La premisa de Iceta
El momento elegido para nombrar obispo de Bilbao a Mario Iceta permite adivinar que el Vaticano conoce los recelos que el mismo despierta en la diócesis y que toda labor pastoral tiene como condición previa indispensable la necesidad de superarlos
EL nombramiento por el Papa Benedicto XVI como obispo de Bilbao de Mario Iceta, hecho oficial ayer tras más de dos años de labor del prelado en Bizkaia, donde venía desempeñando el papel de administrador apostólico desde el traslado de monseñor Ricardo Blázquez a Valladolid en abril; puede sorprender únicamente por el momento elegido, en pleno agosto y en mitad de Aste Nagusia, cuando la certeza del mismo se hizo patente ya en el instante de su llegada, en 2008, aunque la fecha elegida seguramente se explique en las reticencias surgidas en el seno de la diócesis respecto a ciertas características de su trayectoria pero, sobre todo, al modo en que se estaba realizando el proceso de su designación. El hecho de que Iceta fuera el candidato preferido -y señalado- de la Conferencia Episcopal Española, que preside y domina el cardenal ultraconservador Antonio María Rouco Varela, y su histórica relación con el Opus causaron y causan más que recelos en amplios sectores de la Iglesia vasca, agitados aún más tras la designación en noviembre de 2009 del también muy conservador José Ignacio Munilla como obispo de San Sebastián en sustitución de José María Uriarte y también a propuesta de Rouco Varela. Ambos casos, además, se podían y pueden entender fácilmente como un intento de cambiar la orientación y la realidad de la Iglesia vasca, tradicionalmente mucho más cercana a la sociedad en la que se imbrica que al conservadurismo asentado en Roma, a los deseos de Madrid y a las necesidades surgidas de las relaciones entre ambos. Fue, de hecho, la nula consideración de la Conferencia Episcopal y en consecuencia del propio Vaticano a las características, requisitos y opinión de la diócesis la que llevó a que se cuestionara muy seriamente entre los católicos de Bizkaia la idoneidad de la decisión y la que originó que setecientos sacerdotes y laicos solicitaran en sendas cartas al nuncio del Papa en España, Renzo Fratini, y posteriormente a la Congregación para los Obispos, cuyo secretario, Manuel Monteiro de Castro, ha negociado directamente con el Gobierno español la crisis en la relación entre Madrid y el Vaticano, que en virtud de una interpretación del Código de Derecho Canónigo se tuviera en cuenta en los nombramientos la opinión de aquellos con y sobre los que el obispo, en este caso Iceta, debería ejercer su labor pastoral. El Papa ha dejado pasar tres meses desde que aquellas misivas se hicieran públicas para oficializar el nombramiento -quizás también para separarlo del de Munilla-, de lo que se puede deducir que Benedicto XVI conoce que los recelos en el seno de la Iglesia de nuestro país existían y persisten. Superarlos será conditio sine qua non de la labor pastoral de Mario Iceta ya como obispo de Bilbao.