ON toda probabilidad Kamil Glik será el jefe de la defensa de Polonia en el encuentro de esta noche (21.00 horas) ante España. Y, simplemente por ello, por tener la posibilidad de disputar el partido, el central ya se siente afortunado. Y es que no solo la infancia de Glik fue complicada por un padre aferrado a la bebida y un barrio peligroso en el que era mejor no destacar; sino que además su pubertad le descubrió la cara más atípica del fútbol. Porque con apenas 12 años, el defensa polaco entró en la academia de Janusz Pontus, un exjugador que tenía una visión propia y bastante extraña de cómo debía ser la preparación de los chavales. De hecho, Pontus se propuso que sus pupilos destacaran por sus aptitudes físicas, así que se centró en la alimentación y los entrenamientos. Les prohibió disputar competiciones y amistosos e incluso acudir a la llamada de la selección. En su lugar, sesiones de técnica, táctica y coordinación. Cuando no había fútbol, había gimnasia, patinaje o natación.

Glik recuerda que, a pesar de su juventud, tenía dudas sobre la efectividad de los métodos de Pontus. Y ese recelo se acrecentó cuando, llegada la mayoría de edad, ningún equipo polaco quiso ni sus servicios ni el de ninguno de sus compañeros. Entonces, su entrenador probó suerte en el extranjero y así, dos años más tarde, Glik se encontró defendiendo la camiseta del Real Madrid C. "Era como un cuento de hadas. Sabía que iba al tercer equipo, pero seguía siendo el Real Madrid. Soñaba con jugar en el primer equipo, pero fui con la actitud de aprovechar mi estancia, aprender todo lo que pudiera y volver a Polonia", recordó el central. Y, dicho y hecho, tras una temporada en Valdebebas, Glik regresó a casa, al Piast Gliwice. Allí se erigió como la revelación de la liga, lo que le sirvió para mudarse a la Serie A: Palermo, Bari y Torino. En el primero creció y en el último, explotó. Carácter, dedicación y efectividad. Se convirtió en capitán. En una estrella de la liga italiana. Es más, le fue tan bien en la Serie A que, aunque pasó tres buenas temporadas en el Mónaco, Glik regresó el curso pasado a Italia, a un Benevento que acaba de perder la categoría.

Con todo, el defensa polaco es de los que solo miran para adelante. Es lo que aprendió a hacer en un barrio con olor a vodka y de vecinos delincuentes. Es lo que le enseñó un entrenamiento casi militar sin encuentros ni torneos. De solo entrenar, entrenar y entrenar. Se forjó un carácter fuerte, duro; y lo sacó a relucir con la muerte de su padre. Él aún estaba militando en el Piast Gilwice polaco cuando, un día antes de un importante encuentro ante el Wisla Cracovia, se enteró de que su progenitor había fallecido de un infarto provocado por una vida de alcoholismo. Tenía 42 años. Así que Glik le lloró ese día. Al siguiente, se vistió de corto y ganó el partido. "Mi padre bebía mucho, discutía con mi madre y a veces se ponía violento. Teníamos que llamar a la policía, que veía y le daba una advertencia. Era algo normal en mi casa. Intentó mejorar, pero solo funcionaba por un tiempo. Siempre acababa volviendo. Hicimos todo lo que pudimos", se lamentó Glik.

perro viejo

Esta es la tercera Eurocopa de un Glik fijo en los planes de Paulo Sousa. De hecho, el seleccionador polaco no dudó en colocarle en el centro de una zaga de tres en la derrota de su equipo ante Eslovaquia (1-2). Un tropiezo que les obliga a sacar algo positivo esta noche ante España si quieren seguir vivos en la competición.

Glik creció en un barrio peligroso del sur de Polonia con un padre alcohólico que acabó falleciendo de un infarto