LA Cumbre sobre Cambio Climático celebrada en Copenhague y clausurada el sábado tras doce días de negociaciones ha frustrado las expectativas abiertas tanto a su inicio como tras el anuncio realizado por Obama y ha decepcionado a quienes esperaban acuerdos concretos y palpables. Quizá no pueda decirse, como se apresuró a advertir la canciller alemana, Angela Merkel, que la cumbre haya sido un fracaso, pero es evidente que sus escasos frutos no servirán para frenar el cambio climático ni para reducir de modo efectivo la emisión de gases de efecto invernadero. Es posible, por tanto, que de los resultados de Copenhague pueda sacarse la conclusión de que estamos, en efecto, ante "un primer paso hacia un nuevo orden mundial del clima". Dudoso, pero posible. Otra cosa es que ese nuevo orden sirva para afrontar los desafíos a los que se enfrenta el planeta en esta materia. Si se miden los resultados de la cumbre por el grado de cumplimiento de la declaración de intenciones realizada en su jornada inaugural por el responsable de la ONU para el cambio climático, Yvo de Boer -según la cual el éxito de la cita dependía de si se acordaban "acciones significativas e inmediatas que entren en vigor al día siguiente de su clausura"-, o por el propio Obama -"no vengo a hablar, sino a actuar"-, no hay más remedio que acudir a la frustración para definir el estado de ánimo general. Un acuerdo de mínimos prácticamente impuesto por las grandes potencias, con la oposición frontal de los menos desarrollados y de las organizaciones ecologistas es, al final, un desenlace frustrante, a menos que se haga realidad el deseo -de nuevo se abren expectativas que pueden acabar en desilusión- de lograr un acuerdo vinculante para el próximo año. Porque, de lo contrario, estaríamos ante un escenario no ya preocupante, sino realmente peligroso. El Protocolo de Kioto -que sí significó un primer paso importante- no se ha cumplido, pero el acuerdo salido de Copenhague no llega siquiera a concretar medidas y se limita a una toma de conocimiento de que el objetivo a alcanzar es la reducción de la temperatura global en dos grados y a instar a los países a presentar objetivos nacionales de reducción de emisiones de gases para 2020. Lo que ha llamado la atención sobremanera en esta cumbre ha sido el paupérrimo papel jugado por la Unión Europea, incapaz de tener la más mínima incidencia en las negociaciones y acuerdos. Y el papel de España -que asumirá en unos días la presidencia europea- se redujo a la pseudobucólica ocurrencia de Zapatero de afirmar que "la tierra no pertenece a nadie, salvo al viento". Quien se ha llevado por delante la posibilidad de un acuerdo efectivo no ha sido el viento sino los países más industrializados que no renuncian a su cómodo aunque nocivo estilo de consumo energético.
- Multimedia
- Servicios
- Participación
