Argentina y Polonia accedieron a octavos por caminos opuestos. Una cumplió su parte, jugó para ganar, convenció y se hizo acreedora a un resultado más amplio; la otra, obtuvo el premio utilizando una vía denigrante, renunciando a generar fútbol, fiando su suerte a los demás equipos del grupo. Polonia depositó su vida en las botas de su rival de anoche, así como en las de México y Arabia Saudí, y el azar obró para que todas las opciones posibles le sonrieran. Queda la duda de para qué quería seguir figurando en el cuadro del Mundial, con qué propósito al margen del estadístico se aferró a ello, pues con su actitud resulta obvio que el sábado hará las maletas y se irá para casa. Se cruza con Francia, aunque la identidad del oponente es lo de menos si se aferra a un comportamiento tan miserable.

La verdad es que al combinado dirigido por Scaloni se lo pusieron fácil, pero por si acaso desplegó las dosis de imaginación y consistencia suficientes para hacer bueno el pronóstico. Eso sí, no cabía imaginar el abismo que distanció a los contendientes con lo que estaba en juego, pero mientras Argentina se centraba en el balón, el banquillo rival prefirió plantear el choque calculadora en mano.

Y bien mirado, era hasta lógico colocar un interrogante sobre el partido. En realidad, el porcentaje de superficie corporal tatuada era el único aspecto, nunca mejor dicho, por el que había destacado Argentina hasta la crucial cita de anoche; que lo era, crucial, precisamente por ello, porque estética al margen, en lo que a conceptos futbolísticos se refiere, venía de ofrecer un nivel bastante deficiente, a tono con el declive del líder Messi. Menos agobiada llegaba Polonia, otra selección exenta de gracia, diseñada para apelotonarse en torno a un señor portero llamado Szczesny, que no tiene reparos en condenar a un aislamiento total a su gran estrella en la otra punta del campo.

Con estas premisas, sucedió que la vocación de los equipos se radicalizó hasta el infinito. Los americanos agarraron la pelota y no la soltaron; los europeos respondieron con la mencionada táctica del autobús y, en última instancia, sus oraciones fueron atendidas, cortesía del coloso Szczesny.

Para la ocasión, Scaloni diseñó un bloque extremadamente afilado con ocho piezas de perfil ofensivo, los laterales en posición de extremo y una áspera pareja de cierre, Otamendi y Romero, para calentarle los tobillos a ese naufrago llamado Lewandowski. Así que enseguida se abrió el turno de oportunidades a cargo de Argentina, que logró acumular una decena de remates en el primer período. El monólogo halló su punto culminante gracias al VAR, que interpretó como penalti un manotazo involuntario del portero en el rostro de Messi, cuando este ya había cabeceado fuera. El astro malgastó el favor o, mejor dicho, Szczesny le frustró alzando en la estirada uno de sus poderosos brazos.

Resultó casi milagroso que el marcador no se moviese. Argentina lo mereció, no permitió que la angustia le embargase, percutió sin pausa, convencida de que la propia inercia terminaría por hacer justicia. Sin embargo, prevaleció la racanería polaca, un monumento a la nada, incomprensible para un aficionado sin colores y, se supone, exasperante para sus seguidores. De modo que cuando en el primer latigazo de la reanudación, Mac Alister se benefició de la pasividad de la zaga para por fin superar al meta, a nadie extrañó.

La apuesta de Polonia era inviable e increíble, toda vez que al mismo tiempo que se consumaba su derrota, en el otro encuentro del grupo México se le equiparaba en la clasificación y apretaba a fondo para marcar un gol más que le diese el pase. A todo esto, Argentina perseveró: hecho lo más complicado, era cuestión de asegurar, de eludir un accidente, algo muy improbable, la verdad, puesto que Polonia ni amagaba con atravesar la línea divisoria. Julián Álvarez anotó el segundo. México obtenía poco después idéntica renta sobre Arabia Saudí. Un gol más en cualquiera de los dos casilleros, eliminaba a Polonia. Y si Argentina no marcó fue por pura casualidad, pues protagonizó cuatro aproximaciones muy nítidas, pese a que a diez de la conclusión Scaloni tomó medidas de precaución y pidió a los suyos que se dedicasen a congelar la pelota en medio campo. La de Tagliafico en el añadido, con Szczesny desbordado, la sacó un central junto a la línea de portería. Increíble.