Que se sepa, a grandes rasgos, el único que le obligó a inclinar la cerviz fue Lionel Messi, cuando entrenaba al Barça, y aquel incidente, que bien pudo acabar con el despido fulminante del técnico asturiano, le sirvió para alcanzar la mayor gloria de su carrera deportiva, logrando con el equipo azulgrana el triplete (Liga, Copa y Champions) y si no consiguió el absoluto del sextete (lo recordamos a modo de autoafirmación) fue porque el Athletic le ganó la Supercopa de forma apabullante (4-0 y 1-1).¿Y qué ocurrió con Messi? Pues que en vísperas de un Real Sociedad-Barcelona, en enero de 2015, Messi y Neymar se retrasaron en la vuelta de vacaciones, Luis Enrique les dejó en el banquillo, el equipo azulgrana perdió y el crack argentino le montó al entrenador una bronca monumental, le dejó claro el rango de cada uno en el escalafón del equipo y aquello no se volvió a repetir. Después, todo fue como la seda.

Antes de este episodio, en su primer empleo importante, en la Roma, se fue antes de lo acordado a causa de sus enganchadas con la prensa y problemas de sus hijos en el colegio, dada la imagen, entre soberbia y retadora, que Luis Enrique extrapolaba, un mal asunto si los resultados no acompañan. Luego entrenó al Celta, de ahí dio el salto al Barça, estuvo tres temporadas marcadas por el éxito y sin embargo decidió marcharse en 2017 tras ganar la Copa ante el Alavés.

Años más tarde, el técnico gijonés confesó que dejó el Barça “porque la relación jugador-entrenador a este nivel es muy intensa, además de mi agotamiento físico y personal”. Se tomó un año sabático y recobró su otra pasión, las carreras extremas. Ya fuera la maratón o los triatlones más duros del mundo. “Era un millonario que quería sufrir, necesitaba sufrir”, interpretó Víctor González, su entrenador en su etapa más loca, recién retirado como futbolista profesional, cuando fue capaz de correr la maratón en menos de tres horas o completaba el aironman en diez.

El esperpento de Rusia

Al año de renunciar al Barça, en la selección española ocurrió un acontecimiento esperpéntico. El presidente de la Federación Española Luis Rubiales cesó a Julen Lopetegui en vísperas del Mundial de Rusia y en su lugar puso a Fernando Hierro, cuyo currículum no iba más allá que dirigir un rato al Oviedo en Segunda División.

Aquella catástrofe monumental fue la que llevó a Luis Enrique a la selección española. El técnico asturiano ya se había quitado el agobio que le procuró el Barça, estaba suficientemente desfogado de subir y bajar montañas, corriendo o en bici, y pocos entrenadores como él podían presumir de títulos, personalidad y arrojo para aguantar el peso mediático del cargo, y más en plena desintegración de la generación más luminosa del fútbol española a la que debía reconstruir.

Pero en plena fase de clasificación para la Eurocopa, el 26 de marzo de 2019, Luis Enrique abandonó la concentración en Malta, su ayudante Robert Moreno tomó el mando, los resultados acompañaron (la flojedad del grupo) y el técnico interino se sintió con derecho a dirigir a la selección española en la Eurocopa.

El 29 de agosto Luis Enrique comunicó públicamente el “problema familiar” que le había alejado de la selección. Su hija Xana, de 9 años, había muerto tras varios meses combatiendo un osteosarcoma, un cáncer que afecta a los huesos y que es especialmente agresivo en los niños.

Tres meses después, “ese millonario que necesitaba sufrir” ya había sufrido más de la cuenta y regresó a la selección con la furia de quienes reclaman una revancha a la vida. Llamó “desleal” a Robert Moreno y fue implacable con quien hasta entonces era su mano derecha en el equipo técnico.

De los 23 elegidos para disputar el Mundial de Rusia 2018 tan solo se mantienen seis, David de Gea, César Azpilicueta, Koke, Sergio Busquets, Thiago Alcántara y Jordi Alba, y a ninguno se le puede reconocer ascendencia o liderazgo, e incluso resulta complicado aventurar que sean titulares.

Ese doble papel le correspondía a Sergio Ramos, a quien le dejó fuera argumentado que no había podido competir en los últimos meses. Otros tampoco lo hicieron y están en la lista. Como único gallo del corral, Luis Enrique afronta la Eurocopa sin malas sombras a su alrededor, con un grupo de jugadores fieles y disciplinados, curado de sufrimiento y de espanto si llega el fracaso. Impredecible.

Termina la ‘burbuja paralela’. Los 23 internacionales españoles concentrados en la Ciudad del Fútbol repitieron resultado negativo en las pruebas PCR, por cuarto día consecutivo, por lo que la Federación Española ha decidido dar por finalizada la burbuja paralela y los primeros seleccionados por Luis Enrique Martínez serán los que disputen la Eurocopa. Diego Llorente es el único jugador que falta por vacunar y que no lo hará hasta que pase el estreno del lunes ante Suecia. Un entrenamiento matutino marcó la conclusión de la labor de los porteros Kepa Arrizabalaga y Álvaro Fernández; los defensas Raúl Albiol, Óscar Mingueza, Juan Miranda y Alejandro Pozo; los centrocampistas Carlos Soler, Brais Méndez, Pablo Fornals, Marc Cucurella, Martín Zubimendi y Gonzalo Villar; y los delanteros Brahim Díaz, Bryan Gil, Javi Puado, Yeremy Pino y Rodrigo Moreno, todos ellos alojados desde el pasado martes en un céntrico hotel de Madrid.