mE parece que va siendo hora de replantearse el tópico de que en Euskadi es imposible ligar. En especial, hay que reconsiderar la explicación que dan los hombres: que aquí las mujeres son frías, bordes y sólo quieren casarse y un chalé en Getxo.
Nunca me lo he creído. Y después de que varias amigas me hayan contado sus frustrantes experiencias a la hora de encontrar pareja o de, simplemente, to have fun, me lo creo muchísimo menos. Vaya de antemano que son chicas que cualquiera en su sano juicio se sentiría orgulloso de tener a su lado (¡Qué comedido y elegante me ha quedado esto!). Me avergüenzo de mi propio género cuando me hablan de mensajes amables, y con una pizca de chispa, que no tienen respuesta; de tarados que para no quedar con ellas ponen como excusa «compromisos previos con su cuadrilla»; y de comportamientos propios de autistas o cavernícolas.
De acuerdo, ya sabemos que en Euskadi los hombres no se desenvuelven como Cary Grant, que su competencia social y comunicativa es muy mejorable. Pero si una chica guapa te invita a bailar salsa, no balbucees una negativa y te des media vuelta como si te hubiera pedido que le donaras un riñón. Yo, que tengo dos pies izquierdos, también diría que no, pero con una sonrisa, y agradecería la invitación ofreciéndole una copa. Es lo menos que se puede hacer, ¿no?
Todo esto no me molestaría tanto si luego, en el vestuario del gimnasio, no tuviera que presenciar escenas sacadas de Gorilas en la niebla. Los hay que hasta se golpean el pecho con sus puños peludos mientras narran las hazañas del fin de semana. La medida en que algunos se autoengañan no deja de sorprenderme. Más les valdría dar el salto de la fantasía a la realidad, donde corres el riesgo de recibir una negativa, pero donde también puedes pasarlo muy bien, y además resultas más verosímil cuando lo cuentas.