Decía Aldoux Huxley que “quizás la más grande lección de la historia es que nadie aprendió las lecciones de la historia”. El 6 de agosto de 1945, el Enola Gay dejaba caer a Little Boy, la primera bomba atómica arrojada sobre una ciudad, desatando el horror sobre Hiroshima. La especie humana entraba en una nueva era, la atómica. El reciente estreno de Oppenheimer nos vuelve a recordar la historia de aquel hito, pero también la terrible lección que el descubrimiento trajo para sus creadores y para el mundo entero. Una lección que más de 7 décadas después parece que todavía no hemos aprendido.

Todo comenzaba en 1938 en Berlín, cuando dos químicos alemanes lograron dividir un átomo de uranio, dando lugar a la primera fisión nuclear de la historia. Pronto la comunidad científica alertó de las consecuencias del descubrimiento. La creación de una bomba devastadora era posible. Y en un mundo a las puertas de una guerra, el descubrimiento podía ser clave para la victoria de cualquiera de los bandos. Leó Szilárd, un físico húngaro que había huido de la persecución nazi a los judíos, escribió al presidente estadounidense Franklin Roosevelt para alertarle sobre la necesidad de lograr la bomba atómica antes que Hitler. Comenzaba la carrera por la bomba atómica.

En 1939 Hitler invadió Polonia iniciando la Segunda Guerra Mundial. Dos años después los japoneses atacaron Pearl Harbor, entrando Estados Unidos en la guerra. Fue entonces cuando los norteamericanos dieron el impulso definitivo a las investigaciones sobre la bomba atómica. En un edificio de la isla de Manhattan, se dio inicio al proyecto de creación de la primera bomba atómica, con el nombre de la isla en la que se había ideado. Nacía el Proyecto Manhattan, el proyecto científico-militar que supondría una nueva era.

El físico J. Robert Oppenheimer, ‘padre’ de la bomba atómica. EFE

El proyecto Manhattan

Liderado por el científico norteamericano Robert Oppenheimer, el Proyecto Manhattan se convertiría en el mayor esfuerzo científico, industrial y militar conocido hasta entonces. Más de medio millón de científicos, ingenieros, militares y trabajadores de todos los ámbitos trabajaron durante meses a lo largo de todo el país en fábricas, laboratorios y bases militares. El centro de operaciones se radicó en el desierto de Nuevo México, donde los científicos que lideraban el proyecto construyeron la primera bomba. Fue en el campo de misiles de Arenas Blancas, donde se realizó la denominada Prueba Trinity.

A las 5.29 del 16 de julio de 1945, explotó la primera bomba atómica de la historia. La bomba, equivalente en potencia a 19.000 toneladas de TNT, generó un cráter de tres metros de profundidad y 330 metros de diámetro. La onda de choque pudo sentirse a 160 kilómetros de distancia. La nube de hongo, futuro símbolo visual de las bombas atómicas, se elevó doce kilómetros sobre el suelo. El libro de la Historia iniciaba un nuevo capítulo, el cual, a pesar de la euforia del principio, daría más tarde lugar a una desoladora pesadumbre.

Para los protagonistas, en un primer momento, el éxito de la prueba supuso la ventaja decisiva que haría terminar la guerra. Durante la carrera por la bomba atómica, el miedo a que Hitler lograse la bomba antes que los Aliados fue el principal peligro. Los alemanes tuvieron su propio programa atómico, con el brillante físico Werner Heisenberg como principal figura. Los Aliados lo sabían e incluso crearon un departamento dedicado a espiar y sabotear el programa alemán, como analiza el interesante libro La brigada de los bastardos de Sam Kean.

Pero los alemanes se hallaban en clara inferioridad. La huida de sus mejores científicos debido a su ascendencia judía, la imposibilidad de la industria alemana de ir más allá del esfuerzo bélico convencional y la apuesta de Hitler por otros programas militares hizo imposible que pudieran culminar con éxito su programa atómico. Para cuando se realizó la prueba Trinity el nazismo ya estaba derrotado en Europa. Pero Estados Unidos tenía otro frente, que parecía incluso más difícil de reducir completamente que el frente europeo: la guerra contra Japón.

Para julio de 1945 el Imperio del Sol Naciente se batía en retirada de todas sus conquistas, pero resistiendo y sin que aceptara la rendición total. La sangrienta ocupación de la isla de Iwo Jima, primera de las islas pertenecientes a Japón en ser conquistada, demostró la enorme carnicería que supondría la ocupación del resto del país antes de que sus dirigentes firmaran la capitulación. Lo mismo ocurrió con la toma de Okinawa, lo que presagiaba una cantidad inasumible de bajas para los norteamericanos antes de reducir militarmente todo Japón.

