Estamos bajo la influencia de un letargo veraniego que camina por su ecuador. Lo cierto es que para todos llegará septiembre, con la alforja llena de asignaturas pendientes.
A nivel colectivo las cosas se presentan bastante complicadas. No hay paréntesis que valga para los problemas sociales, económicos o políticos. Cargos públicos e instituciones, tanto públicas como privadas y a todos los niveles, harían bien en mantenerse al pie del cañón, con las pilas bien cargadas, sin dejar para mañana lo que pueda hacerse hoy.
Es evidente que el Estado se enfrenta a una doble problemática: la económico-social y la política. Pues bien, en esta situación ver la lucha partidista PP y PSOE, mezclando churras con merinas a su conveniencia, clama al cielo. Y si volvemos la vista hacia los nacionalistas catalanes y vascos, no dejan de surgir preguntas. ¿Serán capaces de arrimar el hombro para superar el descalabro económico del Estado? ¿Darán prioridad a la defensa de sus identidades nacionales visto el desmadre del nacionalismo español? ¿Cabe una transversalidad socio-económica, mientras continúa la guerra sin cuartel en el campo de la política?
Dejemos a los catalanes que vayan haciendo su camino y volvamos a Euskal Herria.
Los destrozos del desgobierno del Sr. López y la sentencia del TC español sobre el Estatut se convierten en un obstáculo. Han pisoteado de tal modo toda posibilidad de transversalidad política que avanzar en pactos socio-económicos acaba resultando repugnante, hasta para el soberanismo más moderado. Defender la nación vasca, jugando al mus con ZP en Madrid y con los regionalistas en las instituciones vascas, empieza a no funcionar. Tampoco sirve lanzar críticas, a diestro y siniestro, sin plantear alternativas capaces de ilusionar al pasotismo y reunificar a nacionalistas, soberanistas e independentistas.
Ha llegado la hora de clarificar posiciones. Toca dialogar sin descanso hasta alcanzar un acuerdo de mínimos entre cuantos sentimos, en nuestro interior, el pálpito de la nación vasca. Construyamos con audacia y sensatez, desde las cenizas del Pacto de Lizarra y del Plan Ibarretxe, un futuro esperanzador para todos, sin asustar a nadie.