La presidencia de Joe Biden acaba en mes y medio y de una manera no muy digna, pues rompe con una promesa repetida durante cuatro años, con más muestras de senilidad y con una imagen tan negativa como inesperada cuando llegó a la Casa Blanca en 2020. A los problemas mentales evidentes desde su elección y manifiestos a todos en el único debate contra Donald Trump este pasado verano, se añaden ahora las indicaciones más claras que nunca de corrupción y nepotismo, que llevaron al perdón más extenso y amplio concedido jamás por un presidente norteamericano: su hijo Hunter Biden ha recibido un salvavidas para cualquier delito cometido en los últimos diez años, tanto aquellos que se conocen –y por los que ya estaba encausado, con gran riesgo de acabar en un calabozo– como los que se puedan descubrir en el futuro.

Muchos demócratas se declaran sorprendidos y decepcionados ante la acción de Biden, quien dijo repetidamente que no otorgaría un perdón a su hijo y consideran que los ha engañado. Pero tal vez no tienen presente que Biden difícilmente podía imaginar que su rival y futuro presidente, Donald Trump, ganaría las elecciones presidenciales de este año. De haberle sucedido otro presidente demócrata, las denuncias contra Hunter Biden se habrían esfumado en los pasillos de los juzgados, o el perdón habría salido de la siguiente Casa Blanca.

Con Trump en el poder y el Partido Republicano en mayoría en las dos cámaras del Congreso y en el poder judicial, poca clemencia pueden esperar los Biden. Tampoco podían imaginar la victoria de Trump, un hombre al que no perdían ocasión de declarar “criminal convicto”, a quien los tribunales persiguieron con empeño en los pasados cuatro años, a veces incluso con acusaciones difíciles de comprender, como la que veía un delito en valorar excesivamente la principal de sus mansiones. Un juez estimó que Mar a Lago, la lujosa residencia del futuro presidente en Florida, valía como máximo 27 millones de dólares y que Trump cometió fraude al valorarla en más de 600. Es seguro que la valoración de Trump era exagerada, pero ciertamente los 27 millones citados por la acusación contra el ex y futuro presidente eran más que insuficientes: otras mansiones de lujo y sin el prestigio de ser algo así como la Casa Blanca de Florida además de tener adosado un centro de golf y un hotel de lujo, están valoradas en torno a los 200 millones. Por visitar Mar a Lago se pirran líderes de todo el mundo y los principales personajes de la política, economía y cultura norteamericanas.

En el caso de Hunter Biden, parece que utilizó el nombre su padre, ya cuando era vicepresidente con Barak Obama, para conseguir contratos lucrativos con empresarios extranjeros de países lejanos como Ucrania o Rumanía. Pero las sospechas van más allá: Hunter, con un grave historial de adicción a drogas, estaba incapacitado la mayor parte del tiempo y tenía poco que ofrecer… aparte del acceso a su padre y vicepresidente de Estados Unidos, quien probablemente se prestó a un juego que benefició económicamente a toda la familia.

Mientras fue senador de Delaware, Biden era uno de los legisladores más pobres del país, pero desde que entró en la Casa Blanca su fortuna personal no ha dejado de crecer y, si bien es difícil valorarla exactamente pues la ha repartido entre hijos, nietos y otros familiares, probablemente asciende a unos 10 millones.

Es una cifra relativamente modesta para políticos norteamericanos de primera fila: Barak Obama ha amasado más de 250 millones y Bill Clinton 240. Otros presidentes tuvieron fortunas mayores, como es el caso de Trump o George Washington, pero las heredaron o construyeron ya antes de llegar a la Casa Blanca, mientras que Clinton, Obama o Biden, eran relativamente pobres antes de dedicarse a la política. Esto no significa que aprovecharan ilegalmente de su situación para enriquecerse a costa del erario público, pero sí que les fue útil a la hora de publicar y vender libros o cobrar cifras exorbitantes por conferencias y discursos.

En el caso de Biden no ha sido así, en parte por la pandemia que lo mantuvo encerrado en su casa y más aún por sus limitadas facultades. En este contexto, la actuación –y el perdón– de su hijo cobran una relevancia especial, y particularmente negativa.