A finales del año 1846 la expedición organizada por el general Juan José Flores para conquistar Ecuador estaba a punto de ser lanzada. Las ambiciones del caudillo, apoyado de manera extraoficial por el gobierno español, lo llevaron a ubicar sus depósitos, puestos de enganche y campamentos en poblaciones como Durango, Orduña o Azpeitia antes de zarpar hacia América desde el puerto de Santander. A través de la prensa del período y la documentación diplomática podemos conocer el impacto que esta empresa fracasada tuvo para las provincias vascas del momento.

Juan José Flores Aramburu, aquel aventurero, sin embargo, había sido hasta el año anterior el presidente de Ecuador. Nacido en Puerto Cabello -actual Venezuela- alrededor del año 1800, ingresó siendo apenas un adolescente en el ejército del Rey. El nulo contacto con su padre, sobre quien poco se sabe, y la condición de su madre, sumida en la pobreza, lo empujaron a ello. Desde luego, las perspectivas de aquel joven humilde, con una escasísima formación y con gran probabilidad mestizo, no eran muy halagüeñas en la sociedad colonial de comienzos del siglo XIX.

No obstante, los procesos independentistas americanos supusieron una oportunidad de ascenso social por la vía militar para Flores y otros jóvenes como él. Habiéndose cambiado de bando tras ser capturado por las fuerzas independentistas en 1815, comenzó un meteórico ascenso en las filas de Bolívar, llegando a convertirse en uno de sus más estrechos colaboradores. La mayoría de los contemporáneos que llegaron a conocerlo lo describieron como un hombre con gran capacidad de mando y valentía, cualidades que en los campos de batalla sudamericanos le valieron una consideración inestimable.

Su servicio a Bolívar combatiendo a los realistas hasta 1824 y después a los peruanos en 1829 como responsable del distrito sur de la Gran Colombia lo terminaron de ensalzar como hombre fuerte del futuro Ecuador. Astuto estratega político, supo ganarse la confianza de la aristocracia quiteña mediante el control de la fuerza militar asentada en la región y su matrimonio con Mercedes Jijón de Vivanco, perteneciente a una rica familia de hacendados serranos.

Amenazar desde el exterior

La disolución de la Gran Colombia, que dio lugar a la República de Ecuador en 1830, lo convirtió en presidente. Tras un primer período de gobierno entre 1830 y 1834, volvió a la primera magistratura en el año 1839, no sin despertar una profunda oposición. Las luchas intraelitarias dentro de la nueva república y su condición de extranjero, así como la división dentro del ejército, motivaron su derrocamiento y posterior exilio en 1845. A pesar de ello, Juan José Flores pronto demostraría que era capaz de reunir apoyos suficientes como para amenazar desde el exterior al nuevo gobierno.

Expulsado bajo unas condiciones muy ventajosas, el caudillo recorrió Europa buscando patrocinadores para una expedición con la cual retomar el poder. Fue en este punto donde sus aspiraciones se toparon con las de la Reina Madre de España, María Cristina de Borbón, quien buscaba un trono para su hijo más joven. El gobierno español del momento, encabezado por el moderado gaditano Francisco Javier de Istúriz, e integrado por figuras tan prominentes como los ministros Alejandro Mon, el marqués de Viluma o el marqués de Pidal, también prestó su apoyo oficioso con la esperanza de recuperar parte de su antigua influencia en el continente americano.

¿Cómo dio a parar la expedición a las provincias vascas? Dos fueron las razones principales. En primer lugar, esta empresa se debía coordinar con los agentes del general Flores en el Reino Unido, donde se aprestaban los buques de vapor y se reclutaban más hombres que terminarían por unirse a los concentrados en el norte de la península. En segundo lugar, la pobreza y la destrucción causada por la primera guerra carlista creó el caldo de cultivo idóneo para atraer a jóvenes y veteranos a las filas del militar. Del mismo modo, la hambruna de la patata irlandesa, provocó que fuera allí donde Flores consiguió más enganches dentro del Reino Unido.

De cara a la preparación de la opinión pública, periódicos como El Tiempo y El Heraldo comenzaron a publicar artículos ensalzando la figura de Flores y señalando el estado de anarquía que imperaba en Ecuador. La prensa menos afín a los moderados denunció ampliamente la preparación de la expedición, apuntando a la complicidad del gobierno y al impacto que esta tendría sobre las relaciones con las repúblicas americanas. Los servicios diplomáticos de los países de América del Sur dieron la voz de alarma y, a través de la información que recabaron sobre la expedición, podemos acercarnos a los depósitos y campamentos ubicados en las provincias vascas.

Una peseta diaria

El cónsul general de Ecuador en Madrid, Francisco de las Rivas y Ubieta, así como el vicecónsul del mismo país en Santander, Juan Antonio de Yrusta, y el cónsul general del Perú, José Valentín de Zufiría, remitieron interesantes informes. El segundo de ellos incluso se desplazó a Durango. ¿Quiénes eran los enganchados en la expedición? Según estos diplomáticos, eran oficiales del ejército español a quienes se daba licencia para formar parte de la expedición y militares acompañantes de Flores. No obstante, el grueso de la tropa estaba formado por lo que se denominó “paisanos”, señalando que las condiciones de pobreza y la paga diaria de una peseta eran aliciente suficiente para atraer reclutas.

