Lo nuevo del periodista Xavier Bosch, Diagonal Manhattan, es una invitación a las segundas oportunidades, a vivir nuestras vidas con libertad. Eda Leveroni, hija de un gran publicista de Barcelona, recibe al cumplir los 21 un regalo increíble, una estancia de un año en los fascinantes finales de los 80 en la agencia de publicidad de Bianca B. Miller en Nueva York. Que empiece la aventura

Su novela puede recordarnos a la serie Mad Men en muchos momentos, o Mad Women porque en esta historia hay muchas mujeres publicistas. ¿Qué tiene el mundo de la publicidad que le atrae tanto?

Es la vertiente más luminosa de la comunicación. Lo que sale en la sala de reuniones, esa frase de Winston Churchill de “convierte las palabras en balas”, pues se trata de eso, de que en tres palabras -Nokia, connecting people-, en pocas palabras -Hoy me siento flex-..., te venden un colchón. Y en los anuncios televisivos te montan la vida en veinte segundos de una forma mejorada, con bonitos colores, bonitas frases... Ellos quieren vender y nosotros les compramos. 

¿Siente que a veces nos quedamos más con el eslogan que con lo que nos querían vender?

Mira, un anuncio de ese tiempo en Barcelona, de la época dorada de los 80 y 90 de la publicidad en Barcelona, era: “El algodón no engaña”. Cuando en las presentaciones del libro digo “el algodón”, todos responden: “No engaña”. Pero cuando pregunto la marca nadie sabe decírmela. Era Tenn con bioalcohol. La gente me dice Don Limpio, Mr. Proper, KH7... La gente de Tenn tiró el dinero, porque crearon un eslogan que ha pasado a la historia, pero no vendían. 

Hablando de eslóganes, en su libro también hay frases que se quedan grabadas en la memoria. Por ejemplo, Eda dice que su padre más que educarla le dio consignas. ¿Cree que es una forma de educar que ya no se emplea?

Esa es una antigua forma de educar que ya no se da, por suerte creo que padres y madres del siglo XXI lo estamos haciendo mejor de lo que lo hicieron ellos, con muy buena voluntad, pero con poca inteligencia emocional. Estos padres triunfadores en los negocios tenían poco tiempo para sus hijos y ni se planteaban verlos ni dedicarles ratos de calidad. Y sí, este personaje, Brauli, más que educar daba consignas. Pero la pregunta de la novela es la que se plantea Eda cuando está en Nueva York y es a partir de qué momento la vida nos pertenece. Una cosa es cuando somos niños, que está bien que nos eduquen, nos marquen límites y nos den disciplina... Pero luego muchas personas seguimos a los 18, a los 40 o a los 57, que es la edad que tengo yo, haciendo las cosas, no por nosotros, sino para que nuestros padres se sientan orgullosos, para no decepcionarles, para honrarles. Y te pasas la vida viviendo la vida para ellos y no para ti. Ahora que hace ya unos meses que el libro circula por ahí, me voy dando cuenta de que los lectores me dicen: “A mí esta pregunta me ha hecho reflexionar”. 

¿A partir de qué momento se suele decidir?

A cada uno le llega cuando le llega. En mi caso, mi madre murió muy joven, pero mi padre murió a los 70 y yo tenía 41 años, había dimitido de dirigir un periódico y me fui a casa a hacer lo que quería hacer. Ser director de diario ya no tenía que importar a nadie más que a mí, y a mí me daba más placer intentar escribir novelas que dirigir una redacción cada día. Yo a los 41 decidí que mi vida era mía. 

Puede parecer que dirigir un periódico es más exigente que escribir una novela, pero, ¿es así?

Una novela la firmas tú y va para ti el éxito o el fracaso, que no lo lea nadie o que sea un best seller. Cuando diriges un medio de comunicación, tú no eres el dueño del medio. Los dueños tienen unos intereses económicos, financieros y políticos, y los redactores tienen noticias en el cajón que quieren publicar. La tarea del director es muy ingrata, porque hace de cojín entre la propiedad y el periodismo.

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'Diagonal Manhattan' es la última novela de Xavier Bosch. Kike Rincon / Europa Press

Un sándwich.

Sí, un sándwich que no siempre tiene un buen sabor (risas). 

En su novela dice que la publicidad no tiene que cambiar el mundo. ¿Debería ser uno de sus motores?

No sé si debería ser así. Este debate existe en la agencia del libro, y es un debate que nos podemos plantear todos. Al final, el publicista lo que tiene es un encargo de una empresa que quiere vender un producto. Una cerveza, una pasta italiana o unos pañales, y no quieren cambiar el mundo. La prueba es que en la novela, la empresa italiana de pañales, cuando le muestran el proyecto de anuncio con un hombre cambiado pañales en el año 89, dice que ni en pintura, que los pañales los cambian las mujeres, que ellos están ahí, no para cambiar la sociedad ni para ganar un premio Nobel, sino para vender pañales. El cliente no siempre tiene la razón, pero tiene el dinero, y con su dinero invierte como quiere en las ideas que quiere y en las campañas que quiere. Yo creo que todos, también los publicistas, tenemos una responsabilidad, pero si el cliente no te aprueba la campaña o el anuncio, está atado de pies y manos. 

Ahora se habla de anuncios con responsabilidad social. En la época en la que se ambienta esta novela, ¿eso no existía?

No existía la expresión responsabilidad social, ni políticamente correcto. No teníamos el verbo empoderar. En Diagonal Manhattan quería reivindicar el papel de las mujeres publicistas, de las pioneras, porque han sido injustamente olvidadas.