eL término "normalidad" está siendo el concepto fetiche en la actuación del Gobierno de Patxi López prácticamente desde su constitución, e incluso antes. La obsesión por revestir cada actuación del Ejecutivo del etéreo ropaje de la "normalidad" está llegando a límites que sobrepasan la capacidad de aguante de una amplia mayoría de la sociedad vasca. Porque el manto de "normalidad" sirve lo mismo para justificar la injustificable imagen de un lehendakari repantingado en un sofá tocando el saxo o absorto en Ajuria Enea escuchando su iPod o mochila al hombro, que para argumentar la retirada de fotografías de presos, colocar banderas rojigualdas por doquier o para explicar la presencia oficial del Gobierno vasco en el día de las Fuerzas Armadas españolas. Como estaba anunciado, fue el hombre fuerte del Gobierno López, Rodolfo Ares, el encargado de acudir ayer en Madrid al desfile militar -y, como todos, profundamente militarista- en representación del Ejecutivo, mientras Arantza Quiroga lo hizo en nombre del Parlamento Vasco. Ares se mostró "orgulloso" de representar en esa obsoleta y chirriante parada militar al Gobierno "y por tanto al conjunto de la sociedad vasca", según dijo. El consejero de Interior podrá arrogarse la representación del Ejecutivo al que pertenece y hasta de los partidos que lo sustentan (PSE y PP), pero no puede pretender que la sociedad vasca comulgue con ruedas de molino y se sienta siquiera involucrada en ese acto. Quizá para Ares sea "normal" esa sucesión de homenajes a la bandera rojigualda y exhibiciones de paracaidistas, guardia civiles, brigadas de caballería, infantería acorazada, infantes de marina -desfilando por la Castellana, no protegiendo a los atuneros indefensos ante los piratas armados hasta los dientes-, zapadores, F-18, Mirages y hasta la Legión. Quizá sea también "normal", como vino a reconocer el propio presidente español, escuchar los abucheos y peticiones de dimisión de Rodríguez Zapatero. Pero lo que está claro es que los vascos están a otra cosa. Durante mucho tiempo, desde las filas socialistas y populares se decía que la sociedad vasca no compartía las "obsesiones soberanistas o separatistas" y que las formaciones nacionalistas no atendían a las demandas y problemas reales. En pocos meses se ha visto que esa afirmación no sólo era falsa, sino que es precisamente la normalidad que intenta vender el Gobierno López la que busca tapar las graves carencias del Ejecutivo ante la preocupante situación económica. En realidad, se trata de un intento de desviar la atención y, al mismo tiempo, de diluir la realidad y la identidad vasca y sus legítimas aspiraciones de autogobierno en la realidad española. Españolizar Euskadi, ésa es la gran obstinación del Ejecutivo de López, el leit motiv de su pacto de hierro con el PP.
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