EN el PP, las cartas electorales están echadas. Feijóo volverá a ganar; Casado e Iturgaiz perderán. Es decir, la mano tendida, la crítica constructiva, la serenidad tienen recompensa; el cayetanismo provoca rechazo. En la noche del 12-J, el líder de los populares aparecerá alborozado por el nuevo éxito en Galicia, queriéndose apropiar de la hazaña y, sobre todo, metiendo el dedo en el ojo del fracaso de la izquierda gobernante en Madrid. El presidente de la Xunta sonreirá pícaramente ante la escena, sabedor de que, en el fondo, sigue desnudando la estéril contumacia del discurso Génova, que ha hecho propio sin recompensa alguna su candidato vasco.

Casado tampoco dedicará muchos segundos al naufragio del experimento con gaseosa PP-Ciudadanos. En todo caso, siempre le cabrá la cabriola justificada de endosar la culpa de tal despropósito al voluntarioso García Egea, absoluto desconocedor de la sociología política de la CAV y ferviente convencido de que este tipo de apaños aquí sumaría cuando, en realidad, resta por vacuo.

Las encuestas dan una mayoría absoluta en Galicia y un más que previsible pacto de mayoría absoluta PNV-PSE. Todo a pedir de boca de Sánchez. Una victoria del influyente candidato más opuesto a la línea casadista alimentará las tensiones internas en el PP, avivadas durante el confinamiento por el acercamiento a Vox en demasiadas ocasiones. A cambio, la continuidad socialista en el Gobierno Urkullu apuntalará la colaboración actual de ambos partidos en Madrid, precisamente cuando se avecina el momento culminante de aprobar los nuevos Presupuestos. Por si este doble escenario no aportara ya suficiente satisfacción al presidente, siempre le quedarán los flojos resultados que se antojan de Podemos y sus corrientes para consumar la dicha final.

De camino, Sánchez mueve las piezas a su antojo. Su manual durante la negociación de los muy distintos estados de prórroga será estudiado en algún preciado master de estrategia política. Sale más fuerte de cuando entró para encarar en solitario como le pide el cuerpo una pandemia sanitaria y económica. Nunca dejará de agradecérselo a ese discurso catastrofista de una derecha incapaz de escuchar cómo suena un clamor desde la sensatez en favor de la acción compartida para amortiguar el descalabro que asoma. En esa coyuntura, los empresarios ya no encuentran quién les escriba. Quizá por eso, la CEOE ha decidido plantar cara a pecho descubierto. El presidente ya les atenderá cuando toque. Ahora juega al despiste metiendo la duda en el cuerpo a cuantos le rodean. El berrinche de ERC por los celos con Ciudadanos no tiene parangón. En medio del aislamiento del independentista catalán y su último destrozo interno para juzgar a Borràs, Rufián digiere este sonoro desdén a duras penas. Ni siquiera le acompaña la suerte cuando pretende abrir brecha en la familia socialista buscando la X del GAL cerca de FG. Pequeñas derrotas que dejan huella.