Con el golpe de Estado de este miércoles, Gabón se convirtió en la quinta excolonia de Francia en África que desde 2020 ha visto cómo grupos de militares aprovechaban la impopularidad de sus gobiernos para tomar el poder, pese a que contaban con alianzas estrechas con París. El de Gabón llegó poco después de que la comisión electoral del país anunciase la victoria del presidente derrocado, Ali Bongo, en los polémicos comicios del pasado 26 de agosto, que la oposición tildó de fraudulentos y se celebraron sin presencia de observadores internacionales y con las conexiones de internet bloqueadas. Los golpistas –como los opositores– aseguraron que los comicios no fueron transparentes, creíbles ni inclusivos, y acusaron al Ejecutivo de gobernar “irresponsable e impredeciblemente”.

Enseguida, el golpe militar se celebró en las calles de Libreville con centenares de manifestantes que portaban banderas de Gabón y destruían la propaganda electoral del mandatario depuesto, aún presente en muchas esquinas del país.

La junta reabrió de inmediato las conexiones de internet, lo que permitió a los gaboneses inundar las redes sociales con los vídeos de sus celebraciones.

Todo apunta a que el golpe supondrá el final de la hegemonía en Gabón de la familia Bongo, en el poder desde 1967.

Pero el júbilo en las calles gabonesas contrasta con la inquietud de la Unión Africana, que ha observado los hechos de Gabón con consternación. Y no le faltan motivos.

Mientras los militares anunciaban la toma del poder en Gabón, la Comunidad Económica de Estados de África Occidental (Cedeao) aún se rompía la cabeza para solucionar la crisis de Níger, donde otro golpe de Estado derrocó el pasado 26 de julio al presidente Mohamed Bazoum.

Níger se convirtió en el cuarto país del oeste de África liderado por una junta militar, después de Mali, Guinea-Conakri y Burkina Faso, un hecho que llevó a la Cedeao a poner sobre la mesa la posibilidad de una intervención militar contra los golpistas. En vez de hacer retroceder a la junta militar nigerina, esa opción sólo ha despertado aún más tensiones en la región, con Mali y Burkina Faso alegando que cualquier acción en Níger equivaldría a una declaración de guerra también contra ellos.

Los acontecimientos de Gabón pueden ser una señal de que, quizás, ni siquiera las respuestas contundentes pueden romper ahora esta ola de golpes de Estados, que uno tras otro han acabado con gobernantes con crisis de legitimidad e impopulares.

Gobiernos impopulares

Gabón y los países del oeste de África que han visto golpes de Estado en los últimos años tienen un denominador común: estas insurrecciones ocurrieron en excolonias de Francia cuando la población tenía muchos motivos para estar descontenta con sus gobernantes.

En el caso de Burkina Faso y Mali, los militares tomaron el poder mientras grupos terroristas se extendían por sus países sin que los gobiernos pudiesen detenerles, atacando a los civiles. Una situación similar sucede en Guinea-Conakri –con enormes reservas de bauxita– y en Gabón –una de las potencias petroleras de África subsahariana–, donde, además, los golpistas acusan a los gobernantes depuestos de intentar perpetuarse en el poder y de enriquecerse mientras la mayoría de la población sufre pobreza.

Pero Francia, en vez de rechazar los abusos de esos líderes derrocados, premió su cercanía a París con acuerdos bilaterales y la puesta a su disposición de un poderoso socio incondicional. La estrategia de Francia respondía a sus intereses. Por eso, los golpes de Estado en estos países han estado acompañados de un patente sentimiento antifrancés en las calles, donde los manifestantes a favor de las juntas militares han quemado la bandera de la exmetrópoli y han enarbolado la de Rusia, que busca más influencia en África.