Los ilegales y peligrosos planteamientos realizados por Donald Trump para, presuntamente, acabar con los conflictos en Ucrania y Gaza -propuestas en las que EE.UU. sale ineludiblemente beneficiada y que en ambos casos han recibido el aplauso entusiasta de una de las partes, casualmente el agresor, y la indignación de la otra- están teniendo la virtualidad de obligar a otros agentes internacionales a poner encima de la mesa alternativas más viables, realistas y acordes a derecho. En el caso de Gaza, cuya dramática realidad diaria está quedando sepultada entre la vorágine informativa mundial, el alto el fuego que entró en vigor el 19 de enero pende de un hilo entre nuevos ataques israelíes que han causado ya la muerte de más de 120 palestinos. Además, la decisión del primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, de bloquear la entrada de ayuda humanitaria a la Franja supone no solo un desprecio al derecho internacional, sino un riesgo objetivo en la búsqueda de una vía para la paz. En este contexto, y tras la inaceptable propuesta de Trump de crear en la Franja una especie de gran resort turístico bajo control de EE.UU. después de proceder al desplazamiento forzoso de su población -una flagrante vulneración de la legalidad internacional-, la Liga Árabe ha planteado un ambicioso plan para la recuperación temprana, reconstrucción y desarrollo de Gaza bajo la premisa de asegurar la permanencia de los palestinos en su tierra y la recepción de ayuda internacional por valor de 53.000 millones de dólares y que supondría garantizar la sostenibilidad de la región a largo plazo. La iniciativa, rechazada a la ligera por EE.UU. porque no cumple “los requisitos” exigidos por Trump -que se arroga la capacidad de imponer condiciones-, es un buen punto de partida. De hecho, Alemania, Francia y Reino Unido explicitaron ayer su respaldo conjunto al plan árabe al considerarlo “un camino realista para la reconstrucción de Gaza” y una mejora “rápida y sostenible de las catastróficas condiciones de vida de los palestinos”, al tiempo que rechazan que Hamás siga gobernando la Franja y muestran su apoyo al “papel central” de la Autoridad Palestina”. Así las cosas, todas las partes -en especial Israel y Hamás, pero también EE.UU.- deberían comprometerse a negociar este plan como una oportunidad histórica para la paz en Oriente Próximo.