A la Rusia actual se le pueden encontrar muchos puntos de semejanza con la Unión Soviética, pero si hay alguno indiscutible es el de la economía. Como la URSS de los años 90, la Rusia de Putin padece hoy en día una aguda penuria de liquidez financiera. Y como en la Rusia soviética, el Estado es ahora propietario de gran parte de las grandes fuentes de riqueza, y como en la Rusia de Boris Yeltsin, aquejada por la bancarrota de la URSS, hoy el Kremlin lanza una ola de privatizaciones para que entre dinero fresco en las exhaustas arcas del Estado.

Vladimir Putin, jefe del Gobierno ruso y auténtico hombre fuerte del país, es un ex agente secreto y comunista democratizado? que sigue pensando y gobernando como la antigua nomenclatura de la URSS. Donde más se le nota el poso de las maneras soviéticas es en la gestión económica de la Federación Rusa. La querencia centralista y el dirigismo macroeconómico imperante en la URSS han resurgido y se han acentuado bajo la égida de Putin de forma arrolladora: en los últimos seis años, el porcentaje de participación estatal en el PIB (producto interior bruto) ha pasado del 25% a más del 50%.

La gran ola de privatizaciones emprendida por Yeltsin en el decenio de los 90 para llenar las arcas de un país arruinado por el estalinismo permitió que los mejores y más pingües negocios de Rusia quedasen en manos de los gerifaltes de otrora, muchos de ellos personajes vinculados a los omnipotentes servicios secretos de la URSS. A esta gente se la conoce hoy en día como los oligarcas de la nueva Rusia y cooperan dócilmente con el Gobierno o sucumben a las presiones político-económicas del Kremlin (recuérdese el caso de Khodorkovski, el encarcelado amo del consorcio energético Yukos). Incluso inversores extranjeros que participaban en los buenos negocios del país han sido "convencidos" de vender sus acciones, como la holandesa Shell asociada a la explotación de los yacimientos de Sajalín, que fue acosada hasta que vendió su participación al monopolio petrolero estatal ruso Gasprom.

Esta inseguridad jurídica de las inversiones y el creciente dirigismo económico han ahuyentado el capital extranjero invertido en Rusia, que ha pasado de los 49.000 millones de $ en 2008 a sólo 16.000 millones en el 2009. Para mayores males de cabeza de Putin, esa retracción del capital extranjero coincide con la crisis mundial y los malos resultados de muchas empresas estatales, creando una situación similar a la de los años 90. De ahí que el Kremlin decidiera ahora privatizar parcialmente entre 2011 y 2013 las diez empresas más importantes del país a fin de obtener unos ingresos del orden de los 22 o 23 mil millones de $, con lo cual la deuda pública rusa se reduciría al 4% del PIB.

Además de estos diez mayores consorcios, el Kremlin pretende privatizar el año próximo 400 empresas que carecen de valor estratégico. Entre ellas destaca la venta del 49% del capital del banco hipotecario ALSK y del banco agrario Roselchosbank. En las demás privatizaciones, el Estado pretende vender entre el 10% y el 25% menos una acción a fin de no perder el control último de la marcha de cada una de las empresas. En este capítulo destacan los dos grandes bancos Sberbank y VTB, Transneft (monopolista de los oleo- y gasoductos), Rushydro (saltos de agua) y FSK, gestora de la red de tendidos eléctricos. En esta última, el Kremlin quiere privatizar el 28,11% del capital público.

Llama la atención que la decisión del Kremlin ha sido tomada en un mal momento para vender, lo que confirma la acuciante falta de liquidez de Rusia.