CRECÍ creyendo que el Estatuto vasco era cosa casi exclusiva del nacionalismo y, en concreto, del PNV. Esto mismo creían los chicos de mi entorno de los años 20 y 30 del pasado siglo. Sólo bastante más tarde recopilé y ordené mis notas. Algunas me sorprendieron. No puedo precisar cuándo oí por primera vez una palabra cuyo significado tuve que aprenderlo del diccionario: Estatuto.

La primera sorpresa fue conocer que ya en 1833, el 27 de mayo, fecha incluso anterior al famoso engaño sobre los Fueros Vascos, 25 de octubre de 1839, aparece la primera aspiración y propuesta estatutaria según la cual "Navarra y las tres provincias vascongadas formarán otras tantas Repúblicas independientes, federativas de la monarquía española". Al PNV le esperaban 50 años para nacer. Y la iniciativa venía de Navarra, a una con las tres provincias. La tristemente famosa ley paccionada de Navarra en 1841, ahogó la propuesta.

No obstante, 50 años más tarde, 1888 (en 1876 se quitaron a las tres provincias lo que quedaba de los Fueros Vascos), Serafín Olave redacta un proyecto de Estatuto. Lleva el título de Constitución futura de Navarra. Se pueden incorporar a ella "las tres provincias restantes, más la Rioja y la Sexta Merindad". Tuvo enemigos; siempre los hay. Al fin, una Liga Foral autonomista quiere cerrar el paso al nacionalismo naciente y pujante del PNV, que ya en 1905 lucha por la renovación del Concierto Económico. De nuevo la iniciativa al traste.

Toca a la vez a las tres Diputaciones. Reunidas en Vitoria, en 1917, solicitan al Gobierno un Estatuto. La subida al poder de los conservadores echa al cesto la propuesta. La Sociedad de Estudios Vascos, fundada en 1918, con ayuda de las cuatro Diputaciones, en un momento de fervor autonomista, también en Navarra, prepara y anuncia un Congreso Autonomista para 1924. Pero sospechoso de nacionalismo y en plena dictadura de Primo de Rivera, se repliega a temas inocuos, mientras el nacionalismo vasco pasa a la clandestinidad. Sobre todo, Aberri.

Cambio completo de panorama. La II República española (14-IV-1931). Ese mismo día, el alcalde de Getxo, José Antonio Aguirre, lanza la idea de recuperar las Juntas Generales de Gernika. Al día siguiente se personan en la histórica villa numerosos alcaldes vascos. El Gobierno prohíbe e impide la reunión. En plena carretera, proclaman la República vasca en virtud del derecho de los pueblos a regirse por su libre determinación. El documento que redactan consigna su intención de constituir un Gobierno republicano vasco en la República federal española y su respeto al principio de libre autodeterminación. Este espíritu se extiende como una lluvia de fértil esperanza por toda Euzkadi. El PNV y sus alcaldes renuevan la tierra.

Lo que se ha magnificado de Prieto, tuvo lugar quince días más tarde, el 2 de mayo, en la fiesta de los liberales en el cementerio de Mallona (Bilbao). "Entre los ofrecimientos hechos por los hombres del Gobierno figura el de restituir al pueblo vasco sus libertades y autonomía. Este compromiso será respetado escrupulosamente". No lo fue. Ni lo ha sido nunca. Los gobiernos de la República jugaron con una ambigüedad mezquina y una política tramposa respecto al Estatuto vasco porque el PNV no estuvo en 1930 en el Pacto de San Sebastián, entre otras causas. En España, los españoles y sus partidos no querían la autonomía por miedo al nacionalismo del PNV, principal impulsor de la misma como primer paso a sus aspiraciones más altas.

Sin esperar el cumplimiento de promesa alguna, los municipios vascos encargaron el 6 de mayo a la Sociedad de Estudios Vascos, que había ya trabajado en el tema, la redacción con sus representantes municipales, de un texto estatutario. El 31 de ese mes estaba ya listo. El 14 de junio, la asamblea de alcaldes vascos, reunida en Estella, aprueba el texto y a los pocos días lo hacen en Bilbao la media docena de alcaldes vizcainos que se habían opuesto a él o no habían asistido a la asamblea. Es el llamado Estatuto de Estella. El 21 de junio, unos 420 alcaldes lo entregan en Madrid. Madrid no cumple su promesa. Lo rechaza. Exige una reelaboración. Hecha ésta, politiquerías caciquiles logran que varios alcaldes navarros desobedezcan el mandato de sus municipios, logrando que Navarra se descuelgue de este Estatuto común a los cuatro territorios vascos. El plebiscito de 5 noviembre de 1933 aprueba con el 84% del censo, el Estatuto para las tres provincias. Las Cortes españolas empiezan a cumplir escrupulosamente con largas y zancadillas la promesa de Prieto que sólo persiste en la reseña de El Liberal (3-V-1933)

