Riesgos en la Iglesia vasca
El nombramiento del conservador José Ignacio Munilla como nuevo obispo de Donostia, unido a otros movimientos en las otras diócesis vascas, está creando alarma e incertidumbre entre muchos feligreses, que temen una involución
LA Iglesia vasca, desde su jerarquía hasta los colectivos de cristianos de base, vive momentos de incertidumbre, zozobra y desasosiego. Es evidente que cualquier cambio genera dudas y recelos, pero lo que se está experimentando en los últimos tiempos en el seno del catolicismo en Euskadi está sobrepasando con mucho los niveles lógicos y tolerables de incertidumbre sobre el futuro. Y no es para menos, porque los movimientos que se están produciendo, además de poco comprensibles en muchos casos, han hecho saltar ya todas las alarmas. El primer golpe de efecto fue el nombramiento, en 2007, del arzobispo castrense Francisco Pérez como arzobispo de Iruñea. Hace poco más de año y medio, el Vaticano designaba a Mario Iceta como nuevo obispo auxiliar de Bilbao, diócesis que, no hay que olvidarlo, cuenta con Ricardo Blázquez como prelado titular tras una agria polémica también por su nombramiento, ya que ni era vasco ni había tenido vinculación ni personal ni apostólica con el país. Ahora, ante la jubilación de Juan María Uriarte, es del turno de la Diócesis guipuzcoana, donde el Vaticano ha elegido como sucesor a José Ignacio Munilla, hasta ahora obispo de Palencia. Los movimientos son tan evidentes, los perfiles, trayectorias y pensamientos públicos de los nuevos obispos tan similares, que se antoja muy difícil descartar que todo ello forme parte de una operación dirigida fundamentalmente a, como han reconocido desde distintos sectores, "rectificar" la línea tradicional marcada por la jerarquía de la Iglesia vasca. Tanto Munilla como Iceta están considerados como muy cercanos a la ortodoxia del presidente de la Conferencia Episcopal española, Antonio María Rouco Varela, y, asimismo, integrantes del sector más conservador -incluso ultraconservador- del episcopado, lo que choca de forma frontal con la línea seguida en Euskadi durante los últimos años ya desde la transición, cuando los prelados vascos, cercanos al pueblo, se apartaron de la intolerable posición de sus antecesores, que no tenían reparos en pasear bajo palio al dictador. Es precisamente esta trayectoria de identificación con la feligresía, de cercanía al pueblo al que sirve mediante iniciativas pastorales participativas y activas en consonancia con las orientaciones más progresistas del Concilio Vaticano II, la que corre riesgo de quebrarse en la Iglesia vasca. No hay que olvidar que Munilla se ha formado voluntaria e intencionadamente fuera de Euskadi e incluso se autoexcluyó de las frecuentes reuniones pastorales del clero durante los años que ejerció como párroco de Zumarraga. Sería sintomático, grave y peligroso que los aires del forzado cambio institucional en Euskadi se vieran acompañados y fortalecidos por otro cambio, igual de artificial y con idéntica vocación uniformadora y de asimilación en el seno de la Iglesia vasca. El riesgo de involución es tan cierto como preocupante.