LLevo nueve meses haciendo un minucioso estudio de campo. Desde verano estoy examinando las pelambreras de mis coetáneas entre 35 y 50 años. ¡Tranquilos, solo reviso cabelleras! Ríanse si quieren, pero les juro que ha sido riguroso. He concluido que hay una especie de fobia social femenina a cortarse el pelo. No hay una frase más pronunciada en cualquier peluquería que córtame solo las puntas. Si la peluquera se excede más allá de los dos o tres centímetros, el tema adquiere tintes de tragedia griega. Es que bien mirado, cortarse el pelo es una decisión trascendental. Estás optando por algo que te puede arruinar el estado de ánimo o dar el subidón que necesitas. Además el mayor porcentaje de cambios de look obedece a problemas sentimentales. Eso, sin contar que puedes salir con un corte a lo huevo duro, ése que parece que acabas de adquirir un disfraz de Calimero, o a lo gallo de pelea, si te dejan un quiqui en lo alto de la chaveta. Por eso está científicamente demostrada la paranoia que tenemos millones de mujeres a la tijera. Hay un temor casi atávico a llevar el pelo pixie o el pelo a lo garçon. Todo porque dice la leyenda que ir greñuda te hace más sexy y potencia la feminidad. ¡Pues anda que Isabel Pantoja! Luego está la crisis, otro factor decisivo que nos deja en casa con el tinte y la boatiné y que provoca que se vean unas melenas que dan mucha grima. Así que pensé en Marilyn Monroe, en Ava Gardner, en Liz Taylor... y me he cortado el pelo. ¿A que estoy mona?
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