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Agirre lehendakaria, in memoriam

Ni siquiera la traición de quienes creía sus aliados sometió la voluntad de un político venerado por suscorreligionarios y admirado por sus antagonistas, que luchó hasta el día de su muerte, hace ahora 50 años

ANDOAIN. Son tres reacciones a la muerte del lehendakari Agirre. La primera de Jokin Intza, un hombre del PNV, historia viva del exilio nacionalista en Venezuela. La segunda, de Francisco Javier Landaburu, alter ego del Agirre demócrata cristiano y europeísta. La tercera no es de ningún militante nacionalista: es de… Indalecio Prieto, sí, la bestia negra del nacionalismo vasco, quien en las páginas de El Socialista escribió una emotiva necrológica sobre el lehendakari fallecido. ¿Quién fue este hombre que tan unánimes elogios despertó y cuya desaparición dejó huérfano a todo un país?

Estas líneas no son una biografía. Vida, obra, textos, documentos, grabaciones, fotografías, vídeos…; el lehendakari Agirre tiene ya su propia ventana al mundo: la página web www.lehendakariagirre.eu. Agirre en la red, en vivo y en directo, de manera clara, sencilla, amena, ordenada. Tampoco son una hagiografía. No pretendo, nada más lejos de mi ánimo, crear un mito ni deificar un personaje -él mismo fue el primero en reconocer sus errores y, cuando le fue posible, rectificar-; sólo pretendo aproximarme a la persona y al lehendakari, al político vasco más importante del siglo XX.

"¡Aquel chico!"

Aquel recién nacido, bautizado en la parroquia de los Santos Juanes de Bilbao el 6 de marzo de 1904, aquel alumno de jesuitas en Orduña, aquel estudiante de Derecho en la Universidad de Deusto, aquel jugador del Athletic, aquel joven abogado… José Antonio Agirre apuntaba ya alto. Desde muy joven se comprometió y militó activamente en las dos causas que dieron sentido a su vida: Dios y Euskadi, la religión y la patria, la fe y la libertad. El joven Agirre dirigió las juventudes católicas de Bizkaia y fue directivo de la Juventud Vasca de Bilbao. Apuntaba ya maneras de líder: muy pronto lo sería. El año 1931 fue el de su consagración. La primavera del 31, con sólo 27 años, Agirre fue elegido alcalde de Getxo, proclamó la República Vasca, presidió la Comisión de Alcaldes de los cuatro territorios, lideró el movimiento municipalista que dio lugar al Estatuto de Estella y encabezó la delegación de 420 alcaldes vascos desplazados a Madrid para hacer entrega de un ejemplar del Estatuto de Estella al presidente del Gobierno provisional y futuro presidente de la República, D. Niceto Alcalá-Zamora. En el ínterin, Agirre había sido además elegido diputado por Bizkaia y Navarra -renunció al acta de Bizkaia- en las elecciones a Cortes Constituyentes celebradas el 28 de junio de 1931 y nombrado secretario de la minoría vasco-navarra en el Congreso de los Diputados.

"Aquel chico" -expresión cariñosa de Irujo- se había convertido en el hombre del país. Por nada en especial… y por todo. El joven Aguirre no era un iluminado ni un visionario. Energía, ilusión, espíritu de lucha, simpatía natural, don de gentes, fuerza interior, calidad humana, rectitud, espíritu conciliador… Éstas eran sus credenciales: las credenciales de una personalidad extraordinaria que inspiraba confianza, que daba calor; las credenciales de un hombre querido entre los suyos y respetado por todos. Unas virtudes que, como recordaba Prieto en su elogiosa necrológica, "hacíanle ganar el respeto cuando no era posible la adhesión".

"Zin dagit"

Y a los 32 años fue elegido lehendakari. ¡Toda una lección para nosotros, innovadores hombres y mujeres del siglo XXI, para los que juventud es demasiadas veces sinónimo de desconfianza, y las primeras canas y entradas en la frente supuesta garantía de responsabilidad y buen hacer! ¡Lehendakari a los 32 años!

