Abordar desde una óptica religiosa la figura de Manuel Irujo Ollo –uno de los máximos dirigentes del nacionalismo vasco desde la década de los años treinta del pasado siglo– supone, por extensión, analizar la relación de EAJ-PNV respecto al hecho religioso. Una relación que, superando la subordinación política a la religiosa propia del aranismo tradicional, se abre a la intelectualidad católica europea conectando con el concepto más progresista de justicia social y, en lo más estrictamente político, convierte al partido abertzale mayoritario en un gran referente del europeísmo democristiano.

En su infancia, Manuel Irujo vivió en un ámbito familiar donde la religión ocupaba un aspecto central (rezo del Rosario, cofradías católicas). Su paso por el colegio jesuítico de Orduña contribuyó a afianzar aquellos principios que incluían las virtudes de la caridad y la castidad y determinadas prácticas de purificación personal: “Los viernes me impondré una mortificación corporal”. No obstante aquella rigidez de preceptos, el adolescente Manuel se saltaba la reglas cuando, acudiendo junto a su madre a las misas de difuntos de los pobres de Estella en las que no se tocaba el órgano, “él subía y lo tocaba”.

En 1908 ingresó en la Facultad de Derecho de la Universidad de Deusto, primera universidad católica de la etapa contemporánea en el Estado y donde su padre Daniel, abogado de Sabino Arana, había ejercido de profesor. En aquella etapa, ya afiliado al PNV, actuó como propagandista político atacando a los mauristas (conservadores españoles): “A un jesuita asturiano le hice votar nacionalista”.

En 1912, recién acabada la carrera, Irujo comenzó a ejercer de abogado en su Lizarra natal, apoyando causas sociales como la defensa de un grupo de campesinos que denunciaron la roturación y privatización de terrenos comunales. Esta querencia por la justicia social sería una constante en su acción política.

En 1919 participó en Gasteiz en el I Congreso de la Federación de Juventudes Vascas donde se criticó la negligencia del partido en cuestiones sociales y se pidió la confección de un programa social abertzale que subordinara la estrategia electoral a la “cuestión social” e incorporara al nacionalismo vasco “a las corrientes de progreso de la humanidad”. Elegido diputado foral de Navarra en 1921, el abogado propuso, en consonancia con los criterios de doctrina social de la Iglesia, la creación de la Caja de Ahorros de Navarra, en clave de apoyo a trabajadores y campesinos. También planteó una reforma agraria que propiciara la adquisición de tierra por los renteros, propuesta esta que le enfrentó a latifundistas como el duque de Alba.

Alineado con el planteamiento de búsqueda de un “régimen de justicia social” expuesto por el Papa León XIII en la encíclica Rerum Novarum, Irujo fue candidato en Navarra dos años después en la coalición Alianza Foral (jaimistas, carlistas y abertzales). De su figura se ensalzó en la campaña electoral su condición de “católico, social y foral”.

Repaso fotográfico a la vida de Manuel Irujo P. A.

Libertad y derechos

Tras la amarga travesía del desierto de la dictadura de Miguel Primo de Rivera (1923-1930), que además de coartar la vida política abertzale significó para Irujo un corto período de cárcel y truncar sus intentos de aplicar soluciones de democracia social, el nuevo gobierno de Dámaso Berenguer (la dictablanda), le restituyó en su puesto de diputado foral al emitir una orden para que la nueva Diputación se constituyera con los ex diputados forales que mayor número de votos hubieran obtenido desde 1913. En la toma de posesión de su cargo realizó un firme alegato a favor de la reintegración foral plena.

La interiorización del principio evangélico del ‘No matarás’, le llevó a rechazar la lucha de ETA y los “crímenes legalizados” de Franco

Ya durante la II República (1931-1936), el político estellés abogó por separar el plano religioso del político en la praxis de su partido. Fracasado el proyecto de Estatuto al no aceptar la Constitución española la facultad del nuevo Estado Vasco autónomo (para los cuatro territorios de Hegoalde) de regular las relaciones con la Iglesia y de formar un concordato con el Vaticano, el pragmatismo se impuso. Irujo, junto con el resto de nuevos dirigentes del PNV, apostó sin reservas por dar su apoyo al nuevo proyecto estatutario de las Comisiones Gestoras de las Diputaciones designadas por los gobernadores civiles: “Estatuto a cualquier precio, con enmiendas o con chanfainas. La existencia del Estatuto es tanto como la existencia de Euzkadi. No pongamos en peligro su obtención por pretender abarcar demasiado. El Estatuto no tiene como objetivo tiranizar las conciencias de los que no creen sino el logro de una libertad que garantice los derechos de todos”.