Tal y como escribió Zufiría el 12 de octubre de 1846: “Los enganchados se les seduce con la esperanza de la gran fortuna que en esos países les aguarda, pues en esta parte no se han escaseado las promesas de oro, bueyes, tierras, privilegios y empleos; y esto unido al buen trato que ahora se les da con la peseta diaria que disfrutan y las ventajas que les ofrece este hermoso, abundante y barato país, todo contribuye a que no piensen en los peligros que les esperan”.

Del mismo modo se indicó que Flores esperaba reclutar en Burdeos a carlistas exiliados y que, en su conjunto, la expedición rozaría los 3.000 efectivos. Los oficiales tampoco escatimaron a la hora de prometer recompensas una vez la campaña hubiese tenido éxito, alimentando las fantasías de los reclutas con las inmensas riquezas que habrían de encontrar en Ecuador, todo ello en medio de arduos ejercicios de adiestramiento.

Mientras los víveres se iban acumulando en Santander, los campamentos de Durango, Orduña, Azpeitia y Azkoitia iban avanzando en la instrucción y almacenamiento de armas y municiones. La presencia de estos preparativos en estas pequeñas poblaciones no pasó desapercibida, siendo el impacto económico de la paga de los soldados apreciada, aunque no así su comportamiento para con los vecinos.

Expedición pública

También se dejó constancia en las comunicaciones remitidas a los gobiernos americanos que los uniformes para los oficiales se estaban confeccionando en Bizkaia y que eran de un gran lujo, al estilo español. Por otra parte, los uniformes de la tropa se elaboraban en Inglaterra. Además, como muestra de lo pública que era esta expedición, se afirmó que en julio de 1846 la banda de música de la expedición encabezó un desfile por Azpeitia, como tres meses más tarde se volvió a hacer en Santander. El periódico La Esperanza también se hizo eco de otro desfile habido en Orduña, junto a una alusión al carácter aventurero de los vascos. Ante la aparente desconfianza de Flores hacia los reclutas, Francisco de las Rivas aclaró en octubre de ese mismo año que la entrega de armas se estaba posponiendo, esperando a que la expedición se concentrase en Santander.

Debido al avance en los preparativos y los oídos sordos del gobierno de Madrid tras los reclamos de la diplomacia americana y la prensa, el cónsul general al servicio de Perú viajó hasta Durango. José Valentín Zufiría se dedicó entre octubre y diciembre de 1846 a aproximarse a los reclutas y convencerlos de abandonar la expedición. A los relatos de riquezas en tierras americanas contrapuso la dureza de la travesía y la imposibilidad de derrotar a la unión de las repúblicas del Pacífico sudamericano unidas. Al mismo tiempo, y dada su experiencia en el mundo de la prensa, remitió información a periódicos madrileños para que siguiesen presionando al gobierno.

La información difundida in situ por el cónsul sirvió, según él, para que varios jóvenes abandonasen la empresa. Al mismo tiempo, y como muestra del rechazo general que existía a la expedición, también se aludió a que no era poco común que padres o mujeres apareciesen en los depósitos de Durango u Orduña para reclamar a sus familiares o cónyuges enganchados. A esto debía añadirse la escasez de artillería, el retraso en la preparación de los buques que debían llegar desde Inglaterra, al agotamiento de los fondos y a la presión mediática y política creciente.

Las amenazas de países como Perú y Chile en torno al corte de relaciones comerciales y ataque a cualquier buque español que atravesase sus aguas causaron alarma. A pesar de las notas oficiales del gobierno español tratando de convencer a su par ecuatoriano de que no existía un apoyo oficial detrás de la expedición, el pánico cundió entre los principales capitalistas. Una representación de empresarios de Málaga y Barcelona -quienes también realizaron consultas al cónsul de Perú- pidió garantías de seguridad al gobierno. También el anuncio de un pacto defensivo entre Nueva Granada, Ecuador, Perú y Chile preocuparon en Madrid. La posibilidad de establecer un gobierno monárquico afín en América había dejado de ser realista y, al contrario, las pérdidas parecían cada vez mayores.

Los buques de vapor atracados en el Támesis fueron confiscados por las autoridades aduaneras británicas y, ya en febrero de 1847, ante la caída del gabinete de Istúriz, los soldados concentrados en las provincias vascas y Santander fueron desmovilizados. El sonoro fracaso de la expedición y la pésima prensa que esta había otorgado a Flores lo obligaron a recurrir a la creatividad.

El caudillo se vio obligado a disfrazar aquella expedición. Una vez desarmada, acudió a la prensa afín con la intención de hacer ver que aquella empresa había reunido, no a soldados, sino a valientes colonos que querían llegar hasta Ecuador con la intención de hacer progresar al país con su trabajo. Como ya se ha dicho, Juan José Flores no pudo acceder a una educación reglada como la de muchos de los dirigentes americanos del momento, pero nunca dejó de demostrar las mañas propias de un verdadero superviviente político.