Han pasado ya más de dos semanas desde que el Partido Demócrata decidió renunciar a la candidatura de Joe Biden como presidente de Estados Unidos y sustituirlo por su vicepresidenta, Kamala Harris, quien de momento no se ha presentado ni ante el país ni ante su propio partido para hablar de su programa.

De momento, no parece que esta ausencia la perjudique porque las encuestas la sitúan aproximadamente al mismo nivel que Trump, o incluso algo mejor, lo que significa un avance para la candidata que estaba claramente detrás antes de entrar en el ruedo.

Es posible que se mantenga alejada por unos días más de los medios informativos y de los votantes a quienes desea atraer, hasta la Convención Demócrata que comenzará el 19 de agosto en Chicago. Pero ya allí tendrá que definirse de alguna manera en su discurso para aceptar la candidatura presidencial de su partido y con ello sentará las bases finales de esta carrera electoral.

Kamala Harris DPA vía Europa Press

De momento, la candidata se limita a leer los textos preparados por su equipo y que va leyendo en las pantallas que la rodean, algo que hace claramente mejor que el actual presidente y excandidato, Joe Biden, quien se confundía con frecuencia por lo que parecía una senilidad que ya le afectaba desde la anterior elección de 2020.

Pero la Convención se presenta como un posible problema para la candidata y su partido, pues hay un gran riesgo de que se convierta en un campo de batalla entre las diferentes facciones demócratas, especialmente por la presión de grupos para los cuales Harris –y probablemente cualquier otro candidato viable– no es suficientemente progresista. Hay temores de que esta presión convierta las calles de Chicago en un campo de batalla en la reunión demócrata, un contraste desfavorable con la muestra de unidad durante la Convención Republicana de julio.

Es un peligro especialmente grave para un personaje como Harris, que ha pasado su vida en lugares y posiciones que sus rivales califican de extrema izquierda y que elementos conservadores y de centro derecha pueden rechazar y criticar fácilmente. El peligro aumenta ante las exigencias de los elementos radicales de la izquierda que piden posiciones extremas incompatibles con la gran masa de votantes que cualquier candidato necesita para ganar.

Así las cosas, la segunda mujer candidata a la presidencia de Estados Unidos ha de conjugar su historial progresista con las necesidades del momento. Tanto ella como sus asesores han decidido tomarse su tiempo para que el giro hacia el centro no resulte demasiado sorprendente y genere rechazo entre sus simpatizantes habituales.

Estos simpatizantes están en California, el estado más progresista del país, donde apoyan sus posiciones para abrir las compuertas a la inmigración y socializar la medicina, dos cuestiones extraordinariamente polémicas que encienden los ánimos de ambos partidos en sentidos opuestos.

En la inmigración, hay corrientes más favorables entre grupos adinerados que entre la clase obrera, pues los unos desean mano de obra abundante y barata y los otros temen la competencia de los recién llegados, lo que plantea dificultades a los candidatos demócratas que profesan su apoyo por los desfavorecidos. En el caso de Harris, arrastra una carga por su falta de gestión en este terreno, pues el presidente Biden la designó para resolver los problemas migratorios, pero la entrada de más de siete millones de indocumentados no le permite presumir de una gestión brillante.

En cuanto a la medicina, la socialización del sistema representaría poner al estado a cargo de la atención médica. Es algo que ya ocurre con el programa Medicare, que ya cubre a los mayores de 65 años y que en general están satisfechos, pero ampliarlo a la totalidad de la población ofrece un nuevo frente a los grupos conservadores, quienes lo interpretan como una deriva hacia el socialismo, al que denuncian como un peligro existencial para el país.

Si estas son importantes cuestiones internas, están también por definir aspectos de las relaciones internacionales que afectan a Estados Unidos y al resto del mundo, como la guerra de Ucrania, la ampliación de la OTAN, la situación de los países del hemisferio, las relaciones con Rusia y China, o las tensiones con Corea.

Hasta ahora, ni como vicepresidenta, como candidata hace cuatro años o como senadora, ha presentado sus posiciones. Si Kamala Harris no define su política al respecto hasta la llegada de la Convención Demócrata, serán sus rivales republicanos quienes lo hagan por ella. l