Lehendakari, además, en la más dura y dramática de las circunstancias: una guerra. Miel y hiel. Honor y dolor. Lehendakari de un país con los dos tercios de su territorio ocupados militarmente por el enemigo, presidente de un gobierno de unidad nacional conformado por las fuerzas políticas leales a la República -PNV, PSOE, ANV, PC, Izquierda Republicana y Unión Republicana-, un gobierno en positivo. Pero… ametralladoras frente a cazas, pesqueros frente a cruceros, voluntad frente a fuerza…. Esta vez, David no pudo vencer a Goliat, pero Euskadi, la Euskadi (Bizkaia) autogobernada, dio al mundo un bello ejemplo de buen gobierno y dignidad.

La derrota significó muerte, cárcel, represión, clandestinidad… y, para el lehendakari -y para miles y miles de vascos y vascas-, un largo y doloroso exilio. Un exilio endurecido además por la tragedia de una nueva guerra: la II Guerra Mundial. ¡Qué duro tuvo que ser para el lehendakari -herido en lo más profundo de su corazón por la reciente pérdida de su hermana Encarna en un bombardeo- tener que asumir una identidad ficticia -la del doctor panameño José Andrés Álvarez Lastra- y acompañado de su familia -su mujer Mari Zabala y sus hijos, Joseba y Aintzane, ésta de sólo dos años-, y acompañado también del recuerdo vivo de muertos, presos y exiliados; de niños, jóvenes y mayores; de hombres y mujeres nacionalistas, republicanos, socialistas y comunistas cuyo único delito era ser vascos y ser demócratas; acompañado de este triste y doloroso baúl de recuerdos, iniciar una incierta y peligrosa epopeya y huir así de la persecución nazi! La Panne, Hamburgo, Berlín, Goteborg, Río de Janeiro, Montevideo, Buenos Aires y, por fin, Nueva York, fueron las escalas de un particular vía crucis de año y medio que esta vez acabó, eso sí, en el Nuevo Mundo.

"O líder de todos nós"

Éste era Agirre, en palabras de Castelao. "O líder de todos nós", que para el político nacionalista gallego significaba no sólo que Agirre era líder de las naciones sin Estado -"cabeza indiscutible de Galeuzca"-, también el único capaz de "poner término al desbarajuste republicano" y contribuir a "establecer un orden democrático en toda España", pues intuía que "tú eres la clave de cualquier política eficaz para España, y cuando llegue la hora del regreso todos te buscarán para desembarcar en tu compañía".

Agirre no es sólo el lehendakari vasco en el exilio, es ya un hombre de Estado, un referente de la política internacional de los años 40. Para muestra, dos botones: su firma en noviembre de 1942 del manifiesto "Ante la crisis mundial", junto a 42 intelectuales y políticos europeos exiliados en los Estados Unidos -entre ellos Luigi Sturzzo, padre de la democracia cristiana europea, y Jacques Maritain, intelectual católico francés-, y su intervención dos años más tarde, en este caso junto a siete premios Nobel, en un acto organizado por la The American Nobel Commitee bajo el título "Educación para la paz en el mundo de la posguerra".

Éste es Agirre en su primer exilio americano. Como muy bien diría Irujo: "Ese nombre, ese prestigio y esa autoridad no nos pertenecen ya por entero a los vascos". Y el historiador Ludger Mees apostillará: "El lehendakari había dejado de ser meramente un político vasco para convertirse en un representante importante del republicanismo español y de la democracia internacional".

"Inquebrantable optimismo"

El 27 de marzo de 1945, el lehendakari Agirre llega a París procedente de Estados Unidos. Cuatro días más tarde, los partidos políticos y sindicatos vascos firman el pacto de Baiona. No necesitó lecciones de transversalidad. El espíritu de unidad nacional formaba parte de su ADN y de su cultura política democrática y antitotalitaria. Nos lo recuerda el profesor Mees: "Logró lo que ninguna institución republicana española o catalana pudo conseguir: la pervivencia del Gobierno como expresión simbólica de la voluntad democrática del pueblo vasco durante toda la Dictadura".

El regreso al Viejo Continente y el fin de la II Guerra Mundial reavivaron la vocación europeísta de Agirre. En 1948 participó, junto a Landaburu y Juan Carlos Basterra (ANV) -aunque en calidad de observadores-, en la Conferencia de La Haya, en la que se pusieron los cimientos de la nueva Europa. Un año antes, Agirre había sido nombrado miembro del Comité de Honor de los NEI, la más importante organización democristiana europea, de la que el PNV era miembro fundador. ¡Un lehendakari en el exilio y un pequeño país en el núcleo duro y en el corazón de la nueva Europa y de la democracia cristiana internacional!

