El doctor en Leyes, presidente del EBB del PNV y propulsor del teatro vasco incluso en tiempos de la Guerra Civil Manuel Sainz de Taramona, natural de Balmaseda, fue contrario a que el pueblo vasco se exiliara a otros países durante aquel periodo bélico y la Segunda Guerra Mundial. En su caso, según un texto de la época firmado por el director general de Seguridad del Gobierno de Euzkadi, Francisco de Arregui, su compatriota prefirió morir en Maurrin, una pequeña comuna francesa de Aquitania, aneja a su “querida Euzkadi”, que hacerlo en otro destino transoceánico, por ejemplo. Vivió sus últimas horas, asimismo, preocupado por “la perdurabilidad de la raza vasca”.
“Cuando después de la persecución del Gobierno francés se presentó la oportunidad de venir a América, Manolo Taramona fue uno de los que prefirió quedarse cerca de su Patria Vasca, acariciando la ilusión de poder volver a tierra ‘bizkaina’, a la indomable Encartación, de cuyo origen se sentía tan orgulloso”, valoraba Arregui en un texto de hemeroteca e iba más allá en su admiración hacia la figura de este jeltzale: “En su lecho de moribundo conjuraba esa su obsesión de patriota íntegro con su cariño excepcional para Juventud Vasca de Bilbao, recomendando ‘cuidad de la juventud vasca”, escribía desde Temperley, Argentina.
Desde abril de 1941, fecha en la que falleció, yacen en Maurrin los restos de Taramona a quien Arregui describe como un hombre bueno, gran patriota, entusiasta, desinteresado y dispuesto a ayudar. En el camposanto, su tumba está “cobijada por una sencilla cruz de madera con euzkerica inscripción. Amigos queridos adornan periódicamente aquella tumba con algunas flores al tiempo que ofrecen a Jaungoikoa una oración”. Un ejemplo fue de compañeros que querían “adornar un poco más la fría tierra que cubre los despojos del buen Taramona”. De hecho, hicieron una colecta popular de “100 francos por persona”.
Arregui ilustraba cómo había sido la muerte de Sainz de Taramona. “Murió como había vivido, cristianamente y pensando en su Patria Euzkadi; besando un crucifijo y la bandera vasca, perdonando a todos y expresando su gran preocupación: la perdurabilidad de la raza vasca. Fue algo que para él fue una obsesión durante la permanencia en la Euzkadi continental, cuando el espectro de la última guerra mundial se cernía sobre todos y las masas de exiliados, apremiados por las necesidades económicas, buscaban solución a sus problemas en la emigración a América”, precisa y pormenoriza su pensamiento aún más: “Taramona era opuesto a la emigración y al desangre del pueblo vasco”. A su juicio, si la juventud vasca quedaba envuelta en una nueva guerra y si las masas de exiliados se instalaban en América, “el pueblo vasco quedará anémico racialmente y, en un tiempo relativamente corto corren el peligro inminente de desaparición, con lo que ya no habrá problema vasco por no existía la personalidad que lo originaba”.
Arregui transmitía que departieron numerosas horas sobre esa preocupación del de Balmaseda. “¡Cuánta era la tristeza que le invadía al contemplar las primeras y más numerosas emigraciones a Venezuela! ¡Cómo se abrazaba a su última defensa!” y en ese momento evocaba sus palabras de origen sabiniano: “Hay que cuidar de la juventud vasca, hay que cuidar de que nuestro pueblo no se desangre, que no desaparezca como entidad racial”.
Según recoge el periodista Iñigo Camino en su libro Nacionalistas 1903-1923, editado en 1985, Manuel de Sainz de Taramona fue una personalidad política e intelectual nacionalista vizcaina nacida en Balmaseda. Doctor en Derecho, accedió joven al puesto de juez municipal de Bilbao; estando afiliado al PNV, colaboró con el nacionalismo durante la dictadura de Primo de Rivera.
En 1930 formó parte, junto con Federico Zabala y el futuro lehendakari José Antonio Aguirre, de la Comisión Especial del EBB para las conversaciones entre Aberri y Comunión Nacionalista. Amén de su labor en la Juventud Vasca de Bilbao, otra de sus facetas fue la realizada en desarrollo del teatro vasco, interviniendo en la consolidación del grupo Oldargi en las postrimerías de la dictadura de Franco. Contribuyó a construir el cuadro dramático de Juventud Vasca y en la puesta en escena de Pedro Mari, Libe, Aizteak, e Iru gudari, entre otras obras. Durante el bienio 1934-35 fue vicepresidente y presidente de Juventud Vasca y en 1936 fue designado inspector de Tribunales del Gobierno de Euzkadi.
Según concluye Camino, replegado a Santander a la caída de Bilbao, fue de los últimos en abandonar el territorio, trasladándose a Barcelona para representar al consejero de Justicia y Cultura y al EBB del PNV en la capital catalana. Al finalizar la guerra se instaló cerca de Baiona (Lapurdi). En 1940, por presiones diplomáticas, fue deportado al departamento de Mayenne, en el noroeste francés, donde residió hasta la llegada de los alemanes nazis, logrando huir a Capbreton e instalándose en Maurrin, donde murió el 2 de abril de 1941.