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La evaporación de Bélgica

El inapelable éxito electoral de los nacionalistas flamencos del N-VA avanza la necesidad de una profunda reforma del Estado belga y la tendencia a que las actuales estructuras estatales se vayan diluyendo en la Europa del siglo XXI

EL inapelable triunfo electoral de los nacionalistas flamencos en las elecciones legislativas belgas, con la Nieuw-Vlaamse Alliantie (N-VA), la Nueva Alianza Flamenca, convertida en la primera fuerza del intrincado arco parlamentario; confirma la corriente de fondo, especialmente notoria desde 2007, que aboca al reino de Bélgica a un obligado y profundo cambio de sus estructuras políticas. El éxito del N-VA es en parte producto de la crisis económica, que también se traduce en un enorme déficit público, pero sobre todo de la inestabilidad del Estado, ingobernable en los últimos tres años por la falta de una mayoría sólida y de su incapacidad para responder a las demandas flamencas de autogobierno. La evidente crisis de Bélgica, sin embargo, no se ciñe a esta primera década del siglo XXI, sino que hunde sus raíces en un problema histórico y una doble realidad social que ha tratado inútilmente de amalgamar desde su misma fundación, cuando en 1830 se separó de Holanda para formar un país liderado y administrado por la comunidad francófona provocando una sensación, aún no reparada, de agravio cultural, social y lingüístico entre los flamencos. Así, el casi obligado proceso de regionalización iniciado tras la Segunda Guerra Mundial y las reformas constitucionales de las décadas de los 70 y 80, con la adopción del modelo federal que parece a punto de quebrar, formarían parte de un proceso que el líder nacionalista flamenco, Bert De Weber, ha definido muy gráficamente no como un proceso de ruptura, sino como la paulatina evaporación de Bélgica tras constatar que las estructuras intermedias entre Flandes y la Unión Europea, es decir, el entramado institucional del Estado belga; acabarán por desvanecerse en su propia falta de operatividad. Ni tan siquiera el hecho de que Bélgica fuese impulsor de la unificación europea a través del Benelux y miembro fundador de la UE o que albergue en su territorio las principales instituciones de la Unión limitan las aspiraciones flamencas sino que, muy al contrario, parecen colaborar en exacerbarlas en base a la comprobación diaria de que el Estado belga no logra reducir su distancia respecto al sentir de Flandes y se diluye en una superestructura europea que, además, ha respetado pulcramente el proceso por el que la sociedad flamenca pretende alcanzar la máxima cota de autogobierno. Flandes, su proceso histórico y su aspiración a decidir por sí misma no son, en cualquier caso, una excepción en la UE. Forman parte de una tendencia que parece tomar cuerpo en la Europa del siglo XXI y por la que las sociedades con una realidad socio-cultural propia pero encerrada en el corsé de estados en crisis, que no admiten la diferencia, van tomando conciencia de las virtudes de compaginar una administración mucho más cercana con un interés común europeo.