Pero los empeños del abertzale navarro no tuvieron el final deseado. En la Asamblea de Municipios Vascos celebrada en junio de 1932 en Iruña, los representantes navarros (algunos de ellos contraviniendo lo decidido en su consistorio) rechazaron el proyecto del conocido como Estatuto de las Gestoras. Para Irujo fue un durísimo golpe que tenía estas razones: “muchos carlistas votaron ‘Estatuto NO’ porque había desaparecido la cláusula referente a las relaciones con Roma. Entonces era un Estatuto laico. Esa misma razón, pero a la inversa, fue aducida por las izquierdas para boicotearlo”.

Obreros, mujeres, niños...

En 1933, recién elegido diputado a Cortes por Gipuzkoa, presentó junto a sus compañeros jelkides, en línea con los postulados de la doctrina social cristiana, una Proposición No de Ley de impulso de un salario digno para los obreros, la participación de los mismos en los beneficios empresariales y de aplicación de medidas contra el abuso laboral femenino e infantil. Una iniciativa que, siguiendo los criterios del movimiento social cristiano europeo, luchaba contra cualquier tipo de explotación humana.

A lo largo del quinquenio republicano, el PNV también tuvo que actualizar su organización y su ideario, que apenas se habían modificado desde la muerte de Sabino Arana. En la Asamblea Nacional de Tolosa (1932-1933), Irujo, responsable de la ponencia de organización, hizo prevalecer las tesis del sector renovador del partido (contra la ortodoxia aranista) consolidando el derecho de afiliación para las mujeres y también para sacerdotes (postura esta que en aquellos momentos se entendía como progresista). Tolosa fue un punto de no retorno en cuanto a modernización interna y rumbo ideológico cristianodemócrata. Enfrentado a los desahucios en los caseríos como consecuencia de una torticera interpretación de la Ley de Arrendamientos Rústicos de 1935, firmó una Proposición No de Ley que impidiera esta violencia contra los baserritarras arrendatarios.

Repaso fotográfico a la vida de Manuel Irujo P. A.

Pero fue en la Guerra Civil, con un PNV alineado en el centro-izquierda e influenciado por pensadores católicos europeos como Jacques Maritain y Emmanuel Mounier, donde el humanismo cristiano de Manuel Irujo, a través de la acción humanitarista, ofreció sus mejores pasajes. Su defensa de la legalidad republicana y de lucha contra los desmanes de las fuerzas de izquierda en las primeras semanas de contienda en Donostia queda reflejado en estas palabras: “Soy cristiano, demócrata y vasco. Mi gestión respondió a esos dictados. Soy enemigo de la pena muerte. Una vida humana es el tesoro más grande. Salvé las que pude”.

En 1938 abandonó su último cargo ministerial al no consentir que Juan Negrín autorizara el fusilamiento de 58 prisioneros

Nombrado ministro sin cartera en el gabinete de Francisco Largo Caballero poco antes de la constitución del primer Gobierno Vasco de la historia, su labor, que continuaría como ministro de Justicia, se distinguió por garantizar la vida de los prisioneros “llevando piedad para el vencido que le libre de la venganza”; por ofrecer ayuda humanitaria a sacerdotes y religiosos en los meses más sangrantes del terror rojo; por implementar un programa de canjes de detenidos con las fuerzas franquistas; por facilitar la reanudación del culto religioso católico y protestante en territorio republicano; por juzgar conforme a derecho los crímenes cometidos desde el comienzo de la guerra y por asistir a grupos de población frágiles como niños huérfanos y ancianos abandonados. Y todo ello, sin reparar en la ideología de los atendidos.

En agosto de 1938 abandonó su último cargo ministerial al no consentir que el entonces presidente del gobierno, Juan Negrín, autorizara el fusilamiento de 58 prisioneros.

