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La breve "hora vasca"

El primer Estatuto vasco tuvo una vida tan corta como el régimen que lo alumbró, la II RepúblicaEibar, el 14 de abril de 1931, fue la primera ciudad del Estado en proclamar la legalidad republicana

Frente a lo habitual en el Estado español, el cambio político de abril de 1931 no vino de la mano de un pronunciamiento militar, ni de la presión de sus sables y fusiles. Unas elecciones municipales, preparadas por los gobiernos Berenguer- Aznar para desbloquear el impasse político del régimen tras la dictadura Primorriverista, alumbraron una amplia mayoría en casi todas las capitales de provincia favorable a la Conjunción Republicano-socialista. Las consecuencias las entendieron rápidamente los corifeos y próximos del penúltimo Borbón reinante. Según el ministro De la Cierva: "España se había acostado monárquica y se levantaba republicana".

Es posible que él y el entorno más próximo a Alfonso XIII no se hubiesen enterado de lo que los meses previos habían supuesto de reforzamiento de la opción republicana y del descrédito que había generado la estrecha vinculación del monarca a la dictadura primorriverista, pero las fuerzas más conservadoras habían reforzado, con su visión apocalíptica, el carácter plebiscitario que los comicios del 12 de abril acabaron teniendo. El Diario de Navarra de ese mismo día titulaba refiriéndose a las elecciones: "A votar contra la revolución que es la anarquía, contra la república que abre paso al soviet". No obstante, este tipo de mensajes no arredraron a la población, que votó mayoritariamente republicano, aunque sólo fuese para elegir concejales y alcaldes.

todo empezó en eibar Las dudas e indecisiones de las horas siguientes empezaron a despejarse en el alba del 14 de abril. Como es conocido, Eibar se adelantó a Madrid, Barcelona, San Sebastián, Bilbao y a todos los núcleos más activos del republicanismo, colocando la bandera tricolor en las primeras horas de dicho día y declarando la II República. En palabras del socialista eibartarra Toribio Etxeberria, "la gota de agua de Eibar aceleró los acontecimientos de Madrid, como los tímidos temblores de las gotas en la montaña producen los aludes de nieve". Pero este cambio no tuvo, al contrario de lo acaecido en otros revolcones políticos, ni desmanes, ni agresiones, ni coacción contra los representantes del Viejo Régimen. Mientras los Borbones marchaban al exilio, el ex rey por Cartagena, la ex reina por Hendaya, las gentes ocupaban plazas y calles en un ambiente de euforia, reivindicación, esperanza y optimismo.

En ese contexto, todos los sectores políticos y sociales entendieron, haciendo honor al nombre Res-Publica, que el nuevo régimen era algo suyo y que había llegado la hora de participar en la Cosa Pública, en la política. Que el poder se había desplazado al ámbito popular, a la democracia en su sentido más intenso y primigenio. Cada cual desde sus propios presupuestos políticos así lo empezó a plantear.

Por primera vez en muchos años, y solo por un lustro, la democracia iba a ser realidad en el Estado español. Tres días de abril habían bastado para el fin de un régimen arcaico y secular, incapaz de dar cauce a la convivencia y progreso de todas las clases y, al mismo tiempo, para alumbrar un caudal de iniciativas y reivindicaciones que hicieron del periodo republicano, con todos sus avances y retrocesos, una referencia ineludible en el progreso de todas las causas justas y saludables.

verdadera democracia Por primera vez, una democracia digna de tal nombre empezó a ser real y palpable. El sufragio libre y universal, con la incorporación al mismo, en plenitud de derechos, de las mujeres, fue reconocido en el proceso de discusión constitucional de 1931. Todas las alternativas políticas, desde la extrema izquierda hasta la derecha más antirrepublicana, pudieron expresarse en la lid política. El distinto signo de las alternativas triunfantes en los tres comicios generales -Conjunción Republicano Socialista en junio de 1931; CEDA y la derecha republicana nucleada en el Partido Republicano Radical en noviembre de 1933; y la agrupación de distintas izquierdas que fue el Frente Popular, triunfador en febrero de 1936- así lo atestigua. De hecho, dejando al margen posteriores lecturas tendenciosas y revisionistas, nadie, ni los sectores que luego se alzarían en armas contra la legalidad republicana, cuestionó nunca la novedosa e igualitaria democracia de los años 31 al 36.

En el caso vasco, se configuró un sistema de partidos específico y aún más plural que en el resto del Estado, determinado por la triangulación de sus fuerzas. Frente al esquema bipolar español, aquí, al igual que en Catalunya, el nacionalismo (PNV y ANV) emergió como la primera fuerza política, a pesar de su desigual implantación en los cuatro territorios.

Pero la República no lo tuvo fácil. A la especial coyuntura internacional, marcada por la crisis económica, con sus secuelas de estrangulamiento económico y aumento del paro obrero, se sumó la creciente inestabilidad política de la que fue reflejo el ascenso de los regímenes y alternativas fascistas. En el caso del Estado español, además se heredaba toda una panoplia de problemas, tan extensa como variada, a la que en el primer bienio y en los escasos meses de los gobiernos frentepopulistas se intentó responder. La herencia de la monarquía era tan onerosa como envenenada: un ejército macrocéfalo, caracterizado por su recurrente intervencionismo en la vida política del país y que tempranamente, en agosto de 1932, ya enseñó su tricornio golpista, contra la República, a través de la intentona del general Sanjurjo. Necesario era también poner fin a la especial y secular simbiosis que entre la Iglesia y la oligarquía había dado la espalda a los sectores más desprotegidos de la sociedad, parasitando la vida política y cultural y en particular la educación hasta niveles desconocidos en cualquier otro país. Asimismo, cuando la industria era, salvo en áreas de Catalunya, Bizkaia y Gipuzkoa, una flagrante excepcionalidad, el nuevo régimen debía paliar el "hambre de tierras", es decir, el acceso a las actividades agropecuarias en condiciones sociales dignas a millares de jornaleros, medieros y campesinos.

UN SINFÍN DE OBSTÁCULOS A todas estas seculares cuestiones intentó hacer frente ya el primer Gobierno Provisional, mediante decretos y posteriormente de leyes, con desigual éxito. Ni la candente cuestión agraria que desde la Ribera navarra hasta el sur andaluz recorría todo el Estado, ni la democratización y aggiornamiento del ejercito fueron satisfactoriamente resueltos. La contrarreforma que supuso, en todos los planos, el triunfo de la CEDA y de los radicales de Lerroux, en el corto pero demoledor Bienio Negro, fue el avance de lo que luego sería la Dictadura franquista, la vuelta a la situación de la España más oligárquica y reaccionaria.

En las nacionalidades, particularmente en Catalunya y Euskal Herria, la cuestión política más determinante fue la reivindicación nacionalitaria, en su formulación autonómica. En este sentido, el desplegar la bandera republicana en la eibartarra plaza de Unzaga fue un auténtico banderazo de salida para materializar, a través de los Estatutos de Autonomía, las libertades nacionales. Mientras el diario Euzkadi del 14 de abril editorializaba afirmando "La hora vasca ha empezado a correr en estos momentos. Esas son y no otras las enseñanzas del domingo. Ellas dicen que estamos ya o vamos a entrar muy pronto en LA HORA VASCA"; en Barcelona, por boca de Francesc Maciá, proclamaban "la República Catalana com Estat integrant de la Federació ibérica".

Como es sabido, el Estado jugó de distinta forma con estos planteamientos. Tal día como hoy, el 17 de abril, mientras una delegación del nuevo Gobierno, compuesta por Fernando de los Ríos, Marcelino Domingo y Luis Nicolau D"Olwer, se desplazó a Barcelona para negociar con Companys y Maciá y corroborar su apoyo a un próximo Estatuto de Autonomía, en Euskadi hacían pintar bastos y fusiles. El acto convocado en la villa de Gernika, para ese mismo día, por parte del recién elegido alcalde de Getxo, José Antonio Aguirre, y otros ediles vizcainos era prohibido y abortado mediante el envío de tropas por parte del gobierno. No obstante, el llamado movimiento de alcaldes, iniciado en la villa foral, se extendería con éxito al resto de territorios vascos, metiendo de lleno en la agenda política vasca y estatal la reivindicación autonómica.

El mismísimo líder socialista Indalecio Prieto, quien además de contrario a la autonomía vasca se había manifestado reticente a la catalana, debió redactar junto con Azaña el decreto que determinaba los pasos que las provincias vascas debían seguir para llegar al Estatuto de Autonomía. Este proceso, al contrario del vivido en Catalunya, que para septiembre de 1932 tuvo su Estatuto y Generalitat en vigor, fue mucho más dilatado y sinuoso, no culminando hasta ¡¡¡5 años!!! más tarde. Entre tanto, debieron prepararse y discutirse al menos tres proyectos de Estatuto, realizarse asambleas provinciales y generales de ayuntamientos, el referéndum de noviembre de 1933, su discusión en comisiones y, finalmente, su aprobación en octubre de 1936. Ya no eran los representantes de las diputaciones, sino el conjunto de ciudadanos, concejales y parlamentarios, quienes en ese dilatado recorrido, habían abordado la cuestión nacional vasca, con animo de resolverla dentro de los parámetros democráticos dinamizados por la República. Y aunque, la caída de Navarra en junio de 1932, el bloqueo y frenazo, con la excusa de la cuestión alavesa, en 1934, retrasaron y amputaron el Estatuto de su primigenia orientación nacional, éste fue reconducido desde la primavera de 1936, merced al positivo cambio de posturas habidas dentro del partido socialista y de otros sectores izquierdistas.

Era todo un reflejo del nuevo estado de cosas el hecho de que en la primavera de 1936 tanto Prieto como Aguirre coincidieran en la renovada comisión de autonomías del Congreso de Diputados. "La hora vasca" que mentaba el Euzkadi del 14 de abril estaba a punto de sonar, pero los partidarios de la "España roja antes que rota" hicieron que esto se demorara y se diera en las especiales condiciones de la guerra pronto recién iniciada. Como Aguirre dijo: "Algo que había nacido para hacer la paz nacía en plena guerra". No era culpa de los sectores que habían alumbrado la República, sino de aquellos que desde el mismo 12 de abril habían empezado a conspirar contra esta primera democracia, con las tradicionales armas de la conspiración y de la agresión armada.

Vida corta pero intensa fue la del Estatuto de 1936. La guerra fue, paradójicamente, el marco de su extraordinario y amplio desarrollo. Aunque amputado en su ámbito territorial, tuvo la más amplia praxis competencial que jamás se hubiera podido soñar por parte del recién nacido Gobierno vasco. Pero, como el régimen en que nació, el republicano, su vida fue corta y rápidamente truncada. La República, a la que llamaron la niña bonita atendiendo a su duración y a sus realizaciones frustradas por la militarada de 1936-1939, no llegó a ser mujer. Hoy, recordando que fue el intento más serio y profundamente democrático de nuestra historia, no estaría de más que volviese a haber una niña bonita que esta vez llegase a su plenitud, a hacerse mujer. En definitiva, que venga, que traigamos la Tercera para las Españas y la Primera para Euskal Herria.