El 3 de junio se cumplieron 131 años del Juramento de Larrazabal, el primer acto político oficial nacionalista vasco pronunciado por el líder del PNV Sabino Arana y Goiri. Aconteció en un caserío-txakoli que había en Begoña. En ese lugar, funciona el batzoki que en su entrada recuerda la jornada de 1883. En el lugar aguarda Xabier Amenabar (Bergara, 1942), un exdistribuidor de Corona Films, exproductor de filmes como la histórica El proceso de Burgos, de Imanol Uribe (1981), o la comedia 7 calles, de los directores Juan Ortuoste y Javier Rebollo (1979).

El afable interlocutor, de impensables 82 años, guarda en sí una historia familiar, que como aquel oficio que “me hizo rico y en alguna ocasión también me arruinó” –sonríe– es de cine. Su película tiene un reparto coral: Su abuelo, Leonardo Amenabar Goenaga, nació el 6 de noviembre de 1881 en Azpeitia. Era el presidente del Uri Buru Batzar de Bergara, donde residía y de donde era su esposa, Feliciana Gallastegi Mujika. El aciago 18 de julio de 1936 eran fiestas de Santa Marina en el municipio. Llega la noticia del golpe de Estado dado por militares españoles contrarios a la democracia. El 21 de septiembre ocuparon a la fuerza los fascistas el pueblo, de donde había salido “el 11,5% de 14.000 habitantes”, según datos aportados por Xabier a DEIA.

Entre ellos, el sabiniano Leonardo Amenabar quien, junto al benjamín de sus cinco retoños, Iñaki, se repliega a Durango. “El abuelo tenía una fábrica de calzado y contactó con Calzados Berrio de Durango, que estaba ubicado junto a la plaza del mercado local”, precisa. Y ahí llegó la desgracia. A las ocho y media de la mañana, se produjo el conocido bombardeo fascista del 31 de marzo de 1937. Al escuchar las sirenas y campanas de alerta, salieron del taller y una bomba italiana mató al abuelo y al nieto juntos. “Suelo ir todos los años al acto del cementerio de Durango en su recuerdo, en su honor”, complementa Xabier. La trágica noticia llegó a la familia de Bergara, donde residían aún la madre y tres hijas. El otro hijo varón, José, se alistó voluntario en el Gobierno vasco. Lo destinaron al cuerpo de la ‘ertzaña’ de entonces y acabó siendo “escolta del lehendakari Aguirre”, detalla orgulloso su hijo. “Fue con él hasta su último destino en Euskadi. Mi padre había sido antes de la guerra puntista profesional, era un atleta, muy alto”, califica y aporta más datos: “En Bergara, 200 fueron como voluntarios de la República y 500 tuvieron que ir por quintas con los sublevados. Se dio el caso de hermanos que estaban cada uno en un bando”. A su juicio, en aquel tiempo el Ayuntamiento llegó a nombrar “alcalde honorario” a Franco, que como Mola y otros, visitó la localidad guipuzcoana. Eran días de fusilamientos, violaciones, prohibición del euskara, incautaciones de bienes. “A mi abuela y sus hijas les robaron todo, y a las pequeñas les raparon el pelo, con la humillación que era entonces, por ser su padre del batzoki. Consiguieron que el abuelo y su hijo muertos en Durango descansaran en el panteón familiar de Bergara”.

El escolta de Aguirre consiguió exiliarse a Saint-Brieuc, en la Bretaña francesa, saliendo de la costa en un barco pesquero. Continuó allí trabajando como repartidor de carbón mientras se ponía punto final a la guerra, pero osó en volver y fue detenido y enviado al campo de concentración de Miranda de Ebro, que sufrió casi tres años. Formó parte de un denominado batallón de trabajadores, que era una forma refinada de llamar a los esclavos de Franco. A continuación, le dispersaron a Larache, Marruecos. “Allí estuvo en la gloria en comparación con Miranda, donde se les dejaba morir de hambre y sed”. A su regreso contrajo nupcias con Lucía Landa, de Azpeitia. “A mi padre le dolía hablar de la guerra y callaba. Fue una tía mía, Juste, que era increíble, militante, quien me contó todo. Murió con 96 años. Ella conservaba un colgante de Zazpiak bat en el que portaba las fotos de mi abuelo y mi tío muertos en Durango y que aún conservamos”, agrega Xabier.

José, quien retomó la empresa Calzados Amenabar, fue un apasionado de la figura de Aguirre. De hecho, “estuvo en su funeral en San Juan de Luz porque su trato era muy fraternal; no de jefe. Me quiso llevar a mí, pero yo no tenía cumplidos los 18 años. Contaba que se emocionó muchísimo porque para él era el no va más”, detalla Xabier y va aún más allá: “En casa, se sacaban tres cosas solo en Navidad. Un cuadro de Sabino Arana y cantábamos: Gora Euzkadi, bizi bedi, Gora Sabino Arana Goiri. Una foto de Aguirre, firmada por él. Y tres cestas, ya que el abuelo jugaba antes de la guerra en Gernika e, incluso, en Milán. Tenían todo eso escondido en el desván”.

A juicio de este exproductor de cine que en Bilbao regentó los cines Olimpia y Salón de Novedades –así como el Irala de Bergara junto a su padre– la película de su familia ha sido “un drama y de coraje. Además de todo lo contado, a mi abuela por ejemplo jamás la oí hablar. Murió cuando yo tenía 11 años. Se había quedado en shock. Gracias a una de las hijas, que era de armas tomar, la familia salimos adelante. Subsistían con un huerto y cosiendo jerséis”, cierra el telón quien fue presidente de distribuidores de cine del norte del Estado y quien estima que los Amenabar vascos, incluido el famoso director de cine, Alejandro, vienen todos del mismo árbol genealógico, de una rama que emigró a Chile.