Ejército sí, pero solo hasta las elecciones
Los manifestantes desmantelan el campamento en el que vivieron días históricos para Egipto y el mundo Queda pendiente la disolución del Parlamento y la derogación de la Ley de Emergencia, vigente desde 1981
El Ejército egipcio trató ayer de contentar a todos, incluso a sus vecinos israelíes. Conocedores del temor que la crisis egipcia suscita en Tel Aviv, los militares se comprometían ayer a "respetar todos los tratados internaciones firmados", en clara alusión a los acuerdos de paz con Israel. Algo que fue bien recibido por Netanyahu. De todas formas, las autoridades hebreas no bajan la guardia y mantienen la tensión hasta que el proceso finalice. Los nuevos gobernantes egipcios también se comprometieron a entregar el poder a través de unas elecciones libres. El anuncio de la cúpula militar fue bien recibido, incluso por los Hermanos Musulmanes -de orientación islamista-, principal fuerza de la oposición, que exige también la disolución del Parlamento y la derogación de la Ley de Emergencia, vigente desde 1981. Esta ley podría ser derogada el próximo viernes.
A pie de calle, en la plaza de Tahrir, una de las consignas más repetidas durante las dos últimas semanas ha sido "el Ejército y la gente, una sola mano". La mayoría de los manifestantes no pone demasiadas pegas a que el Ejército se quede hasta las próximas elecciones, siempre y cuando conceda las demandas que pedían y a su mandato provisional le siga un gobierno civil elegido de manera legítima por el pueblo. "El ejército tiene dos deberes: proteger la constitución y las fronteras, y eso es lo que tiene que hacer desde el momento en que se vuelvan a celebrar una elecciones libres", puntualizaba Hesham, abogado. Dejando aparte a Omar Suleiman, del que nadie quiere ya hablar, cada cual tiene sus favoritos, pero todos coinciden en sus demandas: "La desaparición de la Ley de Emergencia, la invalidación del Parlamento, que se eligió mediante unos comicios corruptos y la celebración de elecciones limpias a la mayor brevedad", apuntaba Hesham, protector de la entrada a Tahrir por la calle del Museo. "En cuanto vea claro que el Ejército me lo va a proporcionar, recojo las vallas metálicas, cojo mis cosas y me voy a mi casa". "Los vigilantes de esta entrada han visto morir a mucha gente aquí durante las últimas semanas y es más difícil para ellos fiarse de que al final haya valido la pena", apuntaba un médico voluntario del antiguo mini hospital situado junto a la barricada.
Entre barrenderos voluntarios y furgonetas cargadas de mantas que preparaban la retirada, algunos grupos de personas se mostraban reticentes, al igual que Hesham, a irse antes de que el ejército diese muestras de buena voluntad. "La revolución no ha terminado, no ha hecho más que empezar, y estaremos muy al tanto de lo que pase", señalaba el joven Mohammed, afónico tras una noche entera de celebraciones. En la parte de las tiendas de campaña, algunos aún se resistían a desmontar el campamento. "Yo me voy a ir con mi mujer y mis hijos a casa porque estamos muy cansados, pero mi hermano se queda, de momento", explicaba Abd Shefi. El mencionado hermano, Selem, aseguraba que no se movería hasta que el ejército anunciase que invalidaba el Parlamento.
Varios metros más adelante, la familia Mansour reposaba en su tienda a la espera de noticias. "Mubarak se lleva en su tripa el sustento de todos los pobres de este país. Han sido 30 largos años de corrupción, así que no nos vamos a mover de aquí hasta que nos sintamos seguros de que las cosas van a cambiar", aseguraba Mahmud, padre de familia.
En mitad de la plaza, un grupo de jóvenes había montado un stand en el que se podía leer "embajada de los beduinos en El Cairo", desde el que aseguraban que "las relaciones con el gobierno egipcio no son buenas" y desde cuya ventanilla imaginaria hacían sus particulares demandas: "Queremos que el próximo gobierno se acuerde de que existimos. Somos muchos y necesitamos viviendas" manifestaba Shahin, estudiante actualmente en El Cairo. "Nosotros también luchamos en la guerra del 73 contra Israel y durante todo este tiempo hemos protegido el territorio", asegura.
En el resto de la plaza, la gente discutía alegremente sobre el futuro y se creaban pequeños parlamentos. "Mubarak no eran tan malo pero en los últimos años se corrompió por culpa de los que le rodeaban, que eran como perros hambrientos", decía Yusef, padre de familia copto. "Lleva 30 años robando pero no nos habíamos dado cuenta hasta hace poco", le respondía Sami, tendero musulmán. Al final, el primero acababa ofreciendo comida al segundo, que reía y anunciaba: "Los coptos y los musulmanes somos como las pirámides, no se nos puede separar".
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