una elección fiable. Pero la recesiva tampoco. Su propio discurso del cambio también está desmentido por los votantes. No hubo nunca una mayoría social que demandara desbancar gobiernos aber-tzales y aferrarse precariamente a Ajuria Enea no es el mejor aval para construir futuro con el PSE. Patxi López salió ayer del shock tras un silencio largo y estruendoso como secretario general de su partido sin un mensaje para los ciudadanos vascos, pero dando consejos a otros más respaldados socialmente que él. Este lehendakari se lava las manos y prioriza la situación de su partido a la de su país para eludir su papel en el fracaso del domingo y endosarle esa factura al cuerpo incorrupto de Rodríguez Zapatero. Humildad, compromiso y responsabilidad en dosis masivas es lo que recetaron las urnas el domingo. Y nadie puede dejar de sentirse apelado por ese llamamiento.