Doscientos días de cruzada simbólica
El Gobierno López, más de seis meses después de su puesta en marcha, ha intentado compensar su inacción y su inoperancia en algunos asuntos como el secuestro del "Alakrana" con una ofensiva en materia identitaria
aL contrario de lo que ocurrió al cumplirse los primeros cien días de gobierno -tiempo de gracia concedido a cualquier ejecutivo para valorar su gestión- el máximo responsable del Gobierno vasco, Patxi López, ha cumplido doscientos días como lehendakari completamente desaparecido de la escena pública. Su inoportuna lumbalgia -aunque en un principio se habló de ciática- ha coincidido, casualmente, con la nefasta e incompetente gestión de los dos gobiernos socialistas (el español y el vasco) del ante-secuestro -es decir, la prevención-, el secuestro y la liberación del atunero vasco Alakrana, apresado por piratas somalíes. Pero López no está, ni se le espera. No sabe, no contesta. Su desaparición es un símbolo de su gestión, caracterizada por una política de marketing cuyo puntal principal es, precisamente, la importancia de lo simbólico: desde su pacto de hierro con el PP o su presuntamente innovadora toma de posesión a la emisión en directo en ETB del mensaje navideño de Juan Carlos de Borbón, pasando por el famosísimo mapa del tiempo, la inundación de banderas rojigualdas -desde Ajuria Enea al Gorbea- y la desaparición de ikurriñas y otros peligrosos "símbolos nacionalistas" del uniforme de la Ertzaintza. Lo simbólico ha sido una obsesión del Gobierno López y de los partidos que lo sustentan desde el mismo momento en que PSE y PP vieron la oportunidad de, una vez que el cálculo electoral previsto por la aplicación de la Ley de Partidos lo permitía, hacerse con el Ejecutivo de Gasteiz expulsando del mismo al nacionalismo. Mucho se ha especulado sobre las verdaderas intenciones de socialistas y populares en su cruzada simbólica contra todo lo que huela a nacionalista y a la lenta, paulatina pero constante imposición de símbolos hasta ahora no reconocidos ni sentidos por la gran mayoría de la sociedad vasca. No hay duda ya, transcurridos estos dosciendos días, de que uno de los elementos que conforman y aglutinan al actual Ejecutivo vasco es la asimilación de Euskadi al concepto más jacobino y uniformador de España. El último ejemplo, es decir, su posición no ya secundaria sino subordinada, accesoria e insignificante en la gestión institucional del secuestro del Alakrana -donde hasta los alcaldes de modestos pueblos le han dado una lección de dignidad y servicio a la comunidad- es significativo del objetivo último de sus pretensiones regionalizadoras. Llama la atención, además, que se utilicen irreales excusas sobre la anterior falta de consenso y la supuesta imposición de la simbología nacionalista cuando se está intentando desmontar un universo simbólico absolutamente asumido e integrado en la ciudadanía para implantar de matute y sin consenso alguno -y, lo que es peor, sin ninguna intención de buscarlo- nuevos símbolos sin tradición alguna pero que cumplen la misión uniformizadora.