EL franquismo actual es más que una opción política, también es una actitud autoritaria prolongada en el tiempo. Su radical desconfianza en el ser humano y afán de perduración, se encarna en personalidades débiles carentes de otros horizontes. Esa posición se torna más problemática ante situaciones económicas críticas debido a que es cuando el narcisismo se hace gregario en torno a un líder arrogante en el poder sobre las personas y ante el que no cabe la disidencia. Es una paradójica lógica irracional puesta en acción, en peligrosa acción.
El alma del franquismo actual no reconoce lo distinto, y el poder lo ejerce sin barreras, de tal modo que el diferente, el extranjero, el pobre, jamás podrán ser un límite; no cabe el antagonismo. Para el neofranquismo no existen sujetos sino individuos; no existen colaboradores sino vasallos; donde el líder dice yo, el partido deberá responder nosotros, y sentirse orgullosos sus miembros. El patriotismo es el narcisismo de los pobres: todo humano debe sentirse poderoso de pertenecer al universo elegido del nosotros los... Una persona carente de esa tribal atadura, siempre será sospechosa.
El franquismo establecido está lejos de la vida. Y es esa lejanía la que otorga al arrogante la irreprimible violencia para quien se aleje de su dios cruel, porque dios es para él un colega, un igual, un camarada; siendo esa complicidad con la divinidad la que le sitúa al margen de toda posibilidad de culpa. La soledad del líder, como la de Calígula, es absoluta, la muerte que vitorea a la muerte: Y clama ¡viva la muerte! porque su dios le otorga el poder de matar. Como en Irak.
La docilidad es la virtud de los rebaños, la que hoy rebrota en la democracia mercantil, en las iglesias y, en los partidos, en las empresas. También entre nosotros, tan demócratas, tan disciplinados, tan obedientes.