A inicios de la década de 1950, los franciscanos de la “provincia de Cantabria”, demarcación que abarcaba la totalidad de la Euskal Herria peninsular, se hallaban empeñados en uno de sus mayores proyectos constructivos: la renovación del santuario de Arantzazu. No vamos a entrar aquí en los debates que despertó en el mundo artístico y eclesial la propuesta, alejada de los planteamientos más clásicos del arte sacro. En todo caso, las obras de reconstrucción del santuario exigían una gran provisión de fondos, que se hallaban lejos de las posibilidades de la propia iglesia guipuzcoana.

Los franciscanos vascos volvieron entonces su mirada hacia las comunidades vascas de América. De este modo, en 1950 cristalizaría la “idea tentadora” de crear una Comisión de Emigrantes Vascos por la Virgen de Arantzazu que, en palabras de su primer promotor, J. Ignacio Lasa, recaudara fondos vasco-americanos a fin de convertir la nueva basílica en “un símbolo del pueblo vasco y un recuerdo permanente de gratitud de los hijos de aquende los mares a los de allende el mar”.

Los franciscanos vascos tenían desde fines del siglo XIX una presencia muy fuerte en Cuba, donde rápidamente consiguieron el concurso de numerosos “vascos e hijos de vascos” para formar una comisión encargada de promocionar colectas en beneficio de las obras, bajo la promesa de incluir el nombre de quienes adquirieran estos “bonos pagaderos en el cielo” en un Libro de Oro de las Américas, que depositaría ante la amatxu la devoción de las comunidades vasco-americanas.

Y fue entonces cuando, desde Cuba, los franciscanos dirigieron su mirada hacia Venezuela. Por entonces, este país era reconocido unánimemente como una tierra de promisión: el auge económico debido a la explotación del petróleo había atraído tanto a capitales extranjeros como a fuertes corrientes de inmigrantes. Entre los residentes extranjeros en Venezuela destacaba, por entonces, la colonia vasca. Casi en su totalidad estaba formada por exiliados que habían llegado en la década de 1940 a un país sin inmigración vasca previa, huyendo de la represión franquista y de la segunda Guerra Mundial. Tras unos comienzos extremadamente difíciles, estas familias de exiliados habían conseguido establecer una colonia floreciente y cohesionada, tanto en la capital Caracas –donde se nucleaban en torno al Centro Vasco– como en otras ciudades del país. Tal era el objetivo, por lo tanto, donde se centrarían los esfuerzos.

Los franciscanos y el centro vasco de Caracas

De este modo, a mediados de 1956 el superior de los franciscanos vascos decidió el envío a Caracas del P. Francisco María de Iraola Aizarna, un guipuzcoano que había residido desde 1937 en Cuba como “limosnero de Tierra Santa”. Desde este cargo se había dedicado principalmente a recaudar entre los católicos de Cuba fondos para sostener la presencia de la Iglesia en los lugares sagrados del cristianismo en Palestina. Sin duda fue su experiencia en este cargo lo que llevó a su superior a enviarle para hacer lo propio entre los exiliados vascos de Venezuela, en favor en esta ocasión de la obra de Arantzazu.

Caracas, en una fotografía tomada en la década de los años 60 del pasado siglo.

Nada más llegar, el P. Iraola contactó con Isaías Atxa, un vizcaino de Gordexola quien, en su infancia, había estudiado en el seminario franciscano. Encarcelado hacia 1940 por sus ideas nacionalistas, acabó por escapar a Caracas, donde trabajaba como agente de seguros y participaba en el Centro Vasco. Atxa sería, por lo tanto, la vía de entrada para llegar a la comunidad vasca de la ciudad.

El primer intento, que tuvo lugar entre noviembre y mediados de diciembre de 1956, estuvo sin embargo muy lejos de las expectativas. Atxa había expresado por carta a Iraola sus temores más pesimistas: en sus palabras, los vascos de Caracas desconocían la importancia de Arantzazu y la labor que hacían allí los franciscanos, aparte de que la cercanía de las fechas navideñas y otras cinco colectas en las que se hallaba implicada por entonces la colectividad no favorecían nada el empeño. Solo un argumento, a su entender, podía cambiar la situación: “si en Venezuela se ha de hacer algo de lo que intenta”, le escribía a Iraola, “ha de ser básicamente sobre la labor realizada en Arantzazu de irradiación vasca”.

De este modo, en la celebración del Día del Euskara el 8 de diciembre, una de las alocuciones se dedicó a destacar “la labor en favor del euskera de los Padres Franciscanos”, y se repartieron ejemplares del Arantzazuko Andre Mariaren Egutegia y de diversas obras del P. Luis Villasante, ya por entonces miembro de Euskaltzaindia, uno de cuyos artículos dedicado a Arantzazu fue adaptado por Atxa y publicado en el boletín Euzko Gaztedi, editado por la juventud del Centro Vasco.

A pesar de lo magro de la colecta –en marzo de 1957 Atxa escribía, desolado, que apenas se habían recaudado lo equivalente a 14.000 pesetas–, del contacto con el Centro Vasco una nueva iniciativa comenzó a forjarse entre los responsables de la provincia franciscana vasca: “fundar aquí”, es decir, crear un convento de franciscanos vascos en Caracas. La correspondencia entre el P. Iraola, los superiores provinciales, y el propio P. Villasante, dejaban bien a las claras la vinculación de este naciente proyecto con la existencia de la comunidad vasco-venezolana.

