La Guerra Civil en Bizkaia mantuvo la práctica del fútbol hasta el último momento. Hasta que las hordas franquistas obligaron a hacer visible con urgencia la bandera blanca para que Bilbao y su ciudadanía –la que aún quedaba– no fueran más destruida. Vizcaino fue el portero José María Echevarría Ayestarán, Echeva. Es actualidad por dos razones. La primera es que una de sus hijas, Begoña, ha recibido en Barcelona días atrás de manos del mito José Ángel Iribar el trofeo Zamora –el de portero menos goleado durante una temporada–que instauró el periódico Marca. Por otro lado, se cumplen 80 años de la campaña en que sufrió una desdicha en un partido en Oviedo. “Un defensa le metió un zapatazo en las costillas y le perforó el pulmón”, detalla Carlos Aiestaran, yerno de aquel guardameta que “pudo ser legendario. Aun así, tuvo una corta pero brillante carrera”.

Las consecuencias de aquella lesión en Asturias tuvieron, a la larga, repercusiones no deseadas. Así, aquella entrada le apartó del fútbol y le provocó constantes visitas a sanatorios y balnearios, para que, al fin y a la postre, muriera demasiado joven: días antes de cumplir 46 años. “Este grave incidente le cortó de raíz la posibilidad de convertirse en uno de los mejores porteros que el Athletic haya tenido a lo largo de su larga historia”, reivindica Aiestaran, autor del libro Echevarría, guardameta del Athletic Club 1938-1942. A juicio de la familia, el arquero no tuvo una ideología política definida. “Únicamente su suegro, Luis Vitorica, empleado del Banco De Vizcaya, comulgaba con las tesis nacionalistas del PNV, quién tuvo que exiliarse a Francia”. La pasión de Echeva fue el fútbol. “A su jovencísima edad solo pensaba en chicas y en jugar”, apostilla Aiestaran.

Foto de Echevarría con el escudo franquista del Athletic Club.

Con la llegada del franquismo, antes de aquel último partido que disputó este guardameta internacional, militó en el Athletic, club que se vio obligado a cambiar su denominación por la españolizada Atlético de Bilbao. De hecho, en los partidos de la Copa del Generalísimo se veían en la absoluta obligación de hacer el gesto fascista con el brazo, así como también debió hacerlo en Berlín en plena Segunda Guerra Mundial –como muestra una fotografía u otra en la que la avioneta en la que viajaron muestra una esvástica– ante autoridades de la Alemania nazi en el Estadio Olímpico. “Tenían que levantar el brazo como si fueran fascistas, que no lo eran”, diferencia su yerno a DEIA. También viajaron a la Italia de Mussolini quien acabaría ahorcado boca abajo en 1945. El encuentro se desarrolló en el estadio San Siro de Milán.

Así, el de Algorta, con solo 19 años de edad, fue convocado por la selección de España en varias ocasiones. Contra Portugal debutó en el campo lisboeta de Las Salesias como titular al estar lesionado el portero habitual en la selección, José Pérez El Chorro. Además, hubo un segundo encuentro con la selección estatal en San Mamés. “En Bilbao mi suegro también defendió la portería”, agrega Aiestaran. En los partidos restantes contra Francia, Alemania e Italia actuó de suplente.

Con la Federación Vizcaina de Fútbol fue seleccionado en cinco ocasiones. Acabó campeón regional en 1939 con el Bilbao Athletic, año en el que se puso fin a la Guerra Civil con la instauración del desgobierno franquista. Asimismo, los leones fueron subcampeones de Liga en la temporada 1940/41, y campeones de la de 42/43, en la que sufrió la obligada retirada por aquella entrada que le marcó de por vida, y muerte. Había acabado la campaña como portero menos goleado de la competición en un tiempo que aún no existía el trofeo Zamora –otorgado desde 1959–, guardameta a quien Echevarría conoció personalmente.

A todos estos hechos hay que sumar unos previos. Echevarría fue movilizado por el bando autocalificado como nacional. Aconteció en el cuarto trimestre de 1938 y tras pasar por cuartel bilbaino de Garellano, fue destinado a Lizarra (Nafarroa), y a continuación al Regimiento América con base en Iruñea. “Incomprensiblemente –valora el investigador– fue licenciado como lo demuestra su presencia en las alineaciones del Athletic contra el Alavés, Real Sociedad o contra el Admiral Graf Spee, siendo este un equipo formado por jugadores de la tripulación de un submarino alemán nazi”. “En el caso de mi suegro pudo volver vivo del tiempo que cumplió de servicio militar con los franquistas, pero en el caso de su compañero Justel, aunque fue licenciado se le dio por desaparecido”, lamenta Aiestaran.

Trayectoria

La carrera deportiva de José María Echevarría arrancó en 1933, en el campo de Fadura y, posteriormente, en 1935 –tenía tan solo 15años de edad– jugó un torneo con el equipo de Acción Católica de San Ignacio contra los Agustinos de Portugalete, el Patronato de Sestao, la Catequesis de Santurce, Acción Católica de Las Arenas, Acción Católica de Erandio y los Diablos Azules de Lamiako. “Fue en este trofeo donde Echevarría se reveló como portero de porvenir”, desvela Aiestaran.

La trayectoria rojiblanca del arquero tuvo su debut en 1938 y escuchó los tres pitidos finales en 1942. José María Echevarría Ayestarán (Algorta, 1920 - Leza 1966) vistió la camiseta rojiblanca “con orgullo y amor” –apunta– desde poco después de la finalización del Torneo Amateur de 1937, organizado por el Athletic Club, hasta los prolegómenos de la temporada 1942-943, campaña en la que sufrió la citada grave lesión y de la que se cumplen redondos 80 años.

El infortunio ocurrió antes de dar comienzo el campeonato de Liga, en un partido amistoso jugado contra el Oviedo disputado en el campo de Buenavista. En su despedida, el antiguo seleccionador de España, José María Mateos, calificó al guardameta vizcaíno como “un gran portero de corta, pero brillante trayectoria”.

Como curiosidad, los medios deportivos de la época llegaron a anunciar su regreso a los campos junto al león también enfermo Patxi Garate, de Durango, esperanza que no se cumplió. Echeverría falleció habiendo conseguido ser el menos goleado en la temporada 1940-1941, en la que el Athletic quedó subcampeón de Liga. Ocho décadas después, su hija, Begoña, ha recibido el Trofeo Zamora que entonces aún no existía. “Sentí mucha alegría y emoción. Y que Iribar me lo entregara fue entrañable. En la época de aita era todo muy difícil. Los que jugaban tenían mucha afición, pero poca ayuda. Se tenían que llevar hasta la comida a los partidos. Fue un día importante en el que recordamos a nuestro padre que era muy majo, cariñoso, familiar y muy amigo de sus amigos”.