EL hecho de que Mariano Rajoy haya reconocido públicamente, casi nueve meses después de que el juez Baltasar Garzón iniciara la investigación por la trama Gürtel, que el Partido Popular tiene un problema con lo que él mismo ha definido como "la corrupción" y otro con la crisis de los populares madrileños a consecuencia de la lucha por el control de Caja Madrid, así como su repentino arranque de autoridad al suspender de militancia a Ricardo Costa y anunciar otras medidas disciplinarias en el Comité Ejecutivo del martes, se puede entender como un intento de reforzar su deteriorada imagen al frente del primer partido de la oposición, pero precisamente por ello también como un claro síntoma de que en el PP comienzan a moverse las piezas para un cambio de liderazgo con el tiempo suficiente para que éste se afiance antes de las próximas elecciones generales de 2012. Rajoy, en estos momentos, pretende presentar como aval las encuestas electorales, la última de las cuales otorga al PP más de cuatro puntos de ventaja sobre el PSOE a pesar de todo lo que está cayendo sobre los populares, pero su crédito interno también se ve afectado por las mismas ya que esos sondeos le colocan muy por debajo de José Luis Rodríguez Zapatero en las preferencias de los votantes a pesar de la crisis. Las declaraciones de José María Aznar, solicitando "un partido, un proyecto y un líder", apuntan en esa dirección, aunque el ex presidente español obvie que fue él mismo quien designó digitalmente a Rajoy y al hacerlo minara de partida la base de apoyo de quien debía sucederle. Fue esa fragilidad inicial la que obligó a Rajoy a buscar el apoyo de Francisco Camps y el PP valenciano para frenar la ambición del sector liderado por Esperanza Aguirre y ha sido ese apoyo, que fue lo único que le mantuvo hace escaso año y medio, el que le ha impedido durante meses hacerse valer ante el escándalo del caso Gürtel. Sin embargo, limitar los problemas del PP a los dos reconocidos por su presidente y en definitiva a la figura de Rajoy y las más que incipientes dudas sobre su liderazgo sería simplificar la zozobra que atenaza al Partido Popular. Aunque la controvertida presidencia facilite que las crisis internas tengan una mayor repercusión, en el origen de las mismas se encuentra la falta de definición estratégica de una formación que no ha logrado, o no ha querido, desprenderse de su pasado más rancio al mismo tiempo que pretende albergar en su seno a corrientes ideológicas mucho más centradas para aglutinar a un espectro suficiente de votantes. Y esas dos almas que apenas conviven con serias dificultades en un matrimonio de conveniencia electoral que tampoco es ajeno a otros intereses, son las que provocan luchas intestinas como la que se desarrolla por el control de Caja Madrid y las que refuerzan la posición de las denominadas baronías territoriales y, por tanto, la fragmentación de los populares.