Construcción santuario de Arantzazu. arantzazu.org

A comienzos de 1957, el propio Iraola deja escrito que “como hay esa campaña por parte del gobierno de intensificar al máximum la enseñanza, sería a base de establecer colegios”. ¿Qué tipo de colegios? Iraola se respondía a sí mismo: “conviene: los del Centro Vasco mandarían sus hijos a nuestro colegio”. Como ya había ocurrido con antelación en otras colectividades vasco-americanas, se generaba la expectativa de crear un colegio por y para los vascos. De este modo, el 7 de febrero de 1957 la curia provincial franciscana vasca aprobaba por unanimidad promover la fundación de un convento-colegio en Caracas “según informa el P. Iraola”. Lo que había comenzado como una simple campaña de recogida de fondos alcanzaba una proyección inesperada, pero sobre la que no había dudas para su realización dado que “nos sobra el personal”. Eran los años, recordemos, en los que Euskal Herria era una de las regiones con mayores índices vocacionales de la Iglesia católica en Europa.

El doble lenguaje de un fracaso anunciado

Urrutiko intxaurrak hamalau, bertara joan eta lau. Posiblemente esto pensarían los mismos superiores franciscanos vascos que con tanto entusiasmo habían aceptado la idea, cuando tuvieron que enfrentarse a la labor de ponerla en práctica. Lo que hasta ese momento parecía ser todo facilidades, comenzó a torcerse. En primer lugar, tenían que obtener el permiso del superior general de la orden franciscana. Esto fue, curiosamente, lo más fácil de todo.

A fines de febrero de 1957 recibían desde Roma el permiso para abrir un convento en Caracas: “Ex parte Revmi. Definitorii Generalis nihil obstat quominus Provincia Cantabriae pro Vasconum assistentia spirituali in Caracas fundationem incipiat” (“Por parte del Rev. Definitorio General no hay impedimento para que la Provincia de Cantabria comience una fundación en Caracas para la asistencia espiritual de los vascos”). Pero venía con un “pero”: los vascos debían contar con el permiso del arzobispo de Caracas y de la provincia franciscana de Compostela, en Galicia.

El permiso del arzobispo también fue sencillo de conseguir. En una carta remitida desde Donostia, el superior franciscano justificaba el pedido en base a que “nos hemos enterado de que los vascos residentes en Caracas verían con mucho agrado que los religiosos franciscanos de esta provincia nos estableciéramos allí”. Daba la casualidad de que el secretario del arzobispado era también un vasco, el P. Ugarte, quien les aseguró que el arzobispo no pondría ningún obstáculo si acompañaban el ofrecimiento de hacerse cargo de un par de parroquias.

A pesar del permiso de Roma, los franciscanos, finalmente, no dieron su consentimiento para abrir un convento vasco en Caracas

Pero, ¿por qué era necesario el permiso de los franciscanos gallegos? La razón es sencilla: al igual que los vascos llevaban desde fines del siglo XIX en Cuba, cuando la orden franciscana comenzó a expandirse por Latinoamérica había reservado Venezuela como un terreno para que se asentaran y crearan conventos solamente los gallegos. Así, en la misma fecha en que el superior de Cantabria había enviado su carta al arzobispo de Caracas, hizo lo propio al superior en Santiago de Compostela. La carta venía a decir lo mismo, pero de un modo significativamente diferente: “a petición y propuesta que algunos elementos residentes en Caracas han dirigido concretamente a esta nuestra Provincia de Cantabria”, se explicaba en la carta, “suplico encarecidamente a V.P.” conceder el permiso oportuno. Efectivamente, en este texto no aparecen los vascos. ¿Cuál sería el motivo? ¿Un simple olvido? No lo creemos, más que nada porque dos renglones más abajo el franciscano vasco le traslada a su colega gallego el permiso obtenido desde Roma de este modo: “Ex parte Revmi. Definitorii Generalis nihil obstat quominus Provincia Cantabriae ... in Caracas fundationem incipiat”. Efectivamente: tres puntos suspensivos ocultaban el motivo fundamental de la nueva fundación, haciendo desaparecer toda mención a los vascos.

Tal ocultación, en nuestra opinión, no podía ser casual. Era bien conocido para todo el elemento español residente en Caracas, desde la embajada hasta el último de los inmigrantes, el elevado grado de politización antifranquista de la colonia y del propio Centro Vasco. Los franciscanos gallegos pidieron primero retrasar su decisión a la espera de informes, ante una petición que les parecía “innecesaria”. Finalmente, la respuesta llegó el 9 de octubre de 1957 en forma de negativa, una vez llegados y “examinados los informes pedidos a los religiosos que tenemos en Venezuela y otras personas de la misma nacionalidad acerca de este asunto”. Esto pondría el punto final al intento de lo que pudo haber sido, y nunca fue, un colegio vasco en Venezuela.

El autor: Óscar Álvarez Gila

Profesor titular de Historia de América en la Facultad de Letras de la Universidad del País Vasco - Euskal Herriko Unibertsitatea. Miembro del Grupo de Investigación ‘País Vasco, Europa y América. Vínculos y relaciones atlánticas’.