En el año 1843 el buque Yrurac Bat, procedente de Bilbao, se vio involuntariamente envuelto en el sitio de Montevideo. La tripulación y los pasajeros debieron defenderse para evitar el reclutamiento forzoso en la llamada Guerra Grande (1839-1851), un conflicto con fuertes implicaciones internacionales que tuvo lugar en Uruguay.

‘Lizzie Webber’, buque de transporte de emigrantes que salió desde Sunderland con destino a Australia en 1852.

Es posible que a los lectores que hayan visto la película Gangs of New York les suene una escena en la que a los inmigrantes irlandeses recién llegados a puerto se les ofrecían dos cosas: la nacionalidad estadounidense y el enrolamiento en el ejército de la Federación. Estados Unidos atravesaba la Guerra de Secesión (1861-1865) y se necesitaban manos en las fábricas y en los fusiles. Los inmigrantes eran empleados como mano de obra y carne de cañón en el país que los acogía, tratando de escapar así de la miseria y el hambre en su isla natal.

Manuel Oribe y Viana (1792-1857). Dos veces presidente de Uruguay, líder del Partido Blanco durante la Guerra Grande y sitiador de Montevideo.

La vida cambia, pero nunca tanto. Tal vez hechos similares y bastante más actuales a los que este texto pretende abordar les hayan rondado la mente, pero el caso es que las fronteras, las guerras, la pobreza, la emigración y los reclutamientos forzosos son, de hecho, bastante añejos. Esto lo pueden atestiguar los informes redactados por el capitán Andrés Cortina, quien zarpó en mayo de 1843 al mando del buque bilbaíno Yrurac Bat con rumbo a Guayaquil, pasando por una Montevideo bajo asedio.

Giuseppe Garibaldi (1807-1882). Revolucionario nacionalista italiano que participó en la defensa de Montevideo durante la Guerra Grande.

Sus escritos y las cartas remitidas desde Quito hasta Madrid por el embajador español en el lugar nos ayudan a reconstruir su historia, la de su tripulación y la de los 57 pasajeros que se embarcaron en busca de un futuro. Montevideo era la primera parada en la travesía del Yrurac Bat. Aunque el barco llevaba mercancías, estas estaban destinadas, fundamentalmente, a los puertos del Pacífico como Valparaíso y Arica. Los pasajeros, sin embargo, tenían como puntos de llegada Montevideo y Buenos Aires. La capital uruguaya fue la primera parada tras el periplo atlántico.

Apenas unos meses antes de su partida, Montevideo se vio bajo asedio. La Guerra Grand” fue un conflicto que duró hasta 1851 y que vio la confrontación de distintos bandos federales y unitarios en Uruguay y Argentina al mismo tiempo. También dio lugar a la injerencia de brasileños, británicos, franceses y hasta a la participación del célebre revolucionario italiano Giuseppe Garibaldi, quien defendió la ciudad liderando a sus compatriotas.

Sin pasaportes

La escala del conflicto y la necesidad de recursos del gobierno asediado de Montevideo tuvieron como resultado el reclutamiento forzoso de recién llegados, tal y como las personas a bordo del Yrurac Bat pudieron comprobar el mismo día de su arribo. Una vez llegados a puerto, el capitán Cortina se aprestó a identificarse frente a las autoridades locales. A partir de ahí, todo tomó un giro imprevisto. A Cortina le requirió el capitán del puerto montevideano los pasaportes de todos los pasajeros, a lo cual este accedió. Hay que aclarar que en ese momento los pasaportes eran documentos de viaje equiparables a permisos de salida y llegada de un punto A a un punto B y no reutilizables. Estando en tierra mientras realizaban las comprobaciones, se le informó en tono amenazante de que la noche anterior un buque procedente de Barcelona y Canarias había sido allanado por las autoridades.

El resultado del abordaje del barco que transportaba a 200 pasajeros fue el apresamiento del capitán y del segundo oficial. Más allá, los pasajeros fueron transportados a tierra en botes y enviados a la línea de combate entre la ciudad y sus sitiadores para participar en la defensa. Después de escuchar esto, el capitán Cortina solicitó la devolución de los pasaportes de los pasajeros del Yrurac Bat, siendo esta petición denegada. Pasando de castaño a oscuro, las autoridades del puerto solicitaron al capitán que todos aquellos que se encontrasen en la embarcación descendiesen.

Tras pedir retirarse al buque para proceder al desembarco, Cortina subió a bordó, explicó la situación e instó a la tripulación y a los pasajeros a permanecer allí. Decidió consultar con todos ellos si deseaban desembarcar o continuar en la nave, optando la totalidad por no descender. Sabiendo que esto podía suponer un nuevo allanamiento por parte de las autoridades portuarias, el capitán preparó la defensa del Yrurac Bat.