Durante su exilio, el líder navarro se ocupó con denuedo de los refugiados, logrando la libertad de muchos prisioneros recluidos en campos de concentración franceses como el de Argéles-sur-mer, facilitándoles, por ejemplo, refugios seguros en Francia e Inglaterra, reagrupamientos familiares o documentación para su traslado a América. Afiliados de la UGT como Vicente Pascual o abogados como el murciano Recaredo Vilches fueron algunos de los atendidos en una inmensa labor que se vio interrumpida con la invasión nazi de Francia y que fue retomada tras el final de la Segunda Guerra Mundial. Nuevamente ministro en 1945 (esta vez de Industria, Comercio y Navegación) en el gobierno republicano en el exilio de José Giral, recibió el apoyo del Reino Unido de cara a la tramitación de visados de emigración para exiliados.

En este largo periodo de su vida colaboró activamente en la gestación de la Democracia Cristiana Europea, participando en la reunión constitutiva de los NEI (Nuevos Equipos Internacionales, de inspiración cristianodemócrata y entidad clave como germen de la unidad europea) celebrada en 1948 en la sede del Gobierno Vasco en París. Además, desarrolló una prolífica actividad como artículista en el que los temas religioso-políticos ocuparon un lugar preeminente. En una suerte de quehacer ecuménico, su pluma coherente y afilada analizó la situación religiosa en el continente africano y en países como Grecia, Argentina o Gran Bretaña, criticó con dureza la persecución religiosa en los países comunistas y también, entre otras cuestiones, la omisión de la represión contra sacerdotes vascos por parte del clero español adicto a Franco.

Repaso fotográfico a la vida de Manuel Irujo P. A.

Conciliar antes que el Concilio Vaticano II

Aplaudió las reformas de la Iglesia católica de Juan XXIII y Pablo VI renunciando, por ejemplo, al dogmatismo intransigente, reconociendo a otros credos cristianos y apostando por la ética de los procesos productivos la función social de la propiedad, principios estos defendidos por Irujo antes de la Guerra Civil. En relación con la violencia, la interiorización del principio evangélico del ‘No matarás’, le llevó a rechazar de plano tanto la lucha armada de ETA como los “crímenes legalizados” de Franco. Ya desde 1962, Irujo condenó la violencia de Euskadi Ta Askatasuna, “propia de sectarios irresponsables que buscan la ulsterización de Euskadi” y respecto al franquismo, hizo lo imposible para impedir la ejecución de Txiki, Otaegi y los tres miembros del FRAP.

Su posición sobre la tragedia violenta quedó plasmada en esta carta enviada en 1976 a su amigo Mr. Beith: “Hoy la Policía paralela ha asesinado a Echave, al tiempo que los de ETA hacían volar un automóvil de la Guardia Civil, con cinco números. Mañana el Gobierno dará paso a nuevos Consejos de Guerra. Más víctimas. Más represalias. ¿A dónde vamos a parar? Para la Policía el camino es fácil: se somete al preso al tormento, se le droga, se le hace firmar lo que aquella ha resuelto”.

Nacionalismo vasco y religión como ejes de su vida política y como ejes de su biografía. Militancia y compromiso insobornable, humanitarismo universal y tolerancia. Evolución religiosa que transita en paralelo a la consolidación de su ideario político abertzale. Navarra y sus fueros. Defensa a ultranza de la justicia social. Modernización y adecuación al tiempo histórico. Euskera en la liturgia y libertad de conciencia. Separación de esferas políticas y religiosas. No a la violencia. Rechazo del capitalismo alienante. Democracia cristiana progresista y Jacques Maritain. Tercera vía entre el liberalismo y el socialismo. Independencia para su patria. Centralidad de la persona. Humanismo social. Manuel Irujo: “cristiano, demócrata y vasco”.

El autor: PATXI AGIRRE ARRIZABALAGA

Villabona, 1966. Licenciado en Historia (UNED). Máster en Historia Contemporánea de España en el contexto internacional (UNED). Doctor en Historia Contemporánea (EHU/UPV) con la tesis doctoral ‘El hecho religioso en la vida política de Manuel Irujo,‘ que obtuvo la calificación de Sobresaliente cum laude.