El Mayo francés fue uno de los episodios más conocidos de la oleada revolucionaria del 68, como hemos visto a través de las últimas conmemoraciones. A pesar de que lo ocurrido aquel año en Alemania no ha pasado al imaginario social de la misma forma que el caso francés, el alemán puede ser el ejemplo más claro a la hora de expresar los múltiples y distintos fenómenos a los que dio lugar el 68, especialmente en lo relacionado con la violencia. El caso alemán nos muestra las caras opuestas del 68, con sus luces y sus sombras. Desde el surgimiento de movimientos sociales, que con el tiempo terminarían dando lugar al movimiento ecologista, antinuclear o feminista -cristalizando en partidos como Los Verdes-, a la expresión de la violencia armada, con grupos como el Movimiento 2 de Junio o las Células Revolucionarias o, especialmente, la Fracción del Ejército Rojo (RAF), que llegó a poner en jaque al Estado asesinando a 34 personas en sus más de dos décadas de actividad intermitente.

Pero, para entender los tan distintos fenómenos sociales que ocurrieron en Alemania en 1968, tenemos que regresar hasta 1945. Tras la derrota en la Segunda Guerra Mundial, la sociedad alemana comenzó un proceso de reconstrucción de un país dividido en dos regímenes, uno capitalista y moldeado según la democracia liberal de los EE.UU., la República Federal Alemana (RFA); y el otro bajo el régimen soviético y de carácter comunista, la República Democrática Alemana (RDA). La República Federal Alemana logró convertirse en una superpotencia económica en pocos años, llegando a ser para los años 60 la primera potencia económica europea. A esto se unió una gran estabilidad política, a través de los conservadores de la CDU y el SPD socialdemócrata, con el liberal FPD como bisagra de ambos. La SPD era el origen de la SDS (Federación Socialista Alemana de Estudiantes), que sería el sindicato estudiantil que lideró las protestas en Alemania.

escisión Este sindicato estudiantil se escindió del SPD tras el crucial congreso de Bad Godesberg de 1959, verdadero hito para la socialdemocracia europea ya que en ella el SPD, el partido socialdemócrata más longevo de Europa, renunció al marxismo como teoría política y optó por la reforma del capitalismo antes que por su abolición. De esta manera se allanó el camino para la gran coalición de conservadores y socialdemócratas de 1966 pero, por otra parte, hizo que la federación de estudiantes se escorase a la izquierda, girando a la Nueva Izquierda crítica con el comunismo ortodoxo, que veía en Vietnam, Cuba o China los nuevos modelos a seguir.

Este proceso de radicalización conectó con las protestas a nivel mundial que se estaban generando en todo el planeta, sobre todo en lo referente a tres cuestiones en el caso alemán, como relata Kurlansky en su libro sobre el 68: la guerra de Vietnam, la dictadura militar en Grecia y la represión ejercida por el sha de Persia. Fue la cuestión del sha la que detonó la oleada de protestas que culminó en el 68. El sha de Persia, muy criticado por su autoritarismo y por la represión que ejercía contra los que se oponían a su régimen, estaba de visita el 2 de junio de 1967 en Berlín Oeste y tenía previsto asistir a la Ópera Alemana de Berlín. La SDS había organizado una protesta en el exterior del recinto. La carga policial fue brutal, dejando a doce estudiantes malheridos y siendo asesinado por la Policía uno de los manifestantes, Benno Ohnesorg, con un tiro por la espalda. Ohnesorg era estudiante universitario y esa era su primera manifestación. El agente que disparó, Karl Heinz Kurras, sería absuelto más tarde, y en 2009, con la apertura de los archivos de la Stasi (policía política de la RDA), se conocería que había sido espía de la Alemania comunista.

El asesinato de Ohnesorg se convirtió en símbolo de la represión del Gobierno y las protestas estudiantiles se expandieron por toda la RFA, poniendo en duda el sistema parlamentario alemán y radicalizando aún más las protestas estudiantiles. Fue Rudi Dutschke, un joven líder estudiantil, el que encabezó aquellas protestas, convirtiéndose en la cabeza visible de todo el movimiento. Las manifestaciones ya no serían sólo en contra de la guerra de Vietnam sino que, tras el asesinato de Ohnesorg, sería el propio sistema político de la RFA el que fue puesto en entredicho, siendo criticado por los sectores más radicales como continuador del nazismo.

