DECIR de alguien que es persona de convicciones suena bien. Lo contrario de tildarle tanto de voluble como de fanático o dogmatista. Lo característico de las convicciones es la firmeza adhesiva de la idea o pensamiento en el sujeto que lo sustenta, sobre todo, si les acompaña el calor de un profundo sentimiento. Es lo que impresiona y se adivina en quienes las poseen: como gravedad y solidez a la vez aprecio y confianza. Si las convicciones no recaen exclusivamente sobre "religión, ética o política" -contra lo que parece indicar la Real Academia-, es verdad que en esos campos son particularmente importantes y delicadas. De ellas depende en gran parte lo que llamamos vida humana, su actitud ante la vida.
A nadie se le oculta, sin embargo, que el ser humano ha sido en todos los tiempos y latitudes víctima de convicciones falsas, inadecuadas a la realidad, bien debido a concepciones más o menos míticas o mágicas del universo, bien por un afán de seguridades frente a su contingencia y limitaciones. No es el objetivo de las ciencias erradicarlas, pero gracias a ellas y al sentido común falsas convicciones y supersticiones van desapareciendo entre quienes no se cierran a su luz. Podrán existir otras tan delirantes como inalterables en casos de psicosis que necesitan tratamientos especiales, sobre todo, si son socialmente perniciosas. Pero esas quedan para los psiquiatras.
Dado que la firmeza es lo característico de las convicciones, teniendo en cuenta, sin embargo, la limitación de la razón humana, de las ciencias, también o con más motivo, de las llamadas del espíritu, y dando por sentado que toda convicción subjetiva lo es hasta que algo obligue a cambiarla, me pregunto si algunas por lo menos de nuestras convicciones no pueden o deben convivir con algún elemento de duda o inseguridad existencial. Me refiero, por supuesto, al aspecto transcendente de las convicciones religiosas y aun otras de carácter humano como cuando afirmo: "Creo firmemente que el ser humano, la humanidad y el mundo es mejorable, no sólo en teoría o en abstracto", algo sin lo cual privaríamos al mundo y al corazón humano de una de sus fuerzas esenciales.
Por encima o por debajo de las fórmulas de nuestras convicciones, su firmeza debería residir -pienso- en lo central de cada materia, tendiendo al nervio de la existencia. Hace muchos años leí un artículo de Stefan Zweig en la Neuve Freie Presse (Nueva prensa libre) de aquella Viena de 1923, recién destronada de su imperio, a propósito de un autor alemán. En uno de sus párrafos decía: "Lo esencial de la vida no es su reposo sino su movilidad. Quien desee aproximarse a esa esencia tiene que insistir en una eterna peregrinación del espíritu, en una eterna inquietud del corazón; cada paso de esa peregrinación es un acercamiento a uno mismo… Esa metamorfosis interior, al mismo tiempo abnegada y perseverante, tiene la pretensión de una validez moral extrema y cuenta también con nuestro amor".
El libro de ese autor, colega y amigo, Mein Glaube (Mi Fe o Mi Credo) -por comenzar con las convicciones religiosas, y éste es sólo un ejemplo-, anuncia como premio: "El credo a que me refiero no es fácil expresarlo con palabras. Podría explicarlo así: creo que, a pesar de su aparente absurdo, la vida tiene sentido; y aunque reconozco que este sentido último de la vida no lo puedo captar con la razón, estoy dispuesto a seguirlo aun cuando signifique sacrificarme a mí mismo. Su voz la oigo en mi interior siempre que estoy vivo y despierto… Este credo no obedece órdenes ni se puede llegar a él por la fuerza. Sólo es posible sentirlo… La vida sólo tiene sentido a través del amor".
En el contexto del libro, el sentido último de la vida no deja lugar a dudas. Toda la "peregrinación del espíritu e inquietud del corazón" de su autor: "Nunca he vivido sin religión, y no podría vivir sin ella un solo día, pero he podido pasar toda la vida sin ninguna Iglesia". Las Iglesias separadas confesional y políticamente le parecen un "símbolo acusador de una lamentable incapacidad de concebir la unidad". "La clase de unidad que venero no es una unidad aburrida, gris, imaginaria, teórica. Por el contrario, es la vida misma, llena de acción, de dolor, de risas… Es posible entrar en ella en cualquier momento… siempre que nos entreguemos con amor a todos los dioses, a todos los hombres, a todos los mundos, a todas las épocas". Su cristianismo "es un cristianismo más místico que eclesial, y convive con algún conflicto pero sin guerra" con esa aspiración a la unidad. "Está muy bien para la mayoría de los hombres pertenecer a una Iglesia y profesar un credo. El que se aparta de ellos se enfrenta a una soledad que muy a menudo le obliga a añorar su antigua condición de miembro de su comunidad". Pero la persona de convicciones no se aparta por señalarse ni se mantiene en el grupo por miedo a la soledad, ni a nadie ni a nada.
