Bilbao
ES un hecho digno de notarse que todos los conquistadores de América y, en especial de Nueva España, eran naturales de Badajoz y Medellín, en Extremadura, y todos los que causaron la ruina del imperio español establecido por aquellos en el nuevo mundo procedían de las provincias vascongadas, y aún de un pequeño territorio de ellas: el padre de Allende era de Gordejuela, en el señorío de Vizcaya, y los de Aldama y Abasolo de Oquendo, en la provincia de Álava". Este extracto pertenece a un texto de Lucas Alamán, uno de los políticos más influyentes del naciente México tras la independencia de España, una frase citada en reiteradas ocasiones para destacar la importancia de la presencia de los vascos y sus descendientes en la lucha independentista del país azteca, que el pasado jueves cumplió 200 años.
El extracto fue recordado nuevamente por los tres historiadores que el mismo 16 de septiembre analizaron en Bilbao la vida de algunos de estos destacados hombres, como Ignacio Allende, Xavier Mina o Agustín de Iturbide, tan relevantes hoy en la historiografía mexicana. Jesús Ruiz de Gordejuela, doctor en Historia por la Universidad del País Vasco, Jaime del Arenal, director del Instituto de México en España, y Begoña Cava, doctora en Historia Moderna y Contemporánea por la Universidad de Deusto, fueron los encargados de dar luz a esta apasionante parte de la historia en la mesa redonda Los vascos en el bicentenario de la independencia de México, organizada por la Fundación Sabino Arana y el Consulado Honorario del país azteca.
"La historiografía mexicana y española ha tratado siempre al grupo vasco como un grupo más dentro de los españoles, sin percatarse de sus propias peculiaridades", expuso Gordejuela, quien destacó las hostilidades con los castellanos desde el inicio de la colonización. Así, el historiador tapatío -de la ciudad de Guadalajara- Jaime Olmeda define al grupo vasco "por su defensa de los privilegios, su espíritu empresarial, su laboriosidad, por los lazos de solidaridad tan estrechos, su profunda religiosidad, el orgullo, valor, la importancia que le daban a la vida comunitaria y la tenacidad". Ciudades como Guadalajara, Zacatecas, Durango, San Luis Potosí, en el noroccidente de México fueron descubiertas y colonizadas por los vascos, así como los estados de Sinaloa y Chihuahua. Allí se asentarían estas familias y "ejercerían todo tipo de actividades, pero siempre en una posición de privilegio". A finales del siglo XVIII, los vascos representaban el 18,42% de la población peninsular.
Según Jaime del Arenal, en el periodo de 1808 a 1821 surgirán una gran cantidad de apellidos vascos que van a tener una gran relevancia en la historia del momento. Desde los leales a la corona española -los llamados realistas-, como el virrey José de Iturrigaray o Juan Ruiz de Apodaca; los autonomistas, como Juan Francisco de Azcárate, la familia Fagoaga, los Mitxelena; hasta los insurgentes como el cura Hidalgo, de familia vasca por parte materna, Ignacio Allende, los hermanos Aldama, Mariano Abasolo o Xavier Mina.
Los primeros insurgentes El año 1808 fue clave. La fractura de la monarquía española tras la renuncia de Fernando VII "creó por primera vez un vacío de poder", lo que provocó una sensación de inseguridad y desamparo en las Américas, según Gordejuela, un hecho que precipitaría los acontecimientos y las conspiraciones de los partidarios de la independencia.
Los insurgentes se dieron a conocer el 16 de septiembre de 1810, con el famoso Grito de Dolores, realizado por Miguel Hidalgo y Costilla, en compañía de Ignacio Allende y de Juan Aldama. "La precipitación con la que convoca al levantamiento responde a que la conspiración independentista había sido recién descubierta por la autoridad virreinal. Ignacio Allende comunica que van a ser detenidos y eso motiva a Hidalgo a llamar al pueblo tocando las campanas en la ciudad de Dolores", explica Gordejuela. Este hecho marcó el inicio de la lucha y es lo que hoy se conoce como el Grito de la independencia, que se celebra la noche del 15 de septiembre. Una vez congregada la población frente a la iglesia, el cura Hidalgo pronuncia un emotivo sermón, al final del cual grita: ¡Viva la Virgen de Guadalupe!, ¡Abajo el mal gobierno!, ¡Viva Fernando VII! Hoy en día, el grito finaliza con un ¡Viva México!
"En aquella época estaban convencidos de que la península estaba absolutamente perdida y pensaban que si se perdía España, por lo menos no se perdiera la Nueva España y menos los valores religiosos, una de las características más importantes del vasco". Sin embargo, la lucha no dura más de seis meses. El 21 de marzo, los líderes insurgentes son traicionados y detenidos. Allende, Aldama, Hidalgo y José Mariano Jiménez son fusilados y sus cabezas se ponen en jaulas de hierro en los ángulos de la Alhóndiga de Granaditas de Guanajuato, mientras que los cuerpos tienen sepultura en Chihuahua. En 1824 sus restos fueron llevados a la Ciudad de México, donde permanecen enterrados en la columna de la independencia. Mariano Abasolo también fue detenido aquel 21 de marzo, pero fue enviado a España en calidad de prisionero.
"A la voz del capitán Armendáriz, cuatro balas certeras acabaron con la vida de los primeros insurgentes de la independencia, pero esto no acabaría con las llamas de la insurgencia". Al mando de aquellos que continuaron la lucha se encontraba otro cura, José María Morelos y Pavón, quien "va a ser el gran estratega", según Jaime del Arenal. Sin embargo, en esta época no hay insurgentes vascos a destacar, ya que se trataba de un ejército de gente muy popular.
La independencia Tras la muerte de Morelos en 1816, la lucha independentista se convirtió en una guerra de guerrillas. "En 1817 aparece una figura protagónica, Xavier Mina, natural de Navarra, que se va a convertir en una figura esencial", explica Begoña Cava. La captura de Mina era la prioridad del virrey Juan Ruiz de Apodaca (1816-1820), nacido en Cádiz pero de familia alavesa. "Es un virrey que da bastantes indultos, se le muestra como flexible, pero en este caso podría asegurar con un 80% de probabilidades de que es él quien ordena el fusilamiento de Mina" ese mismo año.
Así, en la fase de culminación de la independencia mexicana, en 1820, quien toma protagonismo es el militar realista Agustín de Iturbide, quien va a pactar con el insurgente Vicente Guerrero. "Así se llega al Plan de Iguala en el que hay tres garantías: Independencia de México, Religión Católica y Unión de todos los grupos", señala la historiadora. Se forma también el Ejército Trigarante que siguió combatiendo a las tropas realistas, hasta que en agosto de 1821, Iturbide y Juan O"Donojú, la última autoridad enviada por España, firman los Tratados de Córdoba. El 27 de septiembre, el Ejército Trigarante entra victorioso en Ciudad de México y el 28 se firma el Acta de Independencia. Se constituyó así una junta gubernativa en la que destacaban apellidos como Fagoaga o Azcárate, mientras que Iturbide se convirtió en el presidente de la Regencia.