El puzzle checheno
La islamización y la lucha por el dominio del inestable y geoestratégico Cáucaso desdibujan el pasado del conflicto y lo abocan a una violenta espiral de confusión condicionada por intereses ajenos a la aspiración nacional de Chechenia
EL brutal atentado suicida que causó ayer más de una treintena de muertos y decenas de heridos en el aeropuerto moscovita de Domodedovo devuelve de forma dramática a la actualidad un conflicto que permanece sin resolver desde que Rusia incorporó por la fuerza de las armas a Chechenia al final del siglo XIX. Un conflicto violento desde su inicio y que hoy, años después de que Moscú diera por finalizada la última guerra de manera oficial pero falsa, permanece latente en toda su crudeza al igual que se mantuvo durante más de un siglo hasta que el desmembramiento de la URSS dio paso a la proclamación de una república independiente que apenas duró tres años y desembocó en ese último enfrentamiento bélico y atroz que se cebó especialmente en la población civil. Desde entonces y en esta última década, el problema checheno posee además dos características que contribuyen en cierta forma a desdibujar su pasado y sin lugar a dudas a un recrudecimiento violento de su presente cuando no de su futuro: la islamización de la resistencia chechena (y la radicalización de la misma y de sus métodos) y su cada vez más intrincada interrelación con los numerosos conflictos -Daguestán, Osetia del Sur, Abjasia, Nagorno Karabaj...- que salpican una de las zonas más inestables del mundo y en la que importantes intereses en juego alrededor de la producción y el transporte de petróleo hacia Europa se conjugan con la extrema diversidad étnica y religiosa. Azuzado todo ello por la pulsión que empuja a Moscú a tratar de acrecentar su papel de gran potencia -para el que el dominio del Cáucaso es clave- y los esfuerzos de Estados Unidos por contener o retrasar dicha ambición. En ese complicado puzzle geoestratégico y tras la deriva de la resistencia chechena hacia el extremismo religioso y tribal es prácticamente imposible determinar quién o qué condiciona, mantiene y promueve cada acto de una violencia que para mayor complejidad está históricamente alimentada por un sentimiento de venganza familiar con raíces en la limpieza étnica y las deportaciones sufridas en la década de los cincuenta y actualmente avivada por los masivos crímenes contra la población civil desde la última ocupación rusa, tal y como denunció reiteradamente la periodista Anna Politkovskaya, asesinada precisamente por ello hace más de cuatro años. Y el cruel atentado de ayer (como ya sucediera con el que hace menos de un año costó cuarenta muertos en el metro moscovita, con el que en noviembre de 2009 provocó decenas de víctimas en el tren a San Petersburgo, el dramático asalto de un colegio en Beslan en 2004 o la ocupación del teatro Dubrovka de Moscú en 2002); en cualquier caso, sólo contribuye a aumentar esa espiral de violencia y confusión que ha diezmado al pueblo checheno y cercenado sus derechos.