Ulrike Meinhof Esta radicalización llegó a su punto más alto el 11 de abril de 1968 cuando un joven de ultraderecha llamado Josef Bachman disparó tres tiros a Dutschke en la cabeza. Este logró sobrevivir, aunque con graves secuelas, como ataques epilépticos, a raíz de los que falleció ahogado mientras se bañaba once años después. Este ataque significó el paso a una mayor radicalización de la protesta estudiantil y también el salto a la violencia de una minoría. Ulrike Meinhof, entonces una treintañera periodista radical de la revista Konkret, escribió: “Se acabó la broma”. Expresaba lo que una minoría comenzaba a pensar, la necesidad de la violencia como respuesta al Estado. Ulrike Meinhof fue la encargada de cubrir el juicio contra varios estudiantes acusados de incendiar unos almacenes en Fráncfort. Entre los acusados se hallaban Andreas Baader y su novia Gudrun Ensslin. De ese encuentro, surgió el grupo originario que en 1970 fundó la RAF (Fracción del Ejército Rojo), el grupo armado que condicionó la vida alemana las décadas siguientes hasta su autodisolución en 1998.

David C. Rapaport, especialista norteamericano en terrorismo, dividió el surgimiento del terrorismo moderno en cuatro grandes oleadas desde el siglo XIX. La tercera surgiría en los años 60, al calor de las insurrecciones revolucionarias y contestatarias que culminaron en el 68. Con el armazón ideológico de las luchas del tercer mundo (Cuba, Vietnam, Argelia) y justificadas desde las visiones más radicales de la Nueva Izquierda o las lecturas más críticas con el comunismo soviético, como el maoísmo o el trotskismo, surgieron por esta época expresiones violentas no sólo en Alemania, sino en otros lugares como Italia, Irlanda o Euskadi. Como diría el historiador Gareth Stedman Jones, “la identificación con el ejemplo vietnamita y cubano ha tenido como resultado una temprana toma de conciencia de que, en determinadas situaciones, el recurso a la no violencia es sinónimo de pasividad política”.

En 1970 la RAF comenzó sus acciones armadas atracando bancos, colocando bombas y asesinando a varias personas. En el 72 fueron detenidos Baader, Ensslin y Meinhof, pasando sus últimos años de vida en una cárcel de máxima seguridad. Entonces retomó la lucha una nueva generación de activistas, con acciones muy conocidas como la toma de la embajada alemana en Estocolmo, el asesinato del fiscal general Siegfried Buback o del presidente del Dresdner Bank, Jurgen Ponto. En 1977 un comando palestino del FPLP secuestró un avión de Lufthansa, exigiendo la excarcelación de los dirigentes fundadores de la RAF. El avión fue conducido a Somalia, donde las fuerzas especiales alemanas consiguieron rescatar a los rehenes. Una vez conocida la noticia del rescate, aparecieron muertos en sus celdas Baader, Ensslin y otro miembro del grupo originario. Meinhof ya se había suicidado en su celda el año anterior. A pesar del suicidio de los fundadores, la RAF y su violencia reaparecerían todavía pero intermitentemente, hasta su última acción, en el año 1993.

En 1998, tras varias décadas de violencia, y 34 víctimas mortales, los restos de la RAF publicaron un comunicado de disolución en el diario berlinés Junge Welt. Con él ponían fin a su actividad violenta, asumiendo su fracaso pero sin atisbo de arrepentimiento. Entendían su lucha como un paso en el camino de la liberación del imperialismo que, a pesar de no haber logrado la victoria, habría ayudado a que la idea de liberación siguiera en pie. La frase con la que terminaban el comunicado, La revolución dice: he sido, soy y seré, de Rosa Luxemburgo, da idea de la percepción grandilocuente de los miembros de este grupo sobre su papel en la historia.

Pero lo cierto es que su experiencia violenta reflejaba una de las expresiones más trágicas del 68, la que arrastró a una minoría de jóvenes a radicalizarse hasta el extremo de utilizar la violencia como medio para cambiar la sociedad. Una experiencia que, con el reciente punto final de ETA, pone el cierre a uno de los efectos más negativos del ciclo histórico que se abrió en el 68. Una historia de sangre y violencia que muestra que no toda la herencia del 68 colaboró en la transformación del mundo en un lugar mejor.

crueldad Como explicaría el periodista Stefan Aust en una entrevista: “pienso que algunos de ellos querían realmente cambiar el mundo. Sentían solidaridad con los pobres, los parados y los explotados del mundo, así que lucharon contra el imperialismo. Eso pensaban. Lucharon contra la policía, contra el Estado y olvidaron que si ponían bombas en edificios, allí estaban seres humanos. Se hicieron muy crueles en su intento de luchar contra la crueldad del mundo”. Una crueldad de la que algunos de los hijos del 68 no se escaparon y de la que muchas regiones del mundo, incluida la nuestra, ha tardado demasiado tiempo en librarse.