Siento un respeto profundo y solidario por el dolor de cuantas personas conocían y amaban a Mikel, por supuesto. Pero llevo una vida dedicada a enseñar a conducir y al hilo de los acontecimientos derivados del terrible y cruel accidente del Puente Colgante, temo, que en los jóvenes en general -y, especialmente, en los más próximos a Mikel-, prenda una equivocada idea sobre las consecuencias de nuestros actos. Vivimos en una sociedad sobreprotectora que anestesia el básico instinto de supervivencia de sus miembros hasta extremos tan gravemente peligrosos como homicidas.

Es evidente que entre la seguridad, o inseguridad, del Puente Colgante y el accidente, no existe relación causa efecto. Pero sí se da, entre el accidente y dos hechos (no jurídicamente probados, pero sí constatados): velocidad inadecuada, por exceso; y nula o deficiente acción sobre el freno. ¿Qué dio lugar a estos dos hechos? No lo sé, pero creo que esta pregunta señala el camino a andar. Aunque el Puente Colgante careciese de barrera, si la velocidad es lo bastante baja, a nada que se pise el freno, es imposible caer a la ría. Si hubiese estado alguna persona en la plataforma (trabajador del puente, ciclista, motorista…) muy probablemente nos doleríamos por más víctimas.

Lo que a continuación voy a decir, quizá no tenga relación alguna con el trágico suceso objeto de esta carta, mas lo diré igualmente porque, tal vez, a alguna persona le sea útil. Todos los que nos dedicamos a enseñar a conducir, podemos ver cómo casi todos los alumnos a lo largo de su paso por la autoescuela en alguna ocasión -generalmente, varias- ante una situación de riesgo inminente de colisión o atropello aceleran a fondo -literalmente- a pesar de las indicaciones que antes y durante les demos; y suelen quedarse así, durante unos segundos, bloqueados por el pánico aun cuando el coche ya ha sido detenido por nosotros. Siempre me pregunto, cómo podríamos asegurarnos -ellos, nosotros, todos- de que esto jamás ocurra cuando conduzcan solos. Personalmente toma cada vez más cuerpo la sensación de que es bastante probable que lo dicho les ocurra a demasiadas personas. ¡Ojalá me equivoque!