La "peregrinación del espíritu y la inquietud del corazón" llevaron al autor a través de las filosofías, culturas y religiones de Oriente: "Mi religión personal ha cambiado a menudo sus formas… en el sentido de crecimiento y desarrollo… Y en los últimos años ha vuelto a atraerme el espíritu de mis padres y abuelos…". "No soy católico, ni tampoco buen cristiano -dice en una carta de 1961-, pero como usted es católico ferviente creo que no debe regatear ningún esfuerzo para aumentar su fe y perseverar en su conducta y sus ideas. ¡No se desvíe de ellas!".
Podía ser yo el destinatario de esta carta; yo que tantas veces, como me suele ocurrir con otros libros, me he identificado con párrafos de este librito, leído y releído siempre con lápiz de distinto color. Tengo convicciones religiosas profundas de esas centrales hasta "el nervio de la existencia" que, por asomarse a lo trascendente, al Absoluto, anhelan en vano la seguridad de la evidencia. Soy miembro de la Iglesia de Cristo en la católica "admirable y digna de veneración sólo a distancia", pues de cerca "huele, como toda configuración humana, a sangre, violencia, política y vulgaridad", pero también a honradez, abnegación, servicio, búsqueda de la verdad y práctica del amor. Las convicciones de que hablo no han cambiado. Hablando vulgarmente, creo en muchas menos cosas que en otros tiempos, pero tengo una conciencia mucho más profunda y consciente de mi fe, aunque las palabras resulten inservibles para expresarla al margen del sentimiento. En esta Iglesia, con dolor a veces, sin escandalizarme nunca, pues basta conocerse a sí mismo, sé que puedo dar a mi vida el multiforme sentido del Evangelio y con actitud agradecida, activa y crítica seguir buscando siempre la verdad, esa verdad identificada con el bien y el amor.
Las convicciones éticas cuelgan todas del árbol del Bien y del Mal, que viene a ser el mismo árbol de la Vida del Génesis. El árbol lo llevamos plantado en nuestro interior, en lo más íntimo de nosotros. Y toda nuestra vida discurre en distinguir entre el Bien y el Mal. Los mismos términos me marcan la elección, lo que debo hacer, el Bien, aunque disponga de libertad física, no moral para lo contrario: "Hay que hacer el Bien y evitar el Mal", no sólo no hacerlo Bien y Mal, porque hemos dado a estas palabras otros significados minúsculos. ¿Qué te parece -me preguntaba una joven-, he hecho bien rompiendo mi noviazgo? ¿Le querías y os queríais de verdad? Sí. Ahora que recuerdo ¿estabais comprometidos, habías tenido la pedida de mano y demás, verdad? Sí. ¿Le sigues queriendo? Sí. Entonces ¿le has dejado quizá porque no te ofrece una vida con todo lo que se puede conseguir con dinero y te has buscado otro que sí te la ofrece? ¿Es eso? Sí. En ese caso ¿dímelo tú? ¿En qué aspecto de la vida has hecho bien y en cuál mal y cuál es tu sentido de la vida?
Desde que nos levantamos estamos decidiendo lo que tenemos que hacer y casi siempre habrá un Bien ético frente a otros intereses más apetecibles o agradables, aunque éstos también puedan coincidir con lo ético: ¡miel sobre hojuelas! Si las ciencias físicas han podido cuestionar ciertas convicciones de carácter religioso y tradicionalmente de fe, la biología y los adelantos técnicos han dado lugar a la bioética con sus planteamientos modernos sobre el aborto, los anticonceptivos, la procreación humana asistida, la clonación, ensayos clínicos en seres humanos, las células madre, la eutanasia, homosexualidad... que llenan páginas y páginas aun en los manuales un poco serios. Aquí no basta un ejemplo.
Las convicciones y sentimientos políticos pueden ser tema de otro comentario periodístico.