MÁS de una vez me he preguntadode qué hablan dos líderespolíticos cuando se reúnen. Sí,ya imagino que hablan de política,pero se trata de un diálogo o es algomás parecido a una sucesión de monólogos.Sospecho que con frecuencia sucede losegundo. Casime atrevería a decir, visto enqué concluyen esas reuniones, que lo excepcionales que se produzca un diálogo sincerocon voluntad de acuerdo. Y más raro aún,que esos acuerdos sean lo suficientementeconcretos como para ser enjuiciados por laopinión pública.

Estamos a las puertas de un encuentroque, aunque debiera ser habitual, se convierteen noticia por ocasional. Patxi Lópezestá de promoción; sus estrategas han decididoque no sólo vale con que los mediosamigos le visiten en Ajuria Enea, sino queademás es necesario que sea él quien tomela iniciativa y se venda. Coincidiendo conesta sobredosis publicitaria, López ha descolgadoel teléfono, ha marcado el númerode Iñigo Urkullu y han quedado para el viernes.El primer objetivo está logrado: ya haynoticia.

Pero este repentino descubrimiento de lanecesidad de buscar comunicación con elpartido que le ganó las elecciones y le aventajaen cinco escaños también conduce alrecelo: ¿se trata de reestablecer puentes ode entretener al adversario con un paripé?El ridículo precedente de abrir y cerrar enuna tarde de viernes un proceso de diálogopara nada menos que una reforma estatutariano invita a ser optimista. También lasDiputaciones se quejan de esta actitud entrelánguida y chisgarabís que mantiene PatxiLópez, que acude a las reuniones sin unpapel y que a juzgar por su inacción en lostemas concretos propuestos, tampoco pasalos papeles que le entregan con peticionesconcretas a los Departamentos correspondientesde su Gobierno.

Estos son los precedentes, pero ya se sabeque quien más quien menos hace propósitosde enmienda cuando comienzael año. Unos deciden dejar defumar o apuntarse al gimnasio,quizás Patxi López ha decididoejercer por fin de lehendakari,abrir los ojos a una sociedad queno le cree, escuchar a unamayoría a la que no representa y hablar conquien le ganó las elecciones. Eso con permisode España, que es adonde ha estadomirando esta pasada semana. Si no cambia,puede suceder un intercambio del tipo “adónde vas, manzanas traigo”.

rosa le hace desde hace décadas esta sociedad:que acabe de una vez con su violentapresencia. Pero ETA ya nos tiene acostumbradosa un sí pero no, a un discurso llenode recovecos donde parece imposible saberqué drama nos espera a la vuelta. Lo he leídodel derecho y del revés y no he conseguidosaber si esa apuesta por la declaración deAltsasu conlleva la derivada lógica, que seríael silencio definitivo de las armas para pasara una lucha exclusivamente política. No heencontrado la frase redonda que inspireesperanza. Y ante la omisión, crecemi pesimismo.

Nosé hasta qué punto es compartido el sentimientode desazón e impotencia que ha idoaumentando ese pesimismo sobre esta cuestiónen los últimos años. Fui un entusiastade Lizarra, no tanto porque la fórmula mepareciera la mejor sino porque por primeravez creí que estábamos ante la solución definitivade la violencia. Sujetando una pancartame llegó la noticia del primer asesinato.Me enrabieté yme sentí estafado.

Pasaron los años y en ese segundo procesode paz, esta vez con una base más ampliapuesto que implicaba al PSOE y al Gobiernode Zapatero, fui algo más cauto aunquedeseaba con todas mis fuerzas que los erroresde Lizarra se superaran porque lo importanteera la finalidad: acabar con el sufrimientode miles de personas. Y por desgracia,volvió a sonar el estruendo de labomba que acababa con la esperanza.

Aestas alturas, asisto con un escepticismonotable a este debate en laizquierda abertzale “oficial”. Pocoimporta lo que la mayoría de lasociedad creamos sobre sudoble estrategia, democráticay violenta, según soplen losvientos. Tengo la impresiónde que aunque nospusiéramos todos ahacer el pino porque lo pidiera ETA comocondición, algún militar llegaría para decirque al de la decimosexta fila se le ha caídoel bolígrafo y eso es suficiente para volver amatar.

Sí, estaría muy bien que fuera la propiaETA la que reconociera que ha llegado lahora de cerrar y que la izquierda abertzalecivil se abriera paso en la lucha políticademocrática. Pero mientras, tenemos todoel derecho a seguir diciendo alto y claro que,como Santo Tomás, ver para creer.

La gira madrileñaUnas líneas para terminar con algo dehumor, porque es la única manera de abordarla estelar presencia de Patxi López porMadrid. Si no lotomamosa risa, hasta habríamotivo para el enfado cuando se empeña enconjugar en sus múltiples variedades el verbo“normalizar”, que según la RAE consisteen “poner en orden lo que no lo estaba”.En su insistencia, López ha decidido que lepregunten por lo que le pregunten, sea cualsea la materia de su discurso, ayer turismo,hace una semana el calendario festivo, antesel mapa del tiempo y mañana vete a saberqué, siempre viene bien resaltar sulabor normalizadora.

Tiene guasa el asunto porque él llegó aAjuriaEnea de una manera, digámoslo suave,muy poco normalizada. Pero López insiste:antes éramos anormales y ya no lo somos, ytanto y tan rápido ha cambiado Euskadi queni noshemosenterado de esa normalidad quenos rodea. O sea, que además de anormales,siete de cada diez vascos son/somos estamosplácidamente adormilados y necesitamos unperiodo de digestión mental para calibrar ensu justa medida a este Gobierno.

Madrid es una mina. Propongo un escotepara que López gire visita de forma periódicaa la capital de España y suelte allí todaslas ocurrencias antes de ponerse a trabajaren Euskadi. Mañana empieza otra semana,ésta en Euskadi, donde los aplausos españolessuenan un poco más lejanos y dondeLópez estará sometido al veredicto de la opiniónpública vasca. Aunque cada día dudomás sobre si es ese el juicio que le importa oprefiere los vítores que escucha al cruzar Pancorbo.