El barco apenas contaba con piezas de artillería, algunas armas de fuego para la tripulación y armas blancas. A pesar de esta escasez, una vez pertrechados, tuvieron que esperar para conocer la reacción de los montevideanos. Durante todo ese día no sucedieron mayores incidentes, pero tampoco recibieron ninguna información sobre la devolución de los pasaportes, ni sobre si contaban con algún tipo de permiso para abandonar el puerto. A las once de la noche, con la tripulación y los pasajeros todavía despiertos, atisbaron unas embarcaciones avanzando y remando en la oscuridad hacia ellos.

“¿Quién vive?”

Un pailebote se les acercaba por proa y dos lanchas por babor y estribor. Andrés Cortina dijo con voz alta: “¿Quién vive?” y de entre las lanchas que avanzaban hacia el Yrurac Bat no se emitió ninguna respuesta. Por segunda vez, el capitán se dirigió a las embarcaciones y gritó: “¿Quién vive?”. También, por segunda vez, solo obtuvo el silencio por respuesta. En vista de que aquello tomaba cada vez más la forma de un abordaje, ordenó abrir fuego contra las naves uruguayas. Acto seguido, estas se dispersaron y se retiraron, mezclándose con el resto de embarcaciones del puerto.

A la mañana tras el incidente, Andrés Cortina decidió bajar de nuevo a tierra para reclamar los pasaportes con los que poder llegar a Buenos Aires. A su espera se encontraba no solo el capitán del puerto, sino el jefe de Policía de la ciudad. Estos se negaron a devolverle los pasaportes y, lo que resultó peor, lo acusaron de haber atacado a embarcaciones uruguayas la noche anterior. Cortina no negó los hechos, pero explicó que él se había defendido de un intento de abordaje por parte de embarcaciones que se negaron a identificarse.

También amenazó con dar cuenta a las autoridades españolas de lo que estaba sucediendo, así como de marcharse de Montevideo sin los pasaportes que les habían retenido. La situación permaneció en un impasse durante tres o cuatro días hasta que el capitán Cortina fue de nuevo requerido en puerto.

Buenas noticias. El jefe de Policía de la ciudad estaba dispuesto a devolver los pasaportes y a dejar marchar al Yrurac Bat sin mayor problema. Eso sí, añadió que ofrecía a todos los pasajeros desembarcar en Montevideo, tanto a los que tuvieran en principio intención de quedarse allí como a los que pretendían ir a Buenos Aires. En cualquier caso, los primeros debían, efectivamente, bajar a tierra antes de que la embarcación zarpase. Teniendo en cuenta el proceder en los días anteriores y la suerte de los pasajeros del buque llegado desde Barcelona, esta última condición no le resultó particularmente oportuna al capitán.

Montevideo y Buenos Aires

Cortina afirmó que subiría a bordo de nuevo con los pasaportes y que informaría a los pasajeros de la nueva situación. Una vez dentro, reunió a la tripulación y a los pasajeros. Otra vez, consultó con ellos las posibilidades que tenían y, de nuevo, la totalidad de los presentes prefirieron permanecer en el Yrurac Bat y continuar su viaje. En lugar de dividir a estos últimos en dos grupos –el dirigido a Montevideo y el dirigido a Buenos Aires–, se ofreció a llevarlos a todos hasta la capital argentina.

A pesar de que los pasaportes de aquellos que originalmente se dirigían a Uruguay no ofrecían esa posibilidad, el capitán se comprometió a transportarlos a ellos, sus equipajes y a redactar certificados explicando la situación que habían tenido que enfrentar a su llegada al país rioplatense.

Antes de zarpar hacia Buenos Aires, Cortina incluso se las apañó para redactar un pequeño informe y hacerlo llegar hasta otra embarcación que tuviese como destino Bilbao. Él mismo se encargaría también de avisar al cónsul español en Guayaquil, al ser Ecuador la única República sudamericana a la que España reconocía por esas fechas, no contaba con otro puerto más cercano en el que explicar lo sucedido.

El embajador, tras recibir noticias del cónsul, recogió sus testimonios para enviárselos al secretario de Estado y, de paso, solicitar más presencia militar en el Pacífico sudamericano. El viaje desde Buenos Aires hasta la república andina también es digno de una narración, pero concluye igualmente con el marinero habiendo transportado a los pasajeros, vendido sus mercancías y recibiendo una mención nada despreciable.

Ante la conducta mostrada por Cortina, y reconociendo el embajador que la tripulación y pasajeros se habían visto obligados a tomar las armas para defenderse, escribió: “No puedo menos de recomendarlo a V.E. para que se sirva si lo tiene a bien, hacérsela presente a S.M. la Reina”. Tal vez, esta última parte ya no les recuerde a los hechos más recientes sobre emigración y violencia que podemos albergar en nuestra memoria. Al fin y al cabo, las felicitaciones por mantenerse con vida también parecen depender del lado de la frontera.

EL AUTOR

Mikel Gómez Gastiasoro

Santurtzi, 1997. Graduado en Historia por la Universidad del País Vasco (UPV/EHU) en 2019. Actualmente es contratado predoctoral en el grupo de investigación País Vasco, Europa y América: vínculos y relaciones atlánticas.