Hubo que esperar al 1 de octubre 1936. Hervía ya la Guerra Civil. El PNV había apostado ya por la democracia y la legalidad de la República. No fue fácil y hubo mucho sufrimiento por medio. Al Gobierno de Madrid le interesaba, sobre todo internacionalmente, el apoyo firme de un colectivo reconocido, profundamente religioso y entonces confesional. Ahora todo fue sobre ruedas. Así es la política, así somos los seres humanos. En su discurso previo a la aprobación del Estatuto por unas Cortes reducidas, José Antonio Aguirre dijo: "Un Parlamento comprensivo ha querido dar satisfacción, siquiera en parte, a un anhelo de libertad latente siempre en el Pueblo Vasco". El 7 de octubre, los alcaldes reunidos en Gernika nombraron al primer lehendakari del Gobierno vasco, José Antonio Aguirre. Después del juramento, hizo constar que aquella no era la meta.

Con anterioridad, en abril de 1932, en el primer Aberri Eguna, al cumplirse cincuenta años del PNV, en la mejor arenga desde la casa del fundador -Sabin Etxea-, Aguirre prometió a la multitud presente no cejar en la lucha hasta lograr democráticamente la independencia del Pueblo Vasco a la que ésta tiene derecho por naturaleza y le ha sido arrebatada por la fuerza. Muchos de los gudaris de aquella guerra funesta, como todas las guerras, pensaban que luchaban y derramaban su sangre -como cantaban en su himno, Eusko gudariak gara- por la libertad de Euskadi. He referido varias veces cómo casi treinta años después de aquel inolvidable Aberri Eguna y pocos meses antes de su repentina y prematura muerte (22-IV-1960), José Antonio Aguirre, en su despacho de lehendakari del Gobierno vasco en el exilio (París), me confesó que seguía pensando lo prometido en 1932: luchar por la independencia de Euskadi. Y Aguirre cumplía lo que decía.

El PNV no votó la Constitución de la República. Tampoco la de 1978. No creo que vote ninguna española. Fue, sin embargo, el más empeñado en el proyecto del que sería Estatuto de Gernika (1979). Eran tiempos difíciles. Los sables no estaban del todo envainados. Lo mostró el 23-F. Los militares y el franquismo subsistían. Y la política es el arte de lo posible. Había que medir palabras y hechos. Para colmo, ¡ETA! Se logró bastante. El PNV votó en masa el Estatuto. Su lehendakari, Garaikoetxea, pasó a Ajuria Enea. Madrid soltó su LOAPA y el pueblo saltó a la calle. El consejero Mario Fernández acorraló a Martín Villa, ministro. Madrid se recostó en el tiempo y no soltó hilo a la cometa: a los 25 años, el Estatuto seguía sin cumplirse. No se transferían competencias cuando buena parte del pueblo pedía incluso más. No se construyen pirámides en la era del ordenador. Ibarretxe cumplió su promesa electoral y logró su gran triunfo en 2001. En 2005 el Parlamento Vasco aprobó, por mayoría absoluta, su propuesta de Estatuto político de la Comunidad Vasca de Euskadi. El Parlamento de Madrid, tan dividido entre españoles, es siempre macizo en lo antivasco. Con un desprecio indigno a los representantes de esta Comunidad autónoma, ni recibe siquiera la propuesta.

Después de 40 años de franquismo, el Estatuto de Gernika fue un gran avance. Quienes entonces no lo votaron, hoy quieren dar lecciones de cómo venerarlo. Ningún Estatuto es la meta del ideal nacionalista. Menos aún, un Estatuto parido en circunstancias todavía políticamente traumáticas. Durante estos 30 años de gobierno nacionalista, el PNV ha sacado chispas al Estatuto, mientras los dos partidos que hoy lo veneran, durante esos mismos años, desde Madrid, lo han tenido maniatado. ¿Hasta dónde puede llegar la hipocresía humana?

Si ningún Estatuto puede colmar el ideal nacionalista, el nacionalismo no admitirá nunca que sus derechos por naturaleza de elegir y decidir su régimen, sistema y estatus político procedan de otro poder extraño. Ni por la fuerza, sea ésta blanda o dura.