EL lunes día 3 de mayo, en el programa de ETB Plató 2.0, el portavoz del PSE-EE, José Antonio Pastor, mientras hacía balance del primer año de gobierno de Patxi López, puso en duda el trabajo realizado hasta la fecha por las entidades del Tercer Sector para justificar el recorte de las ayudas destinadas a ellas. Es decir, cuestionó el trabajo de las entidades sociales y las dividió, sin fundamento ni justificación, en buenas y malas. Creo, sinceramente, que fue una manifestación desafortunada que no se corresponde con la realidad. No me erijo en portavoz del Tercer Sector pero, como creo en el valor del tejido asociativo, no puedo ignorar que sea vilipendiado con tanta ligereza.

El Tercer Sector es el conjunto de las organizaciones sin ánimo de lucro, aquellas que no destinan ninguna parte de sus beneficios netos, en caso de que los tengan, a acciones individuales o personas particulares sino que dirigen su actividad, y sus beneficios, a mejorar el bienestar de las personas y desarrollar actividades orientadas al interés general. Son organizaciones que nacen de la sociedad civil, de la iniciativa de personas, familias, grupos y comunidades que buscan atender a necesidades sociales, trabajando de forma voluntaria, autónoma, organizada y sin ánimo de lucro. Es un cauce de la participación activa, voluntaria y solidaria de las personas ante los problemas y los retos sociales. Hablamos, en definitiva, de un gran número de entidades cuya preocupación fundamental no es otra que la de aportar algo para dignificar la vida de las personas, especialmente de las más débiles. El objetivo de la Diputación Foral de Bizkaia es trabajar por y para las personas, igual que hace el Tercer Sector; por eso compartimos proyectos y objetivos, cada uno desde su ámbito, sin clientelismos ni paternalismos, sumando y multiplicando.

Vivimos en una sociedad en la que prima el individualismo, donde lo que ocurre en el entorno parece no importar demasiado, a no ser que seamos directamente afectados. El bien común se edifica desde la preocupación por lo propio. Esa preocupación es mayor ahora porque vivimos en un momento de grave crisis económica, crisis que deseamos pase pronto porque afecta al bienestar de muchas personas. Pero no es nuestra única preocupación, tememos que se instale también entre nosotros una crisis de valores, tememos por la quiebra de convicciones éticas nucleares como la solidaridad, el bien común y el respeto a la dignidad de las personas.

Es en este entorno donde se activa el Tercer Sector fundamentando su actuación desde los principios de la dignidad y la solidaridad. La dignidad del ser humano es un valor que nos viene dado, es intrínseco, no se puede otorgar ni retirar. La solidaridad se desprende de la naturaleza misma de la persona, nace del ser humano y se dirige al ser humano. La solidaridad es una exigencia de convivencia en sociedad, es una relación de justicia, fundamentada en la igualdad. La solidaridad está en estrecha relación con la generosidad, con la idea de comunidad frente al individualismo, con la responsabilidad de unas para con otras personas, es una responsabilidad que no podemos transferir. Por eso, no es aceptable que desde una responsabilidad pública y política se ponga en duda el trabajo del Tercer Sector, porque es sembrar incertidumbre en un pilar fundamental de nuestra sociedad.

Desde el ámbito político e institucional hemos dado grandes pasos hacia una mayor cohesión social mediante el reconocimiento al derecho subjetivo a los servicios sociales, pero es justo reconocer que el tejido asociativo ha estado, previamente, junto a las personas más vulnerables. Y sigue ahí, donde ha estado siempre, con o sin subvenciones. Entregando tiempo, horas de trabajo voluntario y ayuda mutua.

La aportación del Tercer Sector a mi juicio es incuestionable. Va, incluso, mucho más allá del trabajo en la prestación de un servicio concreto. El núcleo más genuino de la aportación del Tercer Sector no se puede comprar, ni vender y tampoco subvencionar. Por eso hoy no se puede cuestionar su labor, acusándole de haber estado subsidiado, no se puede dividir entre buenos y malos, sólo para justificar la propia decisión. Quien lo hace no tiene legitimidad para ello, más bien debería agradecer la aportación de estas entidades. Por eso, desde la humildad, quiero agradecer la aportación histórica, presente y futura del Tercer Sector para posibilitar una sociedad más inclusiva, su actitud cercana a la realidad social, vigilante y crítica en favor de los derechos de las personas, especialmente, de las más vulnerables. En este ámbito, los poderes públicos, los partidos políticos y el Tercer Sector beben de las mismas fuentes y no se puede edificar la legitimidad de unos sobre la crítica destructiva de los otros, sino sobre el reconocimiento de un trabajo y unos valores compartidos.

El Tercer Sector constituye un activo fundamental en la prestación de servicios sociales, por su conocimiento de la realidad social, por un trabajo de calidez y calidad, por su carácter altruista, por un compromiso con las personas. Las organizaciones sociales desempeñan además otras funciones sociales, más allá de la prestación de servicios: la sensibilización y la denuncia, la promoción de derechos y del voluntariado y la ayuda mutua. La experiencia de recibir la ayuda altruista, familiar o no, nos configura como seres humanos y es insustituible tanto para la persona que la ofrece como para quien la recibe.

Es cierto que, en momentos de dificultades presupuestarias, hay que reordenar la actividad subvencionadora; es cierto que el Tercer Sector no es homogéneo, que las capacidades y las vocaciones son diferentes, pero no por ello vamos a sembrar la duda sobre el conjunto, a dividirlo en buenos y malos, entre los que trabajan y los que no, los que estaban subsidiados y los que no.

Creo en el liderazgo institucional en la configuración de un sistema de responsabilidad pública de los servicios sociales, en colaboración con la iniciativa privada y particularmente con el Tercer Sector. Creo en las actividades de promoción de valores y derechos, en la sensibilización, en la denuncia, en la complicidad y el trabajo conjunto. Por eso ofrezco mi colaboración para seguir avanzando, también desde la política, hacia una sociedad cada vez más equilibrada, más inclusiva, formada por personas dignas y solidarias. El Tercer Sector merece la pena, el Tercer Sector trabaja.

* Diputado foral de Acción Social de Bizkaia