LA más que severa advertencia realizada ayer por el presidente francés, Nicolas Sarkozy, al afirmar que las fuerzas de seguridad galas llevarán a cabo una movilización "total y sin piedad" contra los asesinos del gendarme Jean-Serge Nérin, se ha traducido desde el Estado español como un paso definitivo en la lucha antiterrorista producto de un tremendo error estratégico consustancial al evidente agotamiento que padece ETA. El razonamiento, desde luego, tiene bases reales; pero elude el verdadero y principal motivo que ha llevado a la organización terrorista a una situación tan desesperada que obliga a extremar la cautela: la creciente y ya inmensa lejanía de ETA respecto de la realidad de Euskadi por su necio empecinamiento en desoír la doble exigencia, ética y política, de la sociedad vasca. El dramático disparate de ETA no es haber asesinado a un miembro de las fuerzas de seguridad francesa, que también, sino no haber renunciado aún a una violencia que siempre acaba tornándose incontrolable para quien la práctica, tanto en sus repudiables y trágicos efectos inmediatos como en las consecuencias que conlleva para los fines que se persiguen, si es que se persiguen más fines que el simple mantenimiento de la estructura violenta. Valga como ejemplo más próximo del resultado deslegitimador de esa violencia la repercusión del asesinato en las justas pero ahora amordazadas exigencias de esclarecimiento de la muerte de Jon Anza, tan constatable como el continuado daño que la cerrazón violenta de ETA inflige desde hace décadas a la propia izquierda abertzale y al global de las fuerzas y reivindicaciones nacionalistas. Por todo ello, el asesinato de Nérin no puede considerarse simplemente una lamentable secuela de un enfrentamiento inesperado e indeseado, sino el predecible y condenable desenlace de una actividad armada a la que es imprescindible poner fin con mucha más celeridad que la pretendida al considerar que ETA "debería de ratificarse en su posición favorable al desarrollo de un Proceso Democrático", tal y como hizo el miércoles en su comunicado la izquierda abertzale ilegalizada sin atreverse a la rotundidad que, al otro lado de la muga, expresaba Abertzaleen Batasuna al reclamar que "ETA debe acabar con la lucha armada" porque la solución al conflicto "no pasará mas que por vías civiles y políticas". Ni a la izquierda abertzale ni a la propia ETA les queda espacio para la ambigüedad. Tal vez ahora, aunque como infinitas veces antes, sea el momento -quizás la última oportunidad- de que ambas miren a ese proceso de paz irlandés que siempre utilizan en su argumentario para que la segunda ponga fin a su desatino, acalle definitivamente las armas y se supedite a la actividad política de la primera o, en su caso, sea la izquierda abertzale quien supedite ésta a las exigencias de la sociedad vasca.
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