Billy Graham, un siglo de cruzadas
El reverendo Billy Graham, líder evangélico en Estados Unidos, dio consejo espiritual a los presidentes durante 68 años
Le faltaban tan solo meses para cumplir los 100 años, un siglo que dedicó a una cruzada permanente que no solo llegó a más de 215 millones de personas que lo escucharon en 185 países, sino que deja una marca visible y duradera en la política norteamericana.
Billy Graham, que murió esta semana a los 99 años, era la mayor representación de los evangélicos del país, aunque sus ideas se distanciaron hace ya más de sesenta años de los fundamentalistas, que interpretan la Biblia en un sentido literal aunque aceptan que el mundo quizás no lo creó Dios en seis días, pero no estiran la cuenta mucho más de los cuatro mil años.
Presente en la política norteamericana desde 1950, cuando se reunió con el entonces presidente Harry Truman, ha dado consejos espirituales a todos los ocupantes de la Oficina Oval en los últimos 68 años, aunque él mismo tuvo que retirarse de los púlpitos en 2005 aquejado por múltiples dolencias.
En un país como Estados Unidos, donde los evangélicos representan la quinta parte de la población, el significado de un líder religioso como Graham adquiere aún más importancia ante el activismo político de este sector religioso. Su impacto electoral es, probablemente, mucho mayor que el porcentaje de población que representan, y en los últimos decenios la mayoría defiende causas políticas conservadoras. En consecuencia, apoya a presidentes y congresistas republicanos.
Aunque la palabra sea la misma, a estos evangélicos americanos no hay que confundirlos con los europeos, especialmente los alemanes, cuya religión también está representada en Estados Unidos, y a los que se les conoce como luteranos. Este protestantismo alemán, sobrio y silencioso, está muy lejos de los actos multitudinarios y las experiencias de mística colectiva frecuentes en Estados Unidos.
Aunque el propio Graham señaló en sus últimos años que no había sabido mantener una neutralidad suficiente ante las actitudes políticas, lo cierto es que fue el capellán de los presidentes de ambos partidos desde 1950. El demócrata Harry Truman fue el primero en recibirle en la Casa Blanca, el segundo presidente Bush aseguraba que Graham había sido decisivo para superar su alcoholismo, Obama fue a visitar al ya enfermo predicador en su casa de Carolina del Norte en 2010 y hasta Trump, al que nadie le conoce grandes aficiones religiosas, asistió a la fiesta de cumpleaños de Graham hace casi cinco años.
Este hombre, nacido exactamente un año después de la Revolución Bolchevique, se educó en los principios evangélicos más estrictos. Desde mediados del siglo pasado se fue separando de los sectores fundamentalistas que tienden a dar una lectura literal de las Escrituras, aunque no renunció a la experiencia evangélica de sentirse “renacido” en una vivencia de la salvación cristiana y de fervor colectivo.
Ordenado ministro protestante a los 21 años, no acabó sus estudios teológicos hasta un año más tarde y, si bien empezó a predicar desde muy joven, tan solo se convirtió en una figura nacional en 1948 en la primera de sus muchas cruzadas defendiendo los valores cristianos.
Otras confesiones Graham no solo se distanció de los sectores fundamentalistas, sino que tendió la mano a otras confesiones y, a diferencia de muchos protestantes que usan frases vejatorias para describir a los católicos, les exhortó a ser fieles a su fe y trabajar en el seno de sus comunidades. Pero el entusiasmo generado por sus cruzadas y el prestigio que le dieron sus reuniones presidenciales fueron un enorme apoyo para los evangélicos que adquirieron un activismo renovado en la política norteamericana. En los últimos decenios, presidentes, congresistas, gobernadores y jueces conservadores prestaban atención a las posiciones evangélicas y trataban por todos los medios de mostrar fidelidad a los principios de tan importante bloque electoral.
La marca que dejan estos movimientos religiosos es evidente en el debate en torno al aborto, el matrimonio homosexual o la eutanasia. Aunque, a pesar de tanto fervor, el aborto siga siendo legal, las parejas del mismo sexo puedan casarse y el suicidio asistido esté aceptado en cuatro estados, los evangélicos siguen inclinando balanzas electorales y mantienen viva la cruzada que Graham lanzó hace ochenta años.
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