La rendición nipona

La respuesta norteamericana vino el 6 de agosto de 1945 en Hiroshima y tres días más tarde en Nagasaki. Aquellas dos bombas atómicas y la hecatombe que produjeron empujaron a las autoridades niponas a la rendición. Millones de soldados de ambos lados y de civiles japoneses no morirían en una sangrienta invasión, pero la enorme cantidad de víctimas calcinadas por el destructor efecto de las bombas atómicas suscitó el horror de todo el mundo. Si Trinity inició la era nuclear, Hiroshima hizo presente y visible la era del horror nuclear.

Los primeros miedos, que ya habían surgido entre los científicos tras el éxito de la prueba Trinity, tenían su terrible constatación en los infiernos de Hiroshima y Nagasaki. El mundo era por primera vez consciente de los efectos de lo que había creado. Oppenheimer, líder del Proyecto Manhattan, personificará el remordimiento ante la capacidad destructiva de lo que había creado. “Ahora me he convertido en la Muerte, el destructor de Mundos”, famosa frase del Bhagavad-gita, pasaría por su mente. El remordimiento se abría paso a la euforia inicial, y en muy poco tiempo al horror.

En 1949 otro de los grandes temores de algunos científicos se hizo real. El 29 de agosto de 1949 la URSS detonó su propia bomba atómica. Comenzaba la carrera atómica entre países, lo que empujó no solo al rearme de las naciones, sino a la búsqueda de bombas cada vez más poderosas. En poco tiempo vino la bomba de Hidrógeno, mil veces más destructiva que las de Hiroshima y Nagasaki. Y en 1952 llegó la bomba termonuclear, que multiplicaba la capacidad destructora de la de Hidrógeno.

La Guerra Fría alentó la carrera nuclear, justificando el aumento de los arsenales y su capacidad destructora. El equilibrio entre EE.UU. y la URSS se basó hasta la caída del sistema soviético en las armas nucleares. La capacidad de acabar con la civilización de los arsenales de ambas potencias hizo que ninguno de los bloques atacase directamente al otro, lo que se denominó Estrategia de Destrucción Mutua Asegurada. Fueron las décadas del pánico nuclear en la literatura, la televisión… y en la realidad: en 1962, en la crisis de los misiles soviéticos estacionados en Cuba, la pesadilla nuclear a punto estuvo de hacerse realidad.

Desafortunadamente, la carrera armamentística nuclear no se limitó a la URSS y los EE.UU. Desde 1945 muchas potencias se han hecho con la bomba nuclear. Gran Bretaña lo logró en 1952, Francia y China en los sesenta, India en los setenta y Pakistán a finales de los 90. Israel nunca ha reconocido poseer armas nucleares, aunque tampoco lo ha negado, y se cree que posee este tipo de armamento desde los setenta. Corea del Norte ha sido la última en apuntarse al club de las potencias nucleares, confiando a estas armas su seguridad respecto a una invasión de su vecino del sur y su aliado norteamericano. Sin olvidar el problema del programa nuclear iraní, cuyas sanciones internacionales son justificadas por la intención del régimen de los ayatolás de poseer estas armas.

El armamento nuclear parecía haber perdido protagonismo tras el fin de la Guerra Fría, a excepción de las sanciones internacionales contra Corea del Norte o Irán. Sin embargo, la invasión de rusa de Ucrania la ha situado de nuevo en la palestra. Las amenazas del presidente ruso Vladímir Putin sobre la posible utilización de armas nucleares han sido claras y reiteradas, y posiblemente han evitado una implicación más directa en el conflicto de los países occidentales. En esta guerra, para el caso de que Putin se viese desbordado por los ucranianos se ha barajado, incluso, la posible utilización de armas nucleares de baja intensidad, las llamadas armas tácticas. El reciente film de Cristopher Nolan nos lleva de nuevo al origen de la amenaza nuclear, amenaza que Putin parece haber recuperado de nuestras pesadillas más antiguas. El horror nuclear continuaba en nuestro inconsciente, no se había desvanecido, solo esperaba el momento oportuno para volver a desvelar nuestro sueño como hace décadas.

Mientras tanto, cada año cientos de personas visitan el monolito erigido en el desierto de Nuevo México donde se detonó la primera bomba atómica del Proyecto Trinity. Para muchos allí es donde el hombre cambió el rumbo de la historia, logrando el poder de destruirse a sí mismo. Un lugar de carácter mítico, que nos recuerda a aquel en el que Prometeo robó el fuego a los dioses.

La bomba sirvió para acortar la guerra pero al coste de llevarnos al borde de la autodestrucción. Oppenheimer y muchos de sus primeros creadores lo reconocieron pronto, mientras que el resto del mundo necesitó de Hiroshima, Nagasaki y la Guerra Fría para darse cuenta de la amenaza. 78 años después, esperemos que Huxley se equivocara en su afirmación sobre las lecciones de la Historia y reflexionemos al menos sobre lo que nos relata la brillante película Oppenheimer. Una lección que, por desgracia, viendo lo ocurrido en Ucrania, parece que todavía se nos resiste.