El sueño, no obstante, fue poco a poco tornándose en pesadilla; la esperanza, en decepción; la confianza, en traición. El 28 de junio de 1951 fue, sin duda, uno de los días más tristes en la vida de Agirre. Ese día, la policía francesa expulsaba al Gobierno vasco y a la Liga Internacional de Amigos de los Vascos de su sede en la Avenida Marceau. Fue un desalojo por la fuerza… y más, mucho más. La decisión causó al lehendakari "el más profundo dolor sufrido en el exilio, sobre todo porque dicha decisión ha sido adoptada por los amigos con los que hemos compartido dolores y sacrificios comunes por la causa de la libertad y de la democracia, causa a la que permanecemos inalterablemente fieles". La firma del concordato entre la Santa Sede y la España de Franco y la estampa de Eisenhower y el dictador aclamados en las calles de Madrid rubricaron la sentencia.

Un largo exilio y un doloroso final a los que el lehendakari seguiría oponiendo su "inquebrantable optimismo". Como afirmaría Prieto en su necrológica, "creyó hasta el instante de la inevitable derrota que triunfaríamos, y a partir de la "debacle", supuso que estábamos en víspera de recobrar nuestras libertades. Con esa esperanza ha muerto".

"¡Por la civilización cristiana! ¡Por la libertad de la patria! ¡Por la justicia social!"

No quisiera finalizar este artículo sin subrayar el verdadero soplo vital de José Antonio Agirre y Lekube: sus profundas convicciones religiosas, su humanismo cristiano. En un contexto bipolar de exaltación del dios individuo o del dios Estado, y frente al individualismo y al colectivismo -tanto en su versión estalinista como en la fascista-, Agirre reivindicará la persona, el ser humano y su inviolable dignidad. Persona que es mucho más que individuo, persona que es ser en su dimensión social, ser juntos, ser con otros, ser a través de los otros: familia, comunidad, pueblo.

Para Agirre, la libertad política y la libre determinación no son sino el correlato necesario de la existencia de un pueblo con alma propia -alma configurada por la historia, la cultura, el idioma, la manera de ser, las instituciones, las formas propias de gobierno, la voluntad…-, la garantía de su pervivencia y de la defensa de su patrimonio espiritual. Libertad política concretada en el desiderátum de una Euskadi libre en el marco de una Europa de los Pueblos y, en primera instancia, en una Euskadi autogobernada en el marco de un Estado español democrático.

José Antonio Agirre fue un hombre religioso, un católico practicante. Imagino que en ello tuvieron que ver su ambiente familiar, sus estudios en los jesuitas de Orduña, su formación en la Universidad de Deusto -"el valor es la persona", sigue siendo también hoy el leiv motiv de Deusto- y su militancia en las juventudes católicas de Bizkaia. Su religiosidad, empero, traspasó las puertas de las sacristías y los muros de las iglesias. Agirre fue un humanista cristiano, un hombre que tradujo su ser religioso en compromiso político y compromiso social, en sintonía con los principios de la democracia cristiana y de la doctrina social de la Iglesia.

José Antonio, el mismo José Antonio burgués y elitista, fue -no me olvido de Irujo y otros- quien capitaneó la nave del PNV en su travesía y anclaje en la democracia cristiana y quien lideró la política más social. Fue Agirre -no sólo Agirre, pero especialmente Agirre- quien defendió la función social de la propiedad, la necesidad de regular las leyes del mercado, el salario mínimo vital y familiar, la protección de las familias numerosas y la participación de los trabajadores en la empresa -en términos de participación en los beneficios, cogestión o copropiedad-. Fue Agirre quien en la campaña electoral de las elecciones de 1936 lanzó el lema "¡Por la civilización cristiana! ¡Por la libertad de la patria! ¡Por la justicia social!". Y no lo hizo por amarillismo ni por un falso paternalismo capitalista. Su apuesta por la justicia social es fruto de sus convicciones más profundas, de su ser religioso y humanista, de su compromiso cristiano aplicado a la política y a la sociedad, y al servicio del bien común. Construcción nacional y construcción social, nación y justicia social: he aquí las dos caras de una misma moneda, una Euskadi libre